Las miserias de la guerra según Pío Baroja
Es Miserias de la guerra de Pío Baroja –volumen reeditado recientemente por Alianza Editorial en su colección de bolsillo a un precio asequible en unos tiempos donde los libros ya no tienen precio asequible– un ensayo de novela cuya lectura provocará incomodidad en el lector.
De hecho, es un libro que parece que fue diseñado para perturbar a los defensores de la memoria histórica así como a las novelas y relatos que nos dejó escrito el maestro Baroja ya que la mirada que arroja sobre nuestra Guerra Civil, y concretamente sobre el Madrid de aquella Guerra incivil antes, durante y después de la contienda fratricida, es la visión de un hombre tremendamente individualista que no quiso casarse ideológicamente con nadie; aunque estas Miserias de la guerra, subtitulada Satunarles, sean más una colección de estampas que tiran a dar en la línea de flotación de una II República aún idealizada por unos y detestada por otros, cuyo gobierno fue incapaz –son palabras de Baroja– de poner orden para evitar la debacle que finalmente se cernió sobre las tierras de España.
Escrita con la convicción de que este país no tiene remedio, Miserias de la guerra es un libro con aparente desorden pero escrito como la mayoría de los libros de Baroja, con una sencillez y una improvisación que desarma.
El autor se camufla tras dos protagonistas para narrar una serie de hechos que, inevitablemente, ponen de manifiesto el caos republicano, y así da voz a Carlos Evans, militar y diplomático inglés; y Bernabé Williams, chófer de la misma embajada, con la pretensión de que sean testigos neutrales de la tragedia española.
Describe Baroja a Evans como un hombre de “carácter desapasionado y tranquilo, y la indiferencia fingida con que escuchaba las opiniones que más pudieran herir su sensibilidad, le permitían ocultar sus intimidades de una manera perfecta. Al miso tiempo, sabía enterarse con prudencia de cuanto le interesaba, todo ello sin llamar la atención y sin escandalizar a nadie.” Mientras que el dibujo que propone de Williams es el de un joven nacido en Río Tinto, “hijo de inglés y de andaluza, hablaba los idiomas de sus padres desde la infancia.”
A través de estos dos personajes “neutrales”, Baroja escribe el relato de una guerra que no vivió, ya que se encontraba en el exilio, pero se preocupa en despojar de heroísmo la resistencia de la capital de España a la que dibuja como una ciudad tomada por bandos extremos, bandas de pistoleros e injusticias que sin llegar al lírico dramatismo de derechas de Agustín de Foxá en su Madrid, de corte a checa, sí que refleja el ambiente de descomposición y terror que dominó la villa durante los primeros meses de la guerra.
El escritor vasco no desea posicionarse con nadie, aunque carga las tintas sobre los grupos de anarquistas y comunistas que aplicaron su peculiar sentido de la justicia social por las calles madrileñas mientras el gobierno era incapaz de serenar los ánimos. De poner orden entre tantas ganas de revancha.
Pese a su discurso pro nacional, Miserias de la guerra fue un título que permaneció durmiendo por culpa de la censura franquista hasta 2006, fecha en la que la novela fuera recuperada e injustamente relegada al ser considerada una obra menor del autor de Zalacaín el aventurero, así como un título que pese a su neutralidad se escora inevitablemente hacia el lado de los vencedores. Ello podría explicar que su resonancia apenas trascendiera en aquel entonces, y que su publicación ahora en edición de bolsillo pase desapercibida para muchos lectores aficionados a leer novelas ambientadas en uno de los peores periodos de la historia de España.
Nada más comenzar la novela, Baroja hace preguntarse a Carlos Evans: “¿Quién triunfará? No lo sé. Dependerá de las fuerzas de unos y de otros, y de la actitud del extranjero. Falangismo y comunismo son entelequias que no tienen gran valor práctico, pero son banderas que llevarán las fuerzas a un lado o al otro.”
Más adelante, le hace decir: “La verdad es que el español es terco en estas cuestiones de política. Es terco y feroz y disimulado cuando le conviene.”
Respecto a la clase política concluye por boca de su personaje: “Estos políticos españoles que pasan por hábiles, son torpes y hasta cándidos. Sin son revolucionarios, yo creo que son como niños, unas veces cándidos y otras veces brutos, pero nunca hábiles. Un francés o un italiano les dan cien vueltas.” Y añade más adelante: “Parece que se han abierto los parques y se han dado armas de fuego a todos los que la pedían. Es un disparate, porque es entregarse al capricho de la masa popular que procede por impulsos del momento.”
España, resalta Evans, “ya no tiene, desde hace muchos años, genialidad ninguna. Resulta un país pesado, turbio, sin gracia. Hasta los toreros se han vuelto patosos como dicen aquí.”
Miserias de la guerra está trufada de otras tantas reflexiones patibularias, donde el noventayochista escritor que fue Baroja pone de manifiesto su dolor por España con marcado acento desesperado.
Los iniciados en la literatura barojiana se han apresurado en asegurar que no se trata Miserias de la guerra de uno de los mejores títulos de su producción, pero como novela desordenada sí, pero como novela donde vuelca su escepticismo al carácter que nos define como nación, Miserias de la guerra es un título que funciona como referente para estudiar desde el punto literario lo que significó la gran tragedia española. Tan grande, escribo, porque todavía continúa dividiendo en dos mitades este país que parece que no perdona aunque olvide con tan pasmosa facilidad la razón de que no perdone.
Que no busque nadie entonces en Miserias de la guerra aliento épico en los derrotados ni en los vencedores. Sino brutalidad extrema la que ejercieron con aplastante igualdad ambos bandos enfrentados. Baroja concluye, amargado, que al final las víctimas son las de siempre, y los que se salvan los que al margen de ideologías nacieron con un fuerte sentido de la oportunidad.
Las críticas más encanalladas de Baroja van dirigidas a la clase política republicana y a los hombres y mujeres que formaron las improvisadas partidas anarquistas y comunistas que se dedicaron los primeros años de la guerra a limpiar las calles de Madrid de elementos indeseables, los famosos fachas. Muchos de los cuales, recalca Baroja, eran hombres y mujeres inocentes a los que el rencor cainita les sentenció a muerte nada más estallar el conflicto.
No, no resulta para nada cómoda la lectura de Miserias de la guerra, una novela en la que, entre otros personajes mal parados, se encuentra Agapito García Atadell, gángster de izquierdas que se dedicó a dar paseos y desvalijar con la tristemente célebre Brigada del Amanecer las casas de los ricos para aumentar su patrimonio personal y que sería detenido por los nacionales cuando el barco en el que huía hizo escala en el puerto de Santa Cruz de La Palma; y Guillermo Ascanio, militante del Partido Comunista de origen gomero a quien describe como persona de gatillo fácil.
Sean o no ciertas estas denuncias que pone en boca de sus dos protagonistas, Carlos Evans y Bernabé Williams, Miserias de la guerra es un libro de obligada lectura siempre y cuando queramos entender hasta donde puede llegar el desatado carácter español.
Un pueblo ciego, más cercano a los dos hombres que esperan molerse a palos que inmortalizó en cuadro Francisco de Goya, que a apostar por la educación y la cultura, a democratizar sus siempre encendidos sentimientos.
Uno concluye, pese a que haya arrugado más de una vez el entrecejo leyendo esta novela, que efectivamente España es un país que nunca tuvo remedio.
Saludos, entramos en Santa Semana, desde este lado del ordenador.
Julio 19th, 2013 at 23:38
Aunque de su generación el mejor escritor me parece, con gran diferencia, Ramón del Valle-Inclán, Baroja, Unamuno y Machado son autores sobre los que siempre merece la pena volver y revolver. saludos desde este lado.