Ese abuelo llamado Bukowsky
“Pero ¿qué era justo? ¿Ha habido alguna vez un instante de justicia para los pobres? Toda esa mierda sobre la democracia y las oportunidades con la que los alimentaban era solo para evitar que quemaran los palacios. Claro, de vez en cuando había un tipo que salía del vertedero y lo conseguía. Pero por cada uno que lo conseguía había cientos de miles enterrados en los barrios bajos o en la cárcel o en el manicomio o suicidados o drogados o borrachos. Y muchos más trabajando por un sueldo de miseria, desperdiciando sus vidas por la mera subsistencia.
La esclavitud no ha sido abolida, solamente se ha expandido para incluir a nueve décimas partes de la población. En todas partes. Santa Mierda.”
(Fragmento de Acción, cuento incluido en Hijo de Satanás, de Charles Bukowski, Anagrama. Traducción: Cecilia Ceriani y Txaro Santoro)
El 9 de marzo se cumple el veinte aniversario de la desaparición de Charles Bukowski, un escritor que alcanzó fama y reconocimiento en su madurez existencial y que para alguno es padre fundador del realismo sucio.
Al margen de otras consideraciones, apenas conozco a un terrícola que no haya leído a Bukowski. En los ochenta y noventa fue un autor bastante popular entre la fauna de aprendices a escritores. La clave era que su estilo resultaba cómodo e imitable, aunque la mayoría no le llegaba, ni le llega, a la suela de los zapatos porque el universo de Bukowski solo le pertenece a Bukowski.
Mejor cuentista que novelista, aunque sigo considerando La senda del perdedor como una novela más que potable, el mundo bukowskiano está casi monopolizado por su álter ego, Henry Hank Chinasky, y una serie de relatos muy urbanos que se desarrollan mayoritariamente en bares y moteles de mala muerte. Los personajes que pueblan sus historias proceden, de hecho, de esos mismos bares y moteles de mala muerte. Carne de horca, escoria, perdedores que ahogan sus miserias tomando alcohol. Demasiado alcohol mientras fuman cigarrillos.
Resulta muy fácil dejarse capturar por ese ambiente de pobreza teñido de turbiedad, y conocer a través de sus diálogos –Bukowski fue un excelente escritor de diálogos– los anhelos que conmueven a la mayoría de sus marionetas. Hombres y mujeres de la calle, solitarios por naturaleza, gente que ha perdido cualquier entusiasmo por esto que llamamos vida.
Bukowski es un escritor incómodo, sin embargo, para los que dicen leen alta literatura. Y entiendo que resulte incómodo. El autor de libros como Factótum o Cartero si de algo presumió cuando formó parte del equipo de narradores con éxito no fue, precisamente, de la calidad de sus libros sino de su sed, aparentemente insaciable, por beber alcohol.
Sus borracheras forman parte así de la leyenda que se forjó como tipo duro. Un tipo duro con cabellera desordenada y el rostro plagado de viruela, testigos como cicatrices de su mala y desordenada vida.
Como muchos otros compañeros de generación, los relatos y novelas de Bukowski, que publicaba la colección Contraseñas de Anagrama, se convirtieron en libros de obligada lectura porque desconcertaban mientras que a otros simple y llanamente les molestaba. No fue, ni continúa siendo en este sentido, un escritor políticamente correcto, pero sí que es hoy todo un clásico y referente de la subcultura.
No sé cuántos libros habré leído de Bukowski, hay varios de ellos amontonados en las estanterías de mi caótica biblioteca. Ahora mismo, ya ven, leo Hijo de Satanás y no deja de sorprenderme el abuelo pese a que sea consciente que la lectura ya no me sabe a lo mismo que cuando lo descubrí por primera vez.
De todas formas, regresar a Bukowski ha sido como encontrarme con un amigo al que le había perdido la pista… Al principio lo examinas con la intención de detectar hasta dónde ha cambiado, luego te relajas cuando notas que sigue siendo el mismo de siempre… Y eso es bueno pero también malo. Dentro de lo malo es que ya no sorprende como antaño ya que leído un libro de Charles Bukowski es como si hubieras leído todos sus libros.
Con todo, un abrazo Hank, es un placer saber que estás ahí.
Era natural que el cine se interesara pronto por adaptar algunos de sus cuentos y novelas, aunque el primero que lo hizo no fue un norteamericano sino un italiano, Marco Ferreri, en Ordinaria locura (1981), película en la que Ben Gazzara hacía del escritor. Escrita por el mismo Bukowski está El borracho (1987), de Barbet Schroeder, protagonizada por Mickey Rourke y Faye Dunaway, película que retrata bastante bien el universo de ebriedad que destilan las páginas de cualquier libro de Bukowski; y también Factotum (Bent Hamer, 2005), con Matt Dillon y Lili Taylor. Hay otras versiones cinematográficas de su obra, pero las omito porque no he tenido ocasión de verlas.
No sé, de hecho, si hay algún proyecto que baraje la posibilidad de recobrarlo para la pantalla grande… No sé, pero no me lo imagino en plan culebrón para la pequeña…
Con todo lo que ha caído, y ahora que lo vuelvo a leer, me doy cuenta que como otros a los que les picó el veneno, Bukowski es como ese abuelo ácrata y pasado de rosca que una vez quisimos tener. A él le debo, además, descubrir autores que según confesaba y no se cansaba de ponerlo en sus libros, le habían influenciado: Viaje al fin de la noche, de Céline, o John Fante, un talento desgraciado que se murió sin acariciar las mieles del éxito.
En cuanto a estilo les puede sonar a Ernest Hemingway, pero un Hemingway al borde del coma etílico.
No sé si son tiempos para recuperarlo. Pero su lectura me sigue proporcionando cierto ataque de conciencia. Luego algo tiene el abuelo…
Al final, la leucemia y no un hígado podrido de tanto alcohol, se llevó al bueno de Charles Bukowski.
Un escritor que apenas cuenta con lectoras pero sí con lectores. Entiendo las razones de que muy pocas mujeres se acercaran a su trabajo y creo que el viejo Hank también.
En una entrevista con Sean Penn manifestaba: “Piensan que soy un misógino, pero no es verdad. Es puro boca a boca. Escuchan que Bukowski es ‘un cerdo macho chauvinista’, pero no chequean la fuente. Seguro, a veces pinto una mala imagen de las mujeres en mis cuentos, pero con los hombres hago lo mismo. Incluso yo salgo mal parado muchas veces. Si realmente pienso que algo es malo, digo que es malo, sea hombre, mujer, niño o perro.”
Palabra de el abuelo. De el abuelo Bukowski.
Saludos, Santa Mierda, desde este lado del ordenador.