Triste, solitario y final: Raymond Chandler
Los tres grandes mosqueteros de la novela policíaca son Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross McDonald aunque el aficionado al género que llevo dentro tiene en su altar particular otros escritores que no se caracterizaron, precisamente, por crear un personajes que trascendiera las páginas de sus novelas como Sam Spade en el caso de Hammett, Philip Marlowe en el caso de Chandler y Lew Archer en el caso de McDonald, sino por contar historias de los que estaban al otro lado de la ley o de personajes que se enfrentan solo a un mundo y a una sociedad corrupta (James M. Cain, Horace McCoy, David Goodis, W. R. Burnett, Dorothy B. Hughes, Patricia Highsmith, Vera Caspary).
Si uno destaca de entre todos ellos por al calidad de su escritura sigue siendo ese extraño intelectual que fue Raymond Thornton Chandler (Chicago, 23 de julio de 1888 – La Jolla, California, 26 de marzo, 1959) quien elevó un escalón más este tipo de literatura tras ser intoxicado por el lenguaje bronco y cínico de Hammett. El impacto ante tal descubrimiento, lo dice el mismo Chandler, fue inmediato aunque su estilo resultase radicalmente diferente. De esas fuentes nace, de todas formas, el detective privado Philip Marlowe, ese caballero sin espada aficionado al gimlet, a las mujeres y a meterse en toda clase de líos. Pero dejemos que sea el propio Chandler quien describa a su investigador;
“Soy un investigador privado con licencia y llevo algún tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero. He estado en la cárcel más de una vez y no me ocupo de casos de divorcio. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me llevo bien. Soy de California, nacido en Santa Rosa, padres muertos, ni hermanos ni hermanas y cuando acaben conmigo en un callejón oscuro, si es que sucede, como le puede ocurrir a cualquiera en mi oficio, y a otras muchas personas en cualquier oficio, o en ninguno, en los días que corren, nadie tendrá la sensación de que a su vida le falta de pronto el suelo”.
Como era inevitable, las novelas protagonizadas por Marlowe se llevaron al cine, donde fue interpretado por varios actores. Ya escribí cuál era mi favorito, Robert Mitchum, pueden encontrar este artículo en el blog El Escobillón, pero también le pusieron cara Humphrey Bogart (El sueño eterno); Robert Montgomery (La dama del lago), James Garner (Marlowe, detective muy privado) y Elliot Gould (El largo adiós), entre otros. Cuentan que ninguno de ellos convenció al escritor. El Marlowe que Chandler tenía en la cabeza era Cary Grant, pero como todo el mundo sabe Grant nunca interpretó al detective privado acostumbrado a que le partan la cabeza y el corazón.
En contra de Marllowe, la vida de Chandler no fue demasiado aventurera. Resulta más bien algo oscura. Eso podría explicar su afición al alcohol y su fatal experiencia en Hollywood, donde colaboró en guiones de películas como Perdición y Extraños en un tren. Cuentan una anécdota muy divertida sobre su relación con Howard Hawks durante el rodaje de El sueño eterno, en cuyo guión participaría por ciento un premio Nobel de Literatura, William Faulkner, pero les invito a que lo lean si navegan por la red no vaya a extenderme como pasa casi siempre. Dicho esto, solo puedo recomendarles que lean a un escritor que contribuyó a ubicar al género negro en el lugar que ocupa en la actualidad. Eso sí, los que nos iniciamos con los clásicos de este tipo de literatura siendo adolescentes hemos renunciado a encontrar hoy escritores del mismo calibre que Chandler, un tipo que cuenta desgraciadamente con demasiados imitadores, tantos como cucarachas tiene la ciudad en la que vivo… Así que hace ya tiempo tiré la toalla.
En fin, que no llega el momento de poner fin a estas líneas… ¿Cómo cerrar esta perorata? ¿Cómo despedirme de todos ustedes este 23 de julio en el que se celebra, puto Covid-19, un Día del Libro que no es del de San Jorge?
Ya está. Lo tengo tras dos lingotazos de bourbon seco:
Damas y caballeros “Decir adiós es morir un poco”, lo escribe Raymond Chandler en su obra maestra: El largo adiós.
Saludos, hijos del día y de la noche, desde este lado del ordenador