Los hombres de ‘Geyper’
Creo que sentí lo mismo que Palmiro Capón –serie creada por Lalo Kubala– cuando me regalaron el primer Madelman, que fue el del hombre rana: “¿Qué… qué es esto?”
Los Maldeman eran muñecos articulados a los que podías cambiar la ropita y añadir nuevos accesorios para meterlos en cualquier aventura que se encendiera en tu cabeza. Siempre quise tener, aunque nunca lo tuve entre mis manos, el que iba de astronauta, con aquel traje 2001, una odisea espacial, pero sí que disfruté de otros tantos como el de safari y el de soldado (¡¡¡tenía al Maldeman negro vestido de militar verde olivo!!!) que me demostraron que, efectivamente, los Madelman lo pueden todo.
Fue tanta la afición con la que los Maldeman atontaron a mi generación que recuerdo como el hermano mayor de un amigo se montaba espectaculares hazañas con aquellos muñequitos al coserles sus propios sacos de dormir y guantes para que no pasaran frío. Cuando entrabas en casa de mi amigo, recuerdo que podías encontrarte a tres Madelman en sus saquitos en cualquier habitación mientras el hermano se iba de paseo.
Un día le pregunté a mi amigo qué forma de jugar era esa y me contó que su hermano imaginaba largas expediciones Madelman por toda la casa dibujando para ello un mapa con el que cual pudieran orientarse. Llegó a mostrarme uno de aquellos planos, donde un flechita de color rojo recorría la geografía de la vivienda.
Así, las habitaciones se transformaban en ese mapa en extraños territorios. El cuarto de baño, por ejemplo, hacía de uno de los polos en los que se divide la Tierra. La cocina, por el contrario, en un continente infernal y el salón en una difícil cordillera. La terraza se convertía a su vez en una jungla por las plantas depositadas en las macetas, y la azotea en un desierto enorme donde resultaba imposible encontrar sombra.
La moda Maldeman se vino abajo tiempo después con la irrupción de otros muñequitos, como los Big Jim, que movían los brazos si les presionabas un botón de la espalda y sobre todo, porque resultaban más sofisticados, los Geyperman, algo así como las muñecas Nancy pero para niños.
Yo, sin embargo, siempre preferí a los Maldeman. Probablemente porque fueron los primeros muñecos articulados con los que perdí momentos de mi infancia y primera adolescencia. Me encantaban que no tuvieran pies sino una cuña que ensartabas en las botas, aunque más tarde al parecer le añadieron los pinrreles, pero esa época no me tocó afortunadamente.
El caso es que cuando aparecieron los Geyperman, los Geyper se convirtieron en auténticas estrellas entre mis colegas de colegio.
Solo llegué a tener un Geyperman e iba vestido de cadete de West Point.
Y apenas jugué con él.
Y por varias razones:
1) El uniforme me resultaba demasiado bonito
2) No terminaba de creerme que a un cadete West Point le dejaran lucir barba, por muy bien recortada que estuviera y…
3) Su tamaño era el doble de un Madelman de toda la vida.
Los colegas del colegio intentaron convencerme de las bondades del nuevo juguete al indicarme que el Geyper podía empuñar cualquier cosa, lo que no hacían los Madelman, y que en su oferta de uniformes se encontraba la de oficial y soldado alemán de la II Guerra Mundial.
Pero ni con esas. Yo continúe jugando con mis Madelman dejando en su cajita al Geyperman vestido de cadete de West Point.
Escribo todo esto porque este domingo, 26 de febrero, falleció con 94 años de edad el empresario, Antonio Pérez Sánchez, que los hizo posible. Y su muerte ha significado –ya ven lo sentimental que soy– algo así como otro duro mazazo que me distancia cada día más de mi caprichosa infancia y adolescencia.
De la empresa de Pérez Sánchez salió otro juego que, si no me equivoco, debe aún de encontrarse, aunque sea cubierto de polvo, en cualquier casa de bien de este país llamado las Expañas. Me refiero a los Juegos Reunidos Geyper, en cuya caja aparecía dibujado el rostro alborozado de un crío. Y caja que contenía, entre otros pasatiempos, tableros en cartón con el juego de la Oca y el Parchís. Así como sus correspondientes fichas y cubos de varios colores para agitar los dados.
No sé cuantas tardes me pasé tirando de Oca en Oca porque me toca e intentado llegar primero a la meta en ese juego de locos caníbales que es el Parchís. Pero algo mágico tenían aquellas tardes en las que las horas se iban con la única musiquilla del dado agitado en el cubilete.
Al parecer, la empresa de Pérez Sánchez fue también la que sacó adelante los Walki talki, que a su manera son como una especie de antecedente cavernícola de los teléfonos móviles para una pibada que en aquellos años ni soñaba con esos aparatitos que se han hecho tan molestamente imprescindibles en la actualidad.
Así que yo recuerdo al empresario juguetero sobre todo por los Geyperman y sus fabulosos Juegos Reunidos. Aunque más por los Juegos Reunidos que por los Geyperman. Ya dije que siempre fui más de Madelman.
¡Ah los Madelman…!
¡Y esos extraordinarios Madelman tuneados de mi querido y hoy ausente Enrique Cichosz!
Saludos, aún recuerdo aquello de ¿qué… qué es esto?, desde este lado del ordenador.
Febrero 27th, 2012 at 22:58
Debimos quedarnos con los indios y cowboys de Jecsan y Comansi. La irrupción de los muñecos articulados (Madelman, Geyperman , Actionman) de entonces correlaciona probablemente con la proliferación homosexual actual.
Febrero 27th, 2012 at 23:06
Link al Madelman Republicano. La moda que viene:
http://www.madelmanyfigurasdeaccion.com/viewtopic.php?f=19&t=2195
Febrero 27th, 2012 at 23:30
ha dado usted en el clavo, Gayman… bueno, bueno, bueno…
Febrero 28th, 2012 at 5:46
Creo que el hermano de tu amigo era yo, debo reconocerlo. Y el puto amo de la manada (Guardiola dixit) era El Pirata Negro. Aún hoy lo tengo.