Día del Libro. Un paseo sentimental por las librerías de viejo, de ocasión y de libros usados de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna

“De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”.

Jorge Luis Borges

No me gusta celebrar el Día del Libro porque todos los días deberían estar dedicados a ellos pero como nos movemos por fechas para que despierten nuestras dormidas conciencias me sumo hoy a esta celebración hablando de una serie de garitos, en el mejor sentido de la palabra, como son las librerías de viejo, de ocasión, de libros usados que a mi, personalmente, me han deparado grandes sorpresas y la oportunidad de completar con ediciones raras la biblioteca de mi casa, que se reparten en tres habitaciones de la mansión en la que vivo, con libros en las estanterías y en el suelo porque el espacio no da ya para más.

Afortunadamente resido en una ciudad que ha contado con buenas librerías de viejo, como Sonora, después tienda de discos con el mismo nombre que recientemente cerró sus puertas, y la inolvidable Música y labores, que estaba situada en la avenida de Ramón y Cajal, espacio que hoy ocupa una barbería. Recuerdo de Sonora a su responsable, un tipo con gafas oscuras, bigote moteado por la nicotina y vozarrón de garganta quemada de tanto fumar y un cartelito en el que se leía algo así como “Libro prestado, libro robado”, lo que es una gran verdad.

En Música y labores no es que se comprara demasiados libros, que libros poquitos, pero sí colorines, historietas, tebeos y sellos y monedas antiguos entre tanto cachivache de una época pretérita y para mi desconocida.

Ya lo conté en alguna ocasión, el señor que la llevaba era muy bajito y además de parecerse al Elmer de los dibujos animados de la Warner Brothers, siempre llevaba una bata de color azul cobalto y un lápiz colgado en una de las orejas. Cuando comprabas o vendías algo (en mi caso cómics) se quitaba el lápiz de la oreja, chupaba la punta y escribía las cuentas con letra grande en un cuaderno de tapas amarillas.

Solía ir mucho con uno de esos amigos que luego el tiempo hace que desaparezcan de tu vida aunque cuando nos reencontramos parece que fue ayer cuando nos dijimos adiós, y entre los dos fabricamos la leyenda que aquel gallego que vivió en la Cuba pre-castrista y al que se le encendían los ojos cuando evocaba su vida en La Habana, conocía los secretos del kárate y kung-fu, así que mucho ojo con él.

Recuerdo años más tarde que una familia que tuvo un puesto en el rastro en el que se vendían discos, libros y pósteres y carteles de películas, montaron una por el barrio de Duggi pero no recuerdo ahora su nombre ni la calle y es probable que haya más. No añado el Rastro ni la caseta azul que lleva actualmente un tipo que parece sacado de una película de marcianos y que por su mal carácter me perdió como clientes hace ya muchos años. Una pena, porque ahí conseguí libros curiosos, completé mi colección de títulos de John le Carré y adquirí una biografía del productor Samuel Goldwyn la mar de interesante.

Descubro esta misma mañana que la asociación Blanco y Negro de El Toscal, en la calle de San Marín, organiza desde el 23 de abril al 30 mayo la Feria del Libro Viejo, así que no me la perderé ¿y tú?

En la actualidad, la capital tinerfeña cuenta al margen de los puestos que se diseminan por la superficie del Rastro los domingos y alguna librería que liquida libros, como hizo recientemente Unicornio tras cerrar definitivamente sus puerta hace apenas unas semanas, con Solican y Re-Reader.

Solican se ha convertido para quien les escribe en un referente y en uno de esos espacios que si puede visita todos los días no ya por si encuentra alguna remesa nueva de libros que reciben como donación sino porque me siento bien saludando a los que la llevan y cuando recorro el establecimiento donde las estanterías se doblan por el peso de los volúmenes. Libros que venden a precios de risa, solo a uno o dos euros. Y dinero que dedican para obras de solidaridad con los desfavorecidos. Gran parte de los libros que he comprado en los últimos años (muchos de ellos maravillas no sé si bibliográficas pero sí para mis sentidos lectores) vienen de ahí, un espacio que primero estuvo en el centro comercial que está próximo al Mercado de Nuestra Señora de África aunque hoy se localiza en la calle del padre Anchieta, la que es paralela a la avenida de San Sebastián que viene a morir, precisamente, en ese mismo Mercado de Nuestra Señora de África donde antaño se situaba una señora ¿o era un señor?, que vendía novelas usadas. Ya no lo ves pero recuerdo verlo en ese pasado que cada día se va borrando de mi memoria.

Relativamente reciente y en la calle Imeldo Serís de la capital tinerfeña, la misma en la que se ubicaba Sonora solo que mucho más arriba, se encuentra Re-Read una franquicia de libros lowcost cuyos precios oscilan entre los cuatro euros (uno), seis euros (dos) y doce euros (cinco). Y sí, somos muchos los que todavía lloramos el cierre de El libro en blanco, que estaba situada en la calle de Juan Pablo II (antes del 18 de julio) que fue un agradable experimento entre café y librería (como la Librería de Fran, o Frank, que estaba en la Rambla de Pulido) y en la que se vendían novedades y en el segundo piso, al que se accedía por una estrecha escalera, libros viejos y de ocasión. Lástima que se fueran y que no dijeran ni adiós a sus clientes más exclusivos.

En La Laguna, el lector sin demasiados posibles puede encontrarse con auténticas sorpresas en veteranas instituciones como Tenifer, en la calle de Delgado Barreto que hoy ocupa un local mucho más grande que en donde se encontraba originalmente. Desapareció demasiado rápido La sala de máquinas (calle El Juego, también en La Laguna) aunque abrió hace ya unos años otra de Solican en la ciudad de los Adelantados con precios semejantes a la que encontramos en la capital tinerfeña. En La Laguna se encuentra también Entre Libros pero la verdad es que no sé si continúa abierta o cerró porque hace tiempo que no voy por esa zona (calle de Luciano Ramos Díaz) pero investigando por la red parece que sí está abierta.

Y este es el repaso, veloz como Speedy Gonzales, a las librerías de viejo, de ocasión y libro usado que uno puede encontrarse tanto en Santa Cruz como en La Laguna. Es probable que me deje alguna en el tintero y que en otras poblaciones de la isla de la que soy, Tenerife, se encuentren otros resistentes, como en su día hubo en el Puerto de la Cruz y en La Orotava, donde ignoro si sigue abierta la cafebrería Tifinagh, iniciativa que como El libro en blanco fusiona cafetería con librería, en este caso con libros “perdidos y los nuevos por llegar”.

Y eso es todo de momento. Espero que les haya servido de guía y que visiten estos establecimientos que le dan no ya una segunda oportunidad sino veinte a ese libro que terminó por azares de la vida en una librería donde huele a viejo y a prestado, un aroma que solo los sibaritas son capaces de apreciar porque un libro manoseado, con los lomos reventados o no, esconde además del secreto de las palabras que cuentan historias con hojas muertas en su interior, un calendario de un año que ya pasó o un billete de metro o de avión con rumbo a Madrid o Barcelona. También un puñado de fotos (me ha pasado) en la que aparecen personas que desconoces pero que te sonríen desde ese recuadro en blanco y negro congelados en el tiempo, como si las horas ya no pasaran para ellos.

En fin, que si leer es un mundo, leer un libro usado y de ocasión es toda una aventura. Fíjate en lo que subrayó su anterior lector (más que propietario) e intenta descifrar esas notas escritas de manera apresurada y a lápiz en uno de los márgenes de ese objeto que descansa entre tus manos. Mira a quién está dedicado en puño y letra, y si es de un autor al que reconoces mientras te preguntas porque se deshicieron de él… Probablemente porque falleció quien lo tuvo y la familia para desprenderse lo dejó en esa librería que recoge donativos en cajas de cartón abarrotadas de libros y más libros de editoriales que ya no existen pero por las que sientes, siempre sentirás, una enorme gratitud. Lo mismo que siento por esos establecimientos que hacen que nutra mi biblioteca día sí y día no buscando una sanación que no es perfecta, me consta, pero sí que me ayuda a seguir adelante ya que como dijo don Jorge Luis Borges: “El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo”.

Saludos, lean, carajo, desde este lado del ordenador

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