Qué buena pareja hacen, dirán los ángeles
La actriz Olivia de Haviland cumplió el pasado 1 de julio la respetable edad de 104 años y se nos fue hoy, 26 de julio, llevándose con ella a la última representante del Hollywood clásico.
La mayoría la recuerda por su trabajo en Lo que el viento se llevó, donde interpreta a la candorosa y sureña Melanie Hamilton, la joven que se casa con Ashley Wilkes, la obsesión de su íntima amiga Scarlata O’Hara, que es la protagonista de este intenso dramón ambientado en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos de Norteamérica. Sin embargo, y antes de verla en este largometraje que se ha convertido en una leyenda –leyenda que aún vive en la actualidad por razones que no tienen nada que ver con el cine– Olivia de Havilland siempre estará presente en mi memoria cinéfila por las películas que protagonizó junto al apuesto Errol Flynn porque, saben ustedes, hacían muy buena pareja.
Están juntos en Robin de los bosques, El capitán Blood, La carga de la brigada ligera, Dogde, ciudad sin ley, La vida privada de Elizabeth y Essex, Camino de Santa Fe y Murieron con las botas puestas, y la química que tienen los dos registra la misma intensidad con independencia de cual sea el filme. Cuando estaban juntos parece que solo una mujer como ella fuera capaz de, si no domesticar, sí que serenar al impetuoso actor gallardo y calavera.
Olivia de Havilland demostró con el paso de los años que no por ser estrella se había acostumbrado a interpretar siempre el mismo papel. Si la ven en La heredera no la reconocerán. Se trata de un clásico con todas sus letras del cine, y un filme donde compartió gracias y desgracias románticas con Montgomery Clift en una adaptación al pie de la letra de la novela de Henry James que dirige con talento William Wyler; trabajó también a las órdenes de Robert Aldrich en Canción de cuna para un cadáver (Hush, hush… Sweet Charlotte) y terminó su carrera en el cine en grandes producciones con grandes repartos de viejas glorias de Hollywood, entre otras Aeropuerto 77 y El enjambre, cine de catástrofe en estado puro aunque como películas no hayan resistido bien el paso del tiempo.
Hermana de Joan Fontaine,Rebeca, con Olivia de Havilland desaparece la última leyenda de Hollywood y con ella un cine irrepetible que ya no volverá. La pena por tanto que sienten los aficionados es sincera. Así que respetad las muestras de condolencia y en distintos idiomas que ha pronunciado un mundo que tampoco volverá a ser el mismo. Y eso que hace tiempo habíamos perdido la inocencia, o eso decían. Y dicen los agoreros que más que ver especulan sobre el futuro que nos espera.
Los que crecimos y la amamos sin conocerla como Olivia de Havilland sino como actriz sentimos su marcha como cuando se va alguien muy querido y venerable. Querido por lo feliz que nos hizo con sus películas, sobre todo junto a Errol Flynn, y venerable porque más que nuestra abuela se convirtió en la bisabula de generaciones de espectadores que, sobre todo cuando rebasó la barrera de los cien años, pensábamos que iba a vivir eternamente.
Olivia de Havilland nació un año antes que los Estados Unidos de Norteamérica entrara en la I Guerra Mundial y su carrera dio un gigantesco giro como estrella de la Warner durante los 40, en plena II Guerra Mundial y lo que restó de la década. Los años cincuenta también fueron generosos con ella hasta que se fue retirando del cine con apariciones esporádicas en los sesenta y setenta hasta despedirse definitivamente de la pantalla grande en los 80.
En ese momento, la actriz desapareció del mundo del espectáculo aunque se llevó a casa dos premios Oscar y la satisfacción del deber cumplido.
Fallece, ya se dijo, este domingo 26 de julio del 2020 y espero, si existe el más allá, que se encuentre con Erroly Flynn.
“Qué buena pareja hacen”, dirán entonces los ángeles.
* La imagen corresponde a Murieron con las botas puestas (Raoulk Walsh, 1941)
Saludos, adiós, desde este lado del ordenador.