Fellini cien por cien
Si no me falla la memoria tuve la suerte de ver Amarcord en un cine que un grupo de resistentes llevaba entonces en la capital tinerfeña. Aquel grupo de resistentes se hacían llamar Yaiza Borges y tras rehabilitar el antiguo cine Tenerife en la avenida del general Mola hoy de las Islas Canarias, fue como una especie de oasis para espectadores que querían ver otras cosa además de lo que se estrenaba en las grandes salas que había entonces en Santa Cruz. Digo poco si escribo que me enamoré de aquellos recuerdos convertidos en película por Federico Felllini (Rímini, Emilia-Romaña, 20 de enero de 1920-Roma, 31 de octubre de 1993), cineasta que hoy hubiera cumplido cien años con una gran comilona y rodeado de amigos en una trattoria escondida en un callejón de Roma, la ciudad eterna a la que dedicó varias películas que encendieron mi interés por conocer la ciudad eterna, aquella que descansa a orillas del Tíber.
El cineasta que vino del mundo del cómic (fumetti que dicen en aquella tierra) y se casó con la gran actriz Giulietta Masina, rodó sus mejores películas cuando el eco del neorrealismo continuaba sacudiendo la conciencia del cine italiano y europeo. Así que me llevo a esa isla desierta con sala de cine El jeque blanco, Los inútiles, La Strada y Las noches de Cabiria y menos al de 8 1/2 y La dolce vita pero no al que firmó Satyricon y, ya se ha dicho, Amarcord, esa película que no me cansó de ver y que hoy volveré a visionar en reconocimiento a la carrera de un hombre por el que merece la pena gritar ¡¡¡viva Italia!!!, ¡¡¡viva Fellini y Nino Rota!!!
Anoche soñé que volvía a ver Cabeza borradora, un filme dirigido por David Lynch (Missoula, Montana; 20 de enero de 1946) y que salía del cine, entonces Price y de una sola sala o pantalla única como dice aquél, conmocionado, preguntándome qué diablos… Años más tarde y en Madrid volvió a seducirme aquel director con Terciopelo azul, cinta que se convirtió en un poema para una generación de espectadores que por aquel entonces no se cansaba de buscar referencias y sobre todo nuevos autores en eso que llaman cine. Anoche soñé las espontáneas reuniones en aquel viejo piso de la capital de España para ver Twin Peaks y susurrar su sintonía sin sospechar, entonces, cómo degeneraría la serie ni la carrera de un director que se vuelve cada vez más hermético, cerrado y en el que se confunde realidad con ficción.
David Lynch me hizo llorar con la belleza del monstruo en El hombre elefante y me metió literalmente en el bolsillo en Dune, que sigo pensando es una de sus películas menos comprendidas y en las que se fusiona el talento del cineasta con el fasto pop de la firma Laurentis. Comenzó a desinflarse con Corazón salvaje aunque lo reencontré en Autopista perdida y Mullholand Drive, no tanto en Inlad Empire. Una historia verdadera es otra cosa, un filme que no parece de David Lynch siendo cien por cien Lynch.
Saludos, hermanos y hermanas, desde este lado del ordenador