Barrio chino, una novela de Jesús Castellano

Encuentro bastantes similitudes en cuanto a estilo entre Purgatorio, de Antonio Carmona y Barrio chino, de Jesús Rodríguez Castellano. Leer ambas novelas, aunque no sé si es exacto denominarlas así, como novelas, son como desesperadas huidas hacia adelante, textos de una apariencia caótica que no conduce a nada pero que esconden reflexiones de una profundidad que a veces abruma porque no calla.

En ambos casos es inevitable que asome la influencia, es probable que involuntaria, de aquel Viaje al fin de la noche, de Céline, un escritor al que hay que conocer por sus obras y no por el miserable que fue en vida. Un autor que empapó también la literatura de Bukowski, un escritor que está presente (no sé yo si inconsciente) en el último libro de Jesús Castellano, Barrio chino.

En otro tiempo y sobre todo en otro lugar vamos a decir que más cultivado e inocente que el nuestro Barrio chino provocaría debates encendidos, siempre procurando mantener el buen gusto con el que Castellano describe el desbocado universo que despliega en su último libro. Un universo perverso, que linda con las aguas de un arroyo de aguas color café con leche.

Esta es la historia de un desheredado de la tierra que se mueve entre otros desheredados de la tierra solo que en su caso, Chi, que así se conocer al sujeto, las cosas le salen torcidas y bastante tronadas.

La ciudad por la que se mueve Chi es Santa Cruz de Tenerife y es inevitable pensar que algunos de los momentos que se describen en esta novela tengan eco autobiográfico. Sea o no, las escenas donde Chi se confunde con Jesús Castellano me hacen recapacitar al mismo tiempo que le perdone que se haya dejado ir más por el frenesí que por la historia que cuenta porque Barrio chino es eso, escenas algunas nítidas y comprensibles otras un enigma en sí mismas, que me revelan a un tipo que exorcizó muchos demonios mientras escribía el libro. Porque se trata de un libro que rinde cuentas al pasado y las peculiares relaciones que mantiene el ¿héroe? con quienes le rodean. Sobre todo las mujeres.

En Barrio chino se dan cita obsesiones de todos los colores, descritas por un escritor que está muy lejos de los hermoso y de lo cursi y sí próximo a lo maldito, lo que deja reflejado y sin concesiones en este libro tan poco ortodoxo, claro que el encanto de Castellano y Chi es su heterodoxia, que a veces raya con un anarquismo que más que reivindicar le sirve para mostrar algunas de sus vergüenzas con la forma de metáforas. Unas metáforas la mayor parte de las veces enlodada y febril, que teje en largos párrafos que fueron dictados en plena y efervescente inspiración.

Otra cosa es que algunos de esos sentimientos y estados de ánimo sepan llegar en muchas ocasiones al lector porque es tal la metralla de situaciones observadas por la mirada a veces lánguida y otras cínicas de Chi en primera persona, que éstas no acaban, son como puntos suspensivos que llevan a otra situación que no tiene nada que ver con la anterior.

Para leer de forma reposada, tranquila, sumergiéndose o no en sus capítulos, Barrio chino es una novela que invita a que se lea a cachos. Hay que dejarla reposar y continuar días después con su lectura ya que aparentemente se trata de un texto sin orden ni concierto. Pero merece la pena hacer la tentativa, abrir el libro al azar y detenerse en esa página que marca el destino. Luego hay que dejarse llevar y cuando abrume demasiado, dejarla descansar de nuevo para volver otro día a ella con la cabeza despejada.

Con Barrio chino hago lo que hice con El almuerzo desnudo de William Burroughs: leerla no necesariamente desde el principio aunque tuve esa intención cuando la retuve entre mis manos.

Literatura, arte y mujeres, sobre todo mujeres, aparecen y desaparecen en este barrio chino que no es un barrio ni de chinos ni de negocio sexual… Debe de tratarse, además, de la primera novela que leo en la que su protagonista está en arresto domiciliario por violencia de género… He aquí estas jornadas que no son las de Sodoma del marqués de Sade, pero sí un conjunto de piezas algunas muy abstractas del transitar de Chi, porque si Bukowski tuvo a su Henry Chinasky quién le niega a Jesús Castellano que tenga su Chi o Chito.

LO MEJOR: la sensación de desesperada huida hacia adelante que transmite un libro que no va a dejar indiferente a nadie. O gusta y se le sigue el juego, o disgusta.

LO PEOR: El número de páginas. Demasiadas para una novela a la que no le ayuda, precisamente, el número de páginas (342 distribuidas en 40 capítulos)

Saludos, méjoresen, desde este lado del ordenador

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