No sé si me explico, recuerdos del más que crítico opinador cinematográfico Carlos Boyero

“Yo no hago crítica de cine. No me considero un crítico de cine. No pertenezco a esa cofradía, a esa religión abarrotada de reglas absurdas. He visto a militantes de la cofradía que se quedan profundamente dormidos viendo un espanto iraní o coreano, y que luego salen diciendo: ‘¡obra maestra, absoluta obra maestra!’. A eso lo denominan rigor”.

(No sé si me explico, Carlos Boyero con la colaboración de Borja Hermoso, Espasa, 2024)

Recuerdo en aquella ya lejana infancia a un crítico llamado Alfonso Sánchez que desde la televisión y con voz tartamudeante hizo que muchos sintiéramos esa extraña filia que uno siente por el cine. Filia, por otro lado, tan necesitada de guías que más que enseñar, respalden los gustos de la parroquia.

También en la pequeña pantalla, Antonio Gasset nos enseñó en Días de Cine con su voz particular a que nuestra percepción sobre lo que vemos en pantalla grande ganara mayor espesor, eso sin dejar de lado una ironía irrepetible que crucificaba o no el largometraje del que nos hablaba a través del televisor. Así que gracias a gente como Sánchez primero y más tarde Gasset me ahorré más de una entrada al fiarme mucho de sus opiniones cinematográficas.

España, sobre todo tras la muerte del general Francisco Franco, comenzó a dejar espacio en los periódicos a la crítica cinematográfica. También aparecieron revistas que apenas dañaron en ventas a la decana Fotogramas aunque hay alguna como Dirigido por… que continúa en activo. En aquellos tiempos y cuando ya pude empezar a comprar revistas especializadas no me aboné nunca ni a Fotogramas ni al Dirigido por… pero sí a Casablanca, que puso en marcha el más tarde cineasta Fernando Trueba y un grupo de amigos entre los que se encontraba Carlos Boyero.

Boyero ha sido desde ese entonces una referencia para quien ahora les escribe para ir o no ir a ver una película. Me gusta como escribe y me gusta sobre todo que escriba con honestidad y en primera persona. Es decir, que comente una película desde el corazón y ya no tanto desde la cabeza. El cine para Boyero debe ser un arte que acaricie e incluso arañe el espíritu, que sepa conmover. La cabeza atiende a otro tipo de ocupaciones y ninguna tiene que ver con los sentidos.

Con esto lo que se quiere decir es que Carlos Boyero, guste o disguste, es una leyenda en el universo de la crítica cinematográfica en España, y ahora que se anuncia que se retira a sus cuarteles de invierno, ha sido el protagonista de un divertido documental, El crítico, y ahora de un libro de memorias titulado No sé si me explico (Espasa, 2024) escrito con la colaboración de un buen y viejo amigo, Borja Hermoso, y en la que desgrana algunos fragmentos de su vida (pocos, la verdad) para centrarse en sus filias y fobias, también en sus gustos como espectador, lector y oyente porque el cine, los libros y la música forman el triángulo de las preferencias de un hombre confeso consumidor cultural que ha tenido encima el privilegio de hablar de sus filias y fobias en dos de los periódicos de más tirada de este país que se nos perdió hace años, así como la de colaborar en un programa radiofónico y de conducir un espacio de televisión en aquel canal de pago del que resultaba tan difícil darse de baja (que me lo digan a mi).

La parte más atractiva de estas memorias ligeras, más reflexiones sobre cosas que le importan que repaso a una vida, son aquellas en la que Boyero habla de cine, de libros y de cine. No me resultan tan interesantes sus opiniones sobre el alcohol y las drogas, tampoco de su relación con las mujeres que, según cuenta, casi es la de un Casanova con sus más y sus menos. Lo demás son opiniones que suelta sobre sus amigos, a los que quiere mucho, y ellos a él también; sus viajes y su entrañable relación con los niños. Todo más o menos sabido por quien le sigue la pista desde hace unos años. Y no solo a través del chat que llevó en el periódico El Mundo y más tarde en El País.

Su criterio conecta prácticamente con el mío e imagino que con el de muchos otros lectores porque nuestros gustos culturales son semejantes. En este aspecto, no es que Boyero pontifique, que no lo hace, ese trabajo se lo deja a la crítica “rigurosa” empeñada en demostrar que sabe más que nadie, sino que a través de sus artículos, de sus confesiones cinéfilas formó y supo conectar con legiones de espectadores.

En Carlos Boyero se da además un caso extraño ya que debe ser uno de los pocos críticos de cine de este país al que pidieron su cabeza gente como Pedro Almodóvar y en un manifiesto muy cuestionable cineastas a los que presumía inteligentes como Víctor Erice y José Luis Guerín, entre otros. ¿El motivo?, no les gustaba sus más que críticas, sinceras opiniones sobre sus respectivas películas. De todo este follón habla en el libro, pero no hace mucha sangre.

Sí que hecho en falta en No sé si me explico una galería de fotografías (haberla tiene que haber y muchas de ellas, pongo la mano en el fuego, divertidas) pero estas carencias se suplen con la forma de pensar de un hombre que ha hecho casi toda la vida lo que le vino en gana. Una lección de vida, o el triunfo de la cigarra sobre la espartana hormiga.

Acostumbrado a no morderse la lengua, Boyero da un repaso a algunos personajes que, como un escritor y periodista tinerfeño que aparece en el libro, no salen lo que se dice muy bien parado. Con otros, por el contrario, muestra un afecto especial. Ese afecto que se convierte en cariño y que uno imagina que es marca de la casa, una seña de identidad de Carlos Boyero.

Pero llamar a No sé si me explico memorias es demasiado porque no lo son. Son en todo caso recuerdos que se han ordenado en capítulos (25 en total) en los que habla de su Salamanca natal, ciudad con la que mantiene una relación de amor y odio y su amor por el cine, las mujeres, las drogas, el sexo… No son capítulos densos sino más bien conversaciones que uno podría mantener con él en la barra de un bar o en la mesa de un restaurante compartiendo una buena comida y un vino de excelente cosecha. El hedonismo de un hombre que se confiesa de izquierdas pero al que le gusta vivir como un burgués acomodado, lo que no tiene nada de malo. La pregunta que uno se hace al llegar al final del libro es ¿cómo demonios lo hizo?

Mucho me temo que la respuesta se la llevará al otro mundo. Ni él mismo se lo explica en el último e interesante capítulo de la obra. Un autorretrato, El tal Boyero, que dibuja con palabras y en el que escribe:

“A Carlos no le gusta Boyero. Está un poquito harto de él. No se llevan bien” claro que, concluyo, no sé si se explica…

Saludos, canela en rama, desde este lado del ordenador

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