1280 almas de Jim Thompson cumple 50 años

Siguió murmurándome cosas y restregándoseme, alegando que iba ser una noche que yo no olvidaría jamás. Dije que apostaba a que ella tampoco y lo dije de veras. Porque tal y como me sentía, vacío como una flauta y con los riñones hechos polvo, me temía que no hubiera fiesta cuando llegáramos a casa de Rose. Lo que sigificaba que ella sabría que yo había estado con Amy. Lo que también significaba que podía coger la pistola que había comprado aquel mismo día y disparame en la zona culpable. Y con un recuerdo así, seguro que no me olvidaba jamás de aquella noche.

(1280 almas, colección Novela Policíaca, Editorial Bruguera, 1980. Traducción: Antonio Prometeo Moya)

Cuenta su biógrafo Robert Polito que 1280 almas fue la última gran novela que escribió Jim Thompson, autor de vida tormentosa, ahogada en alcohol, y escritor que malamente se ganó la vida con una serie de historias que tras su muerte –estas endemoniadas ironías suelen producirse habitualmente– alcanzó la categoría de grande mientras su cuerpo se disolvía bajo tierra.

Ya hablaremos de Arte salvaje, el ambicioso y más que recomendable retrato biográfico que sobre Thompson elabora Polito, pero aún nos quedan unas cuantas páginas para poner punto y final a su absorbente y documentado retrato sobre la vida y obra de un escritor que desde los años ochenta es objeto de culto así como de comparaciones francamente odiosas.

Mientras que para unos es un Céline de la literatura negra y criminal y para otros una especie de Dostoyevski de baratillo, se encuentran entusiastas que lo equiparan incluso con un Faulkner. Un Faulkner del arroyo.

No hagan caso sin embargo de ninguna de estas categorías y descubran a Thompson. Ojalá, pienso mientras escribo estas líneas, sirva este artículo para encender su interés en torno al trabajo de un peso pesado no ya dentro del género donde se le ha encajonado, sino de la literatura con todas sus letras. Ya saben, esa literatura de verdad que está escrita con la cabeza y sobre todo con las tripas.

Más de diez años separan las que, a mi juicio, son las dos obras redondas de Thompson. El asesino dentro de mi (1952) y 1280 almas (1964), novela esta última que celebra este año su cincuenta aniversario y razón que nos obliga a redactar un post que se mueve más por la rendida admiración del lector aficionado que por un análisis forzado y papanata de crítico literario. O de lo que sea, que lo mismo da.

Lo que desconcierta de 1280 almas es que cincuenta años después continúa agarrándote por el cogote y que el volumen tiemble entre tus manos porque el relato en primera persona que ofrece Nick Corey, sheriff de Pots Country, es de una virulencia extrema no apta para estómagos delicados. Una fotografía siniestra, narrada con sobresaliente tono burlón, en torno a una comunidad que su protagonista protege aparentemente aunque en verdad sea su demonio vengador.

Políticamente incorrecta para estos tiempos de fascismo dulce que vivimos, la ironía que late en cada una de las páginas de esta novela sirve de lección nihilista para enfrentarse a la realidad de todos los días. Más que ironía, y esto fue una característica de la mayoría de los personajes masculinos y femeninos de Thompson, Corey es un cínico psicópata por las circunstancias que le rodean. Siente demasiado asco de sí mismo y por lo tanto, sugiere Jim Thompson, asco por sus semejantes.

Con un personaje tallado así, lo natural sería sentir distancia pero el caso es que 1280 almas está narrada desde la perspectiva de Corey, y si bien no se está de acuerdo con lo que hace  ni comparte sus bajos instintos, digamos que el lector abrumado admite sus estrafalarias justificaciones, lo que lo convierte en un involuntario cómplice de las andanzas criminales ya que observa la realidad a través de su retorcido y estropeado punto de vista.

Como personaje, Nick Corey transmite a los pobladores de Pots Country una apariencia inofensiva y una actitud holgazana, pero esconde una inteligencia aguda que le ayuda a pergeñar sin descanso planes que le permitan ser reelegido frente a un contrincante sin trapos sucios y con principios. En su vida privada mantiene relaciones con tres mujeres muy distintas, y actúa en un entorno racista, clasista, puritano e hipócrita.

Sin embargo, cuando decide tomar atajos, la violencia no será un simple instrumento, sino una extensión de una manera de pensar y de sentir que considera inevitable en el entorno en el que le ha tocado vivir, revelándose como un psicópata muy alejado del tipo simple y anodino que pretende ser. Tampoco dudará en dejar que otros, inocentes o culpables de otros crímenes, carguen con las muertes que sus enmarañados manejos van dejando por el camino.

Novelas como ésta instalaron a Jim Thompson en el paseo de la fama de los escritores que pese a militar en las enlodadas aguas del malditismo hoy se codea con los gigantes que jamás metieron sus pezuñas en el cenagal.

Lo paradójico de su producción –irregular pero con destellos fulgurantes como 1280 almas– es que aún respira de extraordinaria buena salud. Será, pienso, porque la mayoría de sus historias más que despertar, agita conciencias.

Un fuera de serie, el viejo Jim.

En la ilustración la portada original de Pop. 1280, publicada hace cincuenta años en Golden Medal Books.

Saludos, un alma más, desde este lado del ordenador.

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