El fondo de los barrancos
En la ciudad en la que vivo ves los barrancos desde los puentes.
Para los que desde las alturas los contemplamos, los barrancos de esta ciudad son territorio comanche.
Inexplorado, del que no se quiere saber nada. Una zona prohibida para los monos.
Mientras, observo los contornos del barranco desde los puentes. Y exploro con la mirada una belleza agredida y salvaje.
Allí una vivienda labrada en la roca, o aprovechando el recoveco de una pequeña cueva, en medio de piedras escarpadas y cubiertas de maleza y basura.
La basura se desparrama por las laderas de los barrancos aunque cuando llueve la arrastran ríos y cascadas de lodo. Yo lo miro entonces como un provinciano y castigado Gran Cañón del Colorado.
Cuenta Jesús Castellano que en estos puentes solía tirarse la gente. Y recuerdo algo de eso. De ver a policías y algún histérico pegando grititos porque alguien se había tirado. Hoy, en uno de esos mismos puentes, suele haber un control de seguritas y chaquetas rojas en la parada del Tranvía para velar que nadie viaje gratis.
En otro de los puentes, y en el que casi no te puedes alongar para ver el fondo del barranco, la cosa es más elemental.
Tiene colgado una ristra de candados cerrados.
Y se supone que las llaves parar abrirlos están en el fondo del barranco…
… O eso dicen, cuentan…
Yo a veces miro para ver si encuentro alguna llave que abra uno de los candados pero hasta ahora no me ha cegado ninguna con el resplandor.
Recuerdo pocas incursiones por los barrancos.
En una de ellas acompañaba a dos amigos con nuestras respectivas escopetas de balines.
La idea era jugar a que uno se escondiera y los otros dos lo encontraran para pegarle tiros.
Escondido en una cueva y con mi escopeta entre las piernas esperé como un apache a que aparecieran los que iban de vaqueros.
Y entonces apunté
(*) En la imagen: Charles Bronson como Chato, el apache (Michael Winner, 1972)
Saludos, bonus track, desde este lado del ordenador.
Diciembre 19th, 2013 at 7:14
Mi padre se crió en y luego junto a el barranco de Santos, en Santa Cruz. Recuerdo la primera vez que fui con él a visitarlo mientras me señalaba las casas donde había vivido allí y la fuerza con la que antes corría el agua por aquel barranco camino del mar: el año en que fui con mi padre era muy seco y no corría alguna por allí. El viernes pasado, mientras esperaba a Sabina, me asomé un momento al mismo barranco que mi padre me había enseñado a descifrar cuando aún era un niño y vi correr el agua que él recordaba y no esperaba ya volver a pasar por allí. También yo me crié no en, pero sí muy cerca de un gran barranco al que muchas veces bajé a jugar de niño, solo o acompañado, hasta que mi madre me lo prohibió. No sé bien qué he visto en ellos o que me he perdido con el tiempo; pero aprendí a recordarlos y a esperar de ellos lo que ya nadie espera. La vida siempre es inexplicable y te coge por sorpresa, quizá es por eso que vale la pena seguir en ella, a ver qué ocurre. Buenos días desde la otra orilla del barranco.
Diciembre 19th, 2013 at 13:42
Buenas tardes ya no desde la otra, sino de la misma orilla del barranco.