Wodehouse, mormones, ‘ñoras’ y el puto abismo
Me tropiezo con dos mormones, gringos ellos aunque hablan un español de Valladolid que te espantas, que me prometen la salvación eterna. Les digo que una vez intenté leer el Libro de Mormón y que su padre fundador, Joseph Smith Jr., no deja de resultarme un extravagante producto del salvaje oeste americano.
Lo suelto sin ánimo provocador, más bien fascinado cuando descubrí su verdadera historia en un libro que compré de saldo titulado La epopeya del oeste. Lo firma Edward Goodman, pseudónimo tras el que se escondía el anarquista y escritor de novelas baratas Eduardo de Guzmán.
El capítulo que dedica a los mormones resulta demoledor, pero esto no se lo digo a los gringos de ojos que de tan azules casi parecen transparentes.
Me separo de los misioneros trajeados pese al calor africano que cae sobre la ciudad con un hasta luego conciliador. Ellos sonríen beatíficamente, e incluso quiero ver en esa mirada de azul casi transparente una ligera decepción por no haberme captado.
- Los que no han visto la luz continuarán mirando al abismo.- me dice el más bajo.- Pero aún hay tiempo para la salvación.
- Nos vemos un puto día de estos en la Ciudad del Lago Salado.- susurro mientras veo como se alejan y a la altura de la fuente de la Plaza de la Paz (¿se llamará así todavía?) se detienen ante una señora que los esquiva con la agilidad de un jugador de baloncesto.
Ahora hablo por el móvil, y la voz que suena al otro lado del móvil me anuncia que un amigo se ha convertido al Islam y que otro se ha convertido a los Testigos de Jehová. Por lo que me pregunto, mientras llego a casa, si todas estas conversiones es signo de los tiempos.
Estos tiempos en los que “no han visto la luz continúan mirando al abismo.”
Tirado en la cama leo Niños feroces de Lorenzo Silva, que me parece una novela de quiero pero no puedo que por momentos llega a exasperarme. Dejo el libro y cojo en su lugar El inimitable Jeeves, de P. G. Wodehouse porque es un autor, y El inimitable Jeeves en concreto, una obra que me hace sonreír y por lo tanto olvidarme del puñetero abismo.
Jeeves lo consigue.
Hasta que suena el timbre.
Como le he dado el día libre a Jeeves me levanto y voy a abrir la puerta.
Me encuentro con dos ñoras algo entradas en carnes que me pregunta si pueden pasar. Mientras proceso si debo o no hacerlo, la pareja cruza el umbral y se introducen en el salón.
- No soy socio del Círculo de Lectores.- me atrevo a balbucear.
Las ñoras se ríen. Pero la risa resulto falsota.
- No, no venimos del Círculo de Lectores, hijo.- me suelta la más gruesa, que se sienta en mi sofá de terciopelo rojo. La otra hace lo mismo en mi sillón de orejas. La más gruesa saca unos folletos de una carpeta verde que deja sobre la mesa donde se amontonan esos libros grandes y encuadernados que nunca lees y que dejas en la mesita para que las visitas vean lo sensible que eres. También lo estúpido por gastarte el dinero en esas cosas inútiles.
- Bahaus.- Lee la ñora más gruesa leyendo el título de uno de ellos.- ¿Bahaus?
- ¿Bahaus?.- le contesta con una pregunta su compañera.
Me encojo de hombros.
- Bueno, hijo… -comienza la ñora más gruesa con uno de los folletos en la mano.- ¿es usté feliz?
- ¿Feliz?.- escupo.
Me miran las dos con inquietante ternura.
- Bueno… Yo…. Tal y como están las cosas… Claro que… Ya saben ustedes a lo que me refiero…
- Hijo, se ve que usté no es feliz. El camino a la felicidad lo encontrará leyendo este folleto. Ande, ande, coja el folleto.
Obediente cojo el folleto que me tiende con la mano. Una mano de las que me llama la atención las uñas pintadas de rosa.
Le echo un vistazo al folleto. Un dibujo me muestra a un tipo de rostro bondadoso, barbita tipo candado bien recortada y halo alrededor de la cabeza. Está rodeado de niños. Encima de la ilustración y con letras grandes se puede leer: ¡Dejad que se acerquen a mí!
- ¿Y esté quién es?
Las dos ñoras se miran escandalizadas.
- Pues Jesús. Jesucristo, el hijo de Dios.
- Ustedes han venido a convencerme a que no me tire al abismo….
- ¿Abismo?… Dios –no nosotras– nos dice: No te tires de cabeza al infierno…
- ¿Qué es el abismo, verdad?
- Aún puedes salvarte… Ver la luz….- dicen las ñoras a la vez.
Me empiezo a abanicar con el folleto.
- Soy mormón.
- ¿Maricón? Eso se cura, hijo.
- No, no… que soy masón.
- ¿Un cabrón?
- Eso se cura también.- dice la ñora sentada en el sillón de orejas.
- Señoras, hagan el favor.- susurro poniéndome en pie e invitándolas a que abandonen la casa.
Cuando cierro la puerta, la más gruesa me deja un puñado de folletos en la mano.
- En Dios está la salvación.- dice.
- Y cuídese del Bahaus, cabrón, maricón.- grita la otra.
Regreso al salón, donde aún flota en el aire el perfume de las dos ñoras.
Me siento en el sillón de orejas desde donde miro al techo. Rompo, sin reparar en ello, los folletos que tengo entre las manos.
Y pienso, sin que me importe demasiado esa es la verdad, si seré ateo gracias a eso que llama Dios.
LEED LA PALABRA DE WODEHOUSE
“Rocky era poeta. Por lo menos, cuando hacía algo, escribía poesías; pero la mayor parte del tiempo, por lo que sé, se lo pasaba en una especie de nirvana. Una vez me contó que podía pasarse horas enteras sentado en un seto siguiendo los movimientos de un gusano.
Su programa de vida estaba muy bien diseñado. Tres días al mes los ocupaba escribiendo alguna poesía; los restantes días del año, descansaba. Yo no sabía que la poesía diera tanto dinero como para mantener a una persona, aun del modo en que vivía Rocky. Pero parece que si se hacen poesías a base de consejos para la juventud, y se prescinde de las rimas, los editores norteamericanos se pelean por ellas. Rocky me enseñó una vez un poema suyo. Empezaba así:
¡Vive!
El pasado está muerto,
el futuro ha de nacer.
¡Vive hoy!
¡Hoy!
¡Vive hasta el último nervio,
hasta la última fibra,
hasta la última gota de tu sangre !
¡Vive !
¡Vive!
Seguían otras tres estrofas, y el conjunto estaba publicado en la contratapa de una revista, con una especie de orla alrededor, y un dibujo de un vistoso personaje desnudo, con músculos prominentes, que contemplaba el sol. Rocky me dijo que le dieron cien dólares por ese poema, y se estuvo en la cama hasta las cuatro de la tarde por espacio de casi un mes.”
Saludos, tarareando You are de top, desde este lado del ordenador.