Cuarenta años después el ‘Rey Lagarto’ continúa siendo un jinete en la tormenta
The end fue la primera canción que escuché de Jim Morrison con The Doors. Fue en Apocalypse now! En esa escena, ya saben, donde las aspas de un ventilador que cuelga del techo se confunde con la de los helicópteros artillados mientras el personaje protagonista de la cinta pone de manifiesto el horror, el horror de la carnicería vietnamita danzando y golpeando borracho su imagen reflejada en un espejo.
Tuve oportunidad tiempo más tarde de oír otros temas interpretados por Morrison e incluso me leí algunas biografías del personaje sin que terminara por caerme demasiado bien aunque gracias a su voz continuo disfrutando de la que, a mi juicio, es una de las mejores canciones del grupo: Raiders on the storm. Les invito a quedar atrapados en ella mientras suena en la oscuridad de cualquier habitación.
El motivo de este post es que tal día como hoy Morrison fallecía hace cuarenta años en circunstancias todavía poco claras en París, ciudad en la que esperaba envejecer atiborrándose de cervezas y gordo como la misma vaca que se sacrifica en Apocalypse now! al final de una película que hoy se han convertido en un gran clásico del cine de nuestro tiempo.
La temprana muerte del Rey Lagarto desinfló a una banda como The Doors –formada también por ese lumbreras a los teclados que fue Ray Manzarek, Robby Krieger a la guitarra y John Densmore a la batería– que quedó bastante tarumba al no contar con su legendario vocalista. De hecho, si algún éxito destacable tuvo el grupo tras la desaparición de Morrison fue con un No me molestes mosquito que queda muy bien para bailar en una verbena pero no para escuchar y dejar que te empape en la oscuridad de cualquier habitación como sí sucede con Raiders on the Storm o L. A. Woman por citar solo dos de los grandes temas de este fantástico conjunto.
Jim Morrison fue un producto de su generación, los revoltosos años sesenta, que para los que no nos sentimos herederos de su legado miramos con asombrosa mitificación.
Creo de todas formas que el mejor cronista de aquella época no fue ni un escritor, ni un poeta ni un músico sino un dibujante de tebeos llamado Robert Crumb.
En sus historietas se pueden sacar lecturas objetivas y bastantes cómicas de un tiempo que también tuvo su reverso tenebroso con la silueta de un tal Charles Mason y su enloquecida cruzada de Helter Skelter. Nunca le perdonaré a Mason que indujera, entre otros, al asesinato de mi llorada Sharon Tate, una de las víctimas involuntarias de su enfermiza Familia.
Cerdo.
Pero no nos alejemos del asunto.
Con esto pretendo decir que me gusta Jim Morrison con The Doors por su música y por las sensaciones que todavía me provoca cuando pongo sus discos en casa, pero que no soy un fanático de la religión del Rey Lagarto, sino un tipo que espera abrir las puertas de su percepción sin necesidad de tomar drogas cuando pone a todo volumen y a oscuras su música.
Oliver Stone, que es un cineasta que puede ofrecer lo mejor de sí mismo y también lo peor en su irregular filmografía, le dedicó a Morrison y al grupo una película, The Doors, que pasará probablemente a los territorios más mediocres de la carrera del cineasta.
Y no porque Jim careciera de carnaza biográfica, que sí la tuvo ya que fue uno de los grandes trovadores psicodélicos y oscuros de aquellos sesenta presuntamente impregnados de flores y filosofía que invitaba a un jugoso amor libre, sino porque su discurso resulta en el filme plano y malamente televisivo.
No obstante, soy consciente que habrá alguien que dirá que se trata de una buena película.
Allá ellos.
Escribo este post escuchando de fondo Raiders on the storm.
Y quiero imaginarme cabalgando en medio de una tormenta mientras el espectro de Morrison canta: Jinetes en la tormenta / Jinetes en la tormenta / En esta casa nacimos / A este mundo fuimos arrojados / Como un perro sin un hueso / Como un actor con deudas…
Y pienso que, demonios, vale la pena seguir siendo un jinete en la tormenta y gritar contra los vientos: ¡Rey Lagarto!, ¡Rey Lagarto!
Saludos, repitiendo como un tantra En esta casa nacimos / A este mundo fuimos arrojados, desde este lado del ordenador.