¿Cómo podemos ser tan ignorantes?
“La isla no era nada vivo en sí. Una aparecida, como un muerto aparecido. Uno sentía que por debajo de ella aleteaba algo que no aleteaba, que no tenía una vida muerta, que veía las cosas con ojos diferentes.”
Lino
Novás
Calvo.
Un escritor mayor que aún no se reivindica como se merece. De hecho, sospecho, no creo que su nombre sea reconocido por muchos. Aunque fuera reivindicado en su momento por venerables como Miguel de Unamuno o alumnos tan aventajados como Guillermo Cabrera Infante, para quien “cuando un día se escriba la historia definitiva del cuento en América, se verá que Lino Novás Calvo está entre sus maestros.”
Yo iría un poco más lejos que Cabrera Infante, Novás Calvo es uno de los gigantes de la literatura escrita en español de la segunda mitad del siglo XX.
Mi tropiezo con Novás Calvo está impregnado de torpeza barroca.
Hace mucho, mucho tiempo, descubrí en la poblada biblioteca de la casa de uno de mis tíos El negrero, novela editada por Austral que prometía, me enteré años más tarde y en palabras de Alejo Carpentier, una “extraordinaria historia de aventuras verídicas.”
No pude con aquel libro.
Pasado el tiempo, mientras buscaba un título con el que poner en orden el desorden de mi cabeza, me encuentro una vez más con El negrero, solo que editado en bolsillo por Tusquets.
Leo entonces la primera línea: “Pedro nació con la paz de Basilea.” Y doy saltos entre las páginas, deteniéndome en algunos de sus fragmentos. Y siento la llamada.
Y no lo leo. Lo devoro prácticamente.
El negrero es una de las mejores novelas que he leído este año extraño. Extraño por las enfermedades que genera. Extraño por la crisis que cercena. Extraño por la infelicidad que nos rodea.
Y concluyo que hay libros que necesitan su momento.
Dejar que pase el tiempo para redescubrirlos tiempo después quizá porque estaban precisamente ahí para que fueran leídos cuando el naufragio comenzara a ser no tan inevitable.
Al prologuista de la obra, Abilio Estévez, le pasa algo parecido.
Escribe: “En primer lugar, me encontré en condiciones de admirar el estilo ansioso, tirante, cortado de frases y apariencia desmañada. A las capacidades propias de cualquier gran escritor, al extraordinario talento narrativo, al poder de observación, la capacidad de ordenamiento de la sustancia narrada.”
Lino Novás Calvo cuenta en El negrero la vida de Pedro Blanco Fernández. Desde su adolescencia en Málaga, sus viajes por los agitados mares del Mediterráneo y las Antillas, hasta su final: dueño y señor de una factoría de esclavos en algún lugar de la costa del África occidental.
El relato de Novás Calvo es directo y sin concesiones. No hay asomo a falsos moralismos. Casi se pone en la piel de Blanco Fernández para explicar en viva voz un negocio donde la mercancía eran hombres, mujeres y niños.
También es una historia trágica y épica, trufada de momentos terribles que retrata a un hombre de su tiempo.
Un personaje, describe con pericia narrativa Novás Calvo, atrapado por las llamas de su destino.
Un salvaje civilizado que trabaja para una civilización salvaje.
No se busquen otras lecturas porque no las hay.
El negrero es una obra maestra, redonda, perfecta en su ejecución. Y me sabe a relato amargo.
Es imposible identificarse con su protagonista pero se lee su aventura existencial con la misma fascinación con la que se lee El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Solo que Pedro Blanco Fernández no es Kurtz. O quizá sea Kurtz si El corazón de las tinieblas hubiera sido escrita sin el protagonismo de Marlow.
Preso de la llama Novás Calvo me procuro los cuentos que publicó Tusquets hace seis años.
Y nuevo descubrimiento mientras me pregunto como hemos sido capaces de dar de lado a un gigante.
Otras maneras de contar recoge veinte narraciones que te secuestran los sentidos. Hay relatos que no es que sean buenos, son francamente excepcionales.
Pienso ahora en Cayo Canas, o la historia de un pirata atrapado en un territorio pasto de las llamas. O en el apasionante policíaco ¡Y baila, y baila, y baila! O en el emocionante Aliados y alemanes o ¡Trínqueme ahí a ese hombre! O Nadie a quien matar, relato despiadado sobre el nuevo orden que imperó Cuba tras el triunfo de la revolución liderada por Fidel Castro.
Carlos Espinosa Domínguez escribe en el prólogo: “El mundo que recrea en sus cuentos no es un mundo de buenos y malos, de explotadores y explotados: es, como expresó en uno de sus poemas de juventud, un mundo simple y dolorosamente humano. Su visión de esos personajes no es maniquea ni paternalista. Así, cuando se asoma a los escenarios rurales, no ve sólo hombres y mujeres desposeídos y acodados por la miseria, sino también a unos seres que habitan en una realidad a menudo violenta, donde la muerte es un hecho natural.”
Cuentos en definitiva en los que los personajes se enfrentan a la supervivencia y luchan por la tierra. Relatos en los que palpita la venganza resultado de malentendidos fatales. Historias, en definitiva, que tocan esa fibra sensible que nos hace ser un poco más nosotros mismos.
Afirma Guillermo Cabrera Infante en su imprescindible Mea Cuba que Novás Calvo “fue el primero que supo adaptar las técnicas narrativas americanas a una estructura verdaderamente cubana –y lo que es más, habanera–. En sus cuentos se oye hablar a La Habana por primera vez en alta fidelidad. Sobre todo a La Habana de las afueras, la que conversaba en Diezmero y Mantilla y Jacobino y Luyano y Lawton Batista: en los traspatios.”
Algunos explican que Novás Calvo no ha trascendido con la misma fuerza que otros compañeros de generación porque fue de los intelectuales que emigró cuando la revolución cubana mostró su corazón de sandía (verde por fuera y rojo por dentro).
Ninguneado por la progresía del momento, Novás Calvo muere en Florida. Olvidado por muchos pero recordado por unos pocos.
El gallego que recaló en Cuba con tan solo siete años iba a transformarse sin embargo en “el gran escritor cubano” que hoy pide a gritos su recuperación.
Y es que Novás Calvo trasciende fronteras.
Y por eso, solo por eso, su obra es literatura con todas sus letras.
Saludos, un 20-N de 2011, desde este lado del ordenador.
Noviembre 21st, 2011 at 23:03
Gracias, Eduardo, por desenterrar tesoros como este.
Noviembre 23rd, 2011 at 11:30
Gracias, Anelio, por tan generosas palabras.