Philip Marlowe, orgullo y prejuicio zombi
El anuncio de que el escritor John Banville está trabajando en una nueva novela con Phillip Marlowe como protagonista ha alterado el pequeño mundillo de los aficionados al triste y solitario detective privado creado por Raymond Chandler.
Unos acusan a Banville, que firma sus historias negras como Benjamin Black, de sacrílego.
Otros, entre los que me encuentro, recibimos la noticia con un ligero encogimiento de hombros.
Un ¿y qué, qué pasa?, conscientes, como es consciente el señor Banville que su novela sobre Marlowe no será una de Chandler.
Imposible superar al maestro.
Basta con leer las dos novelas que el sólido escritor Robert B. Parker dedicó en su día al private eye que interpretó en pantalla grande Humphrey Bogart o Robert Mitchum, entre otros, aunque Raymond Chandler confesara en más de una ocasión que su Philip Marlowe perfecto para el cine fuera Cary Grant.
Se sabe de la nueva novela del detective privado aficionado a los gimlets que se desarrollará en los años cuarenta en la ciudad ficticia de Bay City, en California.
El título no será publicado hasta 2013, así que habrá que esperar al próximo año para ver como se ha desenvuelto Banville/Black con uno de los iconos de la literatura policíaca.
Para serles sinceros, no me muerdo las uñas.
Por norma general, el resultado final nunca sabe al original. Por mucho que el escritor intente imitar el inimitable estilo de un escritor, en este caso gigantesco como fue Raymond Chandler.
Confeso seguidor del universo Bond, he sentido esa misma frustración leyendo las historias que otros escritores, con el beneplácito de quienes tienen los derechos del personaje creado por Ian Fleming, han hecho con las novelas del agente secreto.
Pierden la sustancia original.
En el caso de las historias de 007, sobre todo su exquisito hedonismo, hoy tan deliciosamente incorrecto.
Lo mismo me ocurre con los numerosos títulos que han continuado –unos con fortuna– las aventuras de Sherlock Holmes, de sir Arthur Conan Doyle. No me irritan las que en su día escribió el también cineasta Nicholas Meyer, aunque le falta ese algo que solo Doyle supo imprimir a su criatura literaria.
Criatura, cabe destacar, a la que intentó eliminar harto de que sus lectores solo le demandaran historias del personaje que lo consagró e hizo mundialmente famoso.
Lo que no entiendo es el revuelo, insisto, que se ha suscitado en algunos foros de Internet la nueva novela sobre Marlowe.
Sobre todo el grito de alarma que han suscitado aficionados que profesan, o casi profesan, un encendido y devoto amor con olor a sacristía a ese mismo Philip Marlowe.
Imagino que a Chandler –por otra parte un buen amigo de Fleming– está situación le haría partir de la risa.
“Si tanto me quieren”, pensaría, “que vuelvan a leer mis novelas y dejen la de Banville/Back en paz.”
“Y recordad”, escupiría con la voz rota por el alcohol, “que ahora mismo duermo el sueño eterno. Las cosas de los vivos no quiero ni verlas.”
(*) La imagen que acompaña este post corresponde al cartel de la versión cinematográfica de Adíós, muñeca (Dick Richards, 1975).
Saludos, dije y digo, desde este lado del ordenador.