Gloria bendita
No me pasaba antaño aunque últimamente se está convirtiendo casi en una manía. Me refiero a cuando coges un libro, lo empiezas y cuando ya vas por la páginas 100 te das cuenta que no te gusta, que no hay química, que esa voz que te habla te aburre. Así que escoges otros, buscando con mirada crítica en tu biblioteca uno de esos títulos que has adquirido y que dejaste en el estante esperando la hora que te llamara.
Me encanta rebuscar en mi biblioteca. Así como en la de otros, y en las librerías, y en los puestos de viejo y en los rastros. Es una aventura que, pienso, los que no han tenido la suerte de experimentar por dejadez o porque no le atraen los libros (sólo sirven como papel higiénico o para que obtengas un buen fuego) no saben lo que se pierden. En esta tontería que me envuelve y a la que acompaña las altas temperaturas que estamos sufriendo, he llegado a la conclusión de que este es uno de los mejores momentos de mis días. Y es que el libro además de lo que promete también tiene algo de fetichista. Yo, por ejemplo, soy los que tengo la manía de olerlos. Me encanta oler los libros. Ustedes me preguntarán que a que huele un libro… pues un libro huele a papel pero también es verdad que cada uno de ellos tiene su aroma particular.
De todas maneras, y aún majareta por la charla que tuve ayer y a la que le dediqué un post, no sé si esto de dejarme envenenar por los libros tiene su punto. Pienso en el viejo don Quijote (que es uno de esos libros del que todos hablan pero que casi nadie ha leido, salvo fragmentos aislados como este que les escribe sin ningún tipo de sonrojo) y en cómo se volvió tarumba con tantas historias de otros que él quiso que también fueran suyas.
Leer, escuchar música y ver una película –que son por norma general mis tres vicios confesos– me relaja y me transporta a otros universos que no es Canarias. Y no es que la tenga cogida con esta tierra linda, que aún lo es, sino por la atmósfera que se ha impuesto en todas ellas. Esta, que fue hace tiempo tierra de parientes, ahora lo es de absolutos desconocidos. Así que entiendan que busque refugio en novelas. Y que me encante perder el tiempo dando una vuelta por las librerías de la capital y de tanto en tanto de La Laguna. También que sea un habitual del Rastro, donde se me puede encontrar en los mismos puestos de siempre. El Rastro en su ya larga y agitada historia me ha dado recompensas de esas que no esperas salvo de tu mejor amiga/o. La vida continúa mientras tanto, en esta especie de plácida e idiotizada paz que me he sabido construir. Ajena a gritos, a histerias, a nervios por nada.
La vida es hermosa, reflexionas con el maldito cigarrillo entre los dedos, cuando eres tú y no otros los que te molestan. Si hasta toleras (pese a que deteste esta palabra) a los tipos que están haciendo obras encima de mi casa. Vamos, que estoy en uno de esos momentos de gloria bendita.
Eso sí, paseando con un libro bajo el brazo. A punto de abrirlo siempre cuando note que me asalta la sombra del aburrimiento. Qué vuelta más extraña a mi infancia, medito ahora, antes de poner punto y a final a este post.
Saludos caldos, caldos, caldos desde este lado del ordenador.
Julio 29th, 2009 at 7:29
Llevo tiempo leyéndote y me sorprende tu vehemencia (me refiero al post de ayer y a todos esos de indignación) a la vez que me impacta que aún hayan palabras para tantas cosas que pasan en nuestras islas… Así, quería felicitarte, me alegras los días.
“La vida continúa mientras tanto, en esta especie de plácida e idiotizada paz que me he sabido construir. Ajena a gritos, a histerias, a nervios por nada”: estoy contigo en esto.
un saludo
Mary
Julio 29th, 2009 at 20:20
Gracias, y un emocionado y bastante idiotizado saludo desde este lado del ordenador.
Julio 30th, 2009 at 22:03
Don Eduardo, cada día escribe usted mejor. No sé si es la edad, la mala leche o qué, pero es así. Da gusto leerle.