¡Torero! ¡Torero! ¡Torero!
En el día de ayer, cautivo y desarmado quien les escribe, asistió una vez más gratamente sorprendido a las salidas animadas de ayer y hoy del coordinador de Cultura, Patrimonio Histórico y Museos del Cabildo de Tenerife, Cristóbal de la Rosa. El comentario lo suelta en público, como quien no quiere la cosa, al finalizar la presentación del libro No dejes que muera de la escritora argentina Rita Gardellini en el salón noble del Palacio Insular, que así es como se llama al Cabildo para no reiterar Cabildo en el texto.
El bueno de Cristóbal, porque sinceramente creo que este pedazo de ser humano es un buenazo, comenta como quién no quiere la cosa que la fiesta de los toros no tiene tradición alguna, y que en Canarias, tierra amable por excelencia, no se tortura a los animales (salvo, pienso, a los gallos de pelea, a esas pobres criaturas que se sacrifican en el matadero y por si cae –que cae– algún cabestro humano).
No voy a ser yo el que salga en defensa de los toros pero no guardo mal recuerdo en mi imaginario gracias al entusiasmo que me transmitieron mi abuelo y mi padre, nacidos ambos dos en esta tierra santa canaria, y su noble pasión por lo que algunos llaman todavía sin temblarles la voz Fiesta Nacional. De hecho, y si no me falla la memoria desmemoriada, las islas cuenta con un torero que alcanzó relativa fama universal en el universo mundo taurino y a quien apodaron, con gracia andaluza, Pedrucho de Canarias, personaje a quien, curiosamente, el mismo Cabildo de Tenerife editó hace unos años un interesante libro con abundante documento gráfico con la intención de recuperar y rendir homenaje a su figura.
La verdad es que, a mi juicio, el buenismo de Cristóbal le hace pasar malas jugadas. O meter la pata no sé ya si involuntariamente… Guste o no guste, los toros y lo que le rodea no es, como lanzó inocente o gratuitamente una fiesta que carece de tradición cultural. ¡¡¡Rayos y truenos, qué para algo están los libros de historia!!!
Me imagino, por justificar tal desatino, que el bueno de Cristóbal se refería a que la Fiesta no tuvo anclaje en las Canarias, esta tierra que hoy va tan contenta por ahí cantando lo de libertad, libertad, sin ira libertad, pero olvida (¿es un suponer? y es que con Cristóbal nunca se sabe…) que esta ciudad tuvo y tiene, precisamente, una Plaza de Toros. Y que en esa Plaza de Toros hubo corridas mucho tiempo antes que galas de Carnaval, jolgorios navideños o inolvidables sesiones de cine de verano.
Hablo como canario y español que no maltrata a los animales de lo que bebí (y me siento orgulloso por ello) en mi infancia. Y mi abuelo y mi padre y sus amigos (muy buena gente) eran eso, canarios y españoles aficionados a la lidia. Y todo eso pese a que los pobres toros tenían que pasar una semana o dos de descanso antes de salir a la arena porque, según cuenta la leyenda, los animales astados llegaban mareados a la isla.
El bueno de Cristóbal contó otros chistes, cómo que no entendía que el diario El País publicara en su sección de Cultura las críticas taurinas, todas ellas muy bien escritas, y no cantó más folías en contra de esa Fiesta porque el Minotauro del laberinto a veces se le antoja ser piadoso.
Lo mejor de este capítulo con aroma a Hora chanante es que cada día me aficiono más a las inspiraciones de Cristóbal de la Rosa, ese caballero torero, torero. Así que procuraré no perderme ninguna de sus salidas al ruedo porque siempre dice algo que, caramba, termina por alegrarme el día. Torero. Torero. ¡Viva nuestro platanito de Canarias!
Saludos, vuelta al ruedo y olé, desde este lado del ordenador.
Noviembre 26th, 2009 at 10:37
Me declaro antitaurino porque nunca he entendido el placer que le puede producir a la gente ver como se mata a un animal en directo pero sí que me consta que es una tradición arraigada en España y en otras latitudes con influencias nacionales. No estuve en el acto que usted describe en su comentario, por lo que no entiendo que se hablara de toros en la presentación de un libro escrito por una argentina, país que, si no me equivoco, no es de afición torera. No obstante, y frente a las declaraciones que usted recoge del señor de la Rosa, quiero decirle que las comparto en parte, aunque se pasara con lo de que en Canarias no se maltrata a a los animales. En algunas localidades de la isla continúan las peleas de gallos, un espectáculo degradante para quienes lo ven y para esas pobre criaturas que se matan en el terrero.
Noviembre 26th, 2009 at 22:35
Hubo otro torero canario, José Mata, natural de la Villa de Garafía, en La Palma. En la capital de su isla natal hay incluso una plaza con su nombre, en un lateral de la avenida de El Puente.
Noviembre 27th, 2009 at 12:39
Gracias por tu información, Porsiacaso.