Mónica Ojeda: “Tenemos miedo de no proteger lo que amamos”

La escritora Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) fue la encarga de iniciar junto al también escritor Jorge Carrión la primera de las sesiones del ciclo Puerto de Letras. Escritura en diálogo que comenzó el pasado julio en el Lago Martiánez, en Puerto de la Cruz.

En este encuentro, que acoge el 19 de agosto y en el mismo lugar una charla y recital poético con Katya Vázquez Schöder, Ricardo Hernández Bravo y Adalber Salas Hernández, la escritora ecuatoriana reflexionó sobre su escritura y las influencias que pesan en una obra preocupada por el miedo y el dolor en novelas como Mandíbula y Nefando.

- ¿Cuándo se plantea la idea de escribir?

“Viene de muy atrás, tendría doce o trece años, y la idea fue bien recibida porque mi madre es profesora de Literatura y me animó a escribir quizás porque vio en mi la posibilidad de ser la escritora que ella no fue- A mi padre, que es ingeniero, le encantó también tener una hija escritora”.

- Entiendo entonces que llega a la literatura porque nace en un ambiente familiar propicio pero… ¿asistió a talleres literarios?

“Eso fue más tarde, cuando fui a la Universidad. Tendría dieciocho años y me matriculé en uno muy famoso en Guayaquil, el que desarrollaba Miguel Donoso Pareja que es muy conocido en Ecuador. Para ingresar tenías que enviar un texto para que te escogiera porque había mucha demanda. Y me escogió para formar parte del selecto club de los martes. Estuve año y la experiencia me sirvió para que aprendiera mucho sobre técnicas narrativas”.

- En su caso ¿el escritor se hace más que nace?

“Para que uno tenga el interés anómalo de pasar muchas horas de la existencia ante un papel tiene que tener una sensibilidad muy específica y eso no tiene nada que ver con la educación aunque la sensibilidad se educa. Es decir, que un artista de cualquier tipo tiene ya algo de sensibilidad que luego educa o domestica. Igual que la empatía que la desarrollas con el tiempo. Creo que los talleres literarios no son necesarios pero sí que son una herramienta que te da la posibilidad de poner en práctica técnicas narrativas pero la escritura no solo es cocina sino también sensibilidad, una mirada sobre el mundo. La capacidad de aprehender el entorno de una manera muy específica y mantener una relación con el lenguaje muy personal. Eso no se aprende en un taller sino que lo desarrollas de una manera personal e íntima”.

- ¿Y cuál es la mirada personal e íntima de Mónica Ojeda?

“Creo que soy bastante sensible con los temas que me producen dolor y miedo. Mi escritura se vuelca plenamente sobre las cosas que me generan temor y deseo. Es una escritura que se sumerge y que solo sale a superficie para tomar aire. Trata de temas difíciles, un leiv motiv en mi literatura”.

- ¿Por qué temas difíciles?

“Quizá tenga que ver porque veo en la relación con el lenguaje una posibilidad de entender las emociones que me subyugan. La escritura es el único momento en el que la vida se paraliza y al paralizarse puedo detenerme y observar mi entorno. Es un poco como la pintura, que detiene un momento la vida para observarla. En la escritura lo haces pero con palabras. Se trata de una relación muy psicológica y emotiva que vinculo a esos territorios que son un poco oscuros y difíciles de mirar como la violencia y el miedo”.

- ¿Y cuáles son sus miedos?

“La violencia de la intimidad. Soy una mujer ecuatoriana que viene de una ciudad muy conflictiva y con mucha desigualdad social y violencia callejera e institucional. No concibo mi forma de estar en el mundo sin esas experiencias con las que crecí: miedo a salir a la calle, miedo de llevar mi cuerpo al escenario público porque me podían pasar cosas. La violencia contra las mujeres es muy intensa en Ecuador lo que me marcó. De hecho, esa fue una de las razones por las que emigré. Aquí, en España, estoy menos asustada”.

- ¿Y escribe sobre sus miedos para liberarse de ellos?

“No creo que la literatura sea terapéutica, ojalá, pero a mi no me ha pasado. Sí que me permite, sin embargo, entender esos miedos, hacer un ejercicio de comprensión para detectar cuáles son mis vulnerabilidades. Intentar averiguar por qué tengo esas pasiones tan intensas y entender cuál es mi relación sensible con el mundo. Es un ejercicio de entendimiento y de comprensión pero también un despliegue de imaginación e inventiva. No trabajo la literatura de no ficción sino de ficción porque, como dice Lacan, la ficción es una forma de verdad”.

– Interesante. La ficción es una forma de verdad.

“O la verdad tiene forma de ficción. Es un ejercicio de hacer pensamiento. Hay una frase que siempre repito y que viene a decir que las ideas son las emociones del pensamiento y me gusta porque ves a las ideas y el pensamiento como algo emotivo”.

– La sombra de H.P. Lovecraft es alargada en Mandíbula ¿Es Lovecraft uno de sus escritores de cabecera?

“Recurrí a él en la novela porque me interesaba pero no es uno de mis autores de cabecera. Tiene libros interesantes y me venía como anillo al dedo por los temas que trato en Mandíbula. Camila Sosa, que es una escritora que me gusta mucho, habla de su escritura como de una escritura travestida, algo que también hago porque me meto tanto en un tema, me obsesiono tanto con él que consumo canciones, veo películas, leo libros que en el caso Mandíbula hizo que Lovecraft fuera uno de los rostros de la telaraña de imágenes y sensaciones que es la novela”.

- ¿La literatura fantástica no es uno de sus géneros?

“Sí que me gusta pero no tengo grandes lecturas. He leído a muy pocos autores, Lovecraft, Shirley Jackson, Stephen King, Edgar Allan Poe, Mariana Enríquez pero siento que uno puede terminar escribiendo fantasía sin necesidad que sea su género”.

- ¿Cuáles son sus principales lecturas?

“Mis principales lecturas son de poesía. Me gustan también los libros híbridos más que la novela. Libros a medio camino entre el ensayo y la poesía. No veo que mi tradición proceda del género de terror pero es cosa de mi literatura, que explora mucho la violencia. La violencia siempre tiene un componente de temor y de miedo y estudio esas emociones en el cuerpo y la experiencia humana”.

- ¿La violencia y el miedo son constantes en su poesía?

“Sí, también. En Historia de la leche, mi último poemario, tomo el mito de Caín y Abel pero lo transformo en clave femenina. El asesinato que se produce es el asesinato de una hermana y la venganza posterior de la madre que persigue a la asesina. Este libro nace a raíz de mi interés por la poesía de Victoria Guerrero, en especial cuando leí unos versos en los que dice madre, hija, hermana es una trilogía no pensada por el psicoanálisis. En Historia de la leche se habla sobre la violencia y el asesinato. Por ahí está presente Thomas de Quincey y su El asesinato como una de las bellas artes. Hay un yo disgregado en tres personajes, la madre y dos hermanas, una de las cuales está muerta. El poemario reflexiona sobre el asesinato dentro de la familia, las ganas que tienes a veces de matar o hacer daño a la gente que amas. Todos esos elementos son los elementos que abundan en mi literatura de manera obsesiva”.

– Presentó el año pasado un libro de relatos, Las voladoras, que dice que está adscrito al gótico andino. ¿Qué es el gótico andino?

“Las voladoras se escribió como libro de gótico andino porque fue un ejercicio voluntario de ir a ese terreno. El gótico andino recién se está teorizando así que cuando escribí Las voladoras busqué artículos sobre este asunto pero no encontré ninguno lo que me animó a seguir adelante pese a que no existiera un abordaje crítico, eso hizo que me metiera libremente en ello. Personalmente, el gótico andino es la experiencia del miedo atravesada por el imaginario y la forma de vida de un paisaje determinado que en este caso es la cordillera y la zona de Los Andes, que cuenta con una serie de narrativas orales y formas de entender el mundo muy peculiares. Y todo eso fue una fuente para llevarlo a mis temas, la violencia en países como Ecuador, esa conciencia contra el cuerpo de las mujeres. En uno de los cuentos del libro narro cómo a un padre se le muere un hijo. Es violento cómo la gente que amas también se muere. La vida puede resultar hostil pero también está llena de ternura y ahí surge el miedo porque tienes miedo de que la ternura desaparezca. Todos tenemos miedo de no proteger lo que amamos”.

- En los último años las literaturas que vienen de América suena con fuerza, sobre todo la que escriben mujeres.

“Se está produciendo un cambio muy fuerte pero aún queda mucho camino por hacer. El cambio no es solo en su literatura sino también en otros ámbitos. Argentina ha legalizado el aborto después de una lucha muy ardua y en Ecuador se ha logrado despenalizarlo en caso de violación. Literariamente hay más espacio para las mujeres, también hay más lectores. Los cambios sociales no van separados de los literarios porque son la misma cosa, o creo que están unidos porque tienen que ver con el desarrollo y el despliegue de los feminismos y la pedagogía que se está ejerciendo para cambiar las cosas. Eso ha permitido que se mejoren las leyes, que se sea más sensible con determinados temas. Y no es porque se esté escribiendo mejor sino que ahora vivimos un momento de recepción privilegiado que espero que continúe. El momento de recepción ha cambiado porque la sociedad ha cambiado también”.

- Escribe cuentos, poesía y novela…

“Me siento cómoda con todos porque en el fondo los veo como uno solo. Los tres tienen formatos técnicos distintos pero es casi lo que menos me interesa de la escritura aunque sepa que tengo que manejarlos bien. Mi relación con el lenguaje es casi musical y lo llevo al cuento, la novela y la poesía. Me siento cómoda en cualquier género siempre que pueda llegar a sentir la plena sensorialidad del lenguaje. Lo que busco cuando escribo es una experiencia poética, la historia es el aparataje para lograrlo y eso subyace también en la novela”

- ¿Qué elementos considera como más importantes en su literatura?

“En la novela presto atención a todo. Me interesa trabajar la tensión narrativa y no de una manera clásica porque cuando escribo tomo ciertos riesgos como son saltos en el tiempo, elipsis, siempre pensando y colocando en el centro la tensión narrativa que no funciona si los personajes no están bien construidos. Todo está absolutamente ligado aunque cuando escribo una novela trato de no escribirla al uso, me divierte más y en el riesgo está el logro y también el fracaso. Intento cada vez que escribo retorcer lo que pueda el cuello del cisne para ver si me sale algo diferente”.

- ¿Cuándo escribe sabe cómo acabará la historia?

“No me funciona saber como termina la historia porque mi motor de escritura siempre es el deseo. El deseo de descubrir sensaciones, por ejemplo. Todo lo que me gusta de la escritura es que no sé que vendrá”.

– ¿Y de dónde vienen sus historias?

“Hay mucho de la vida real en mi escritura que es de donde uno se nutre. Es una mentira que los libros de ficción no sean autobiográficos porque lo son aunque no resulte evidente. En mi caso invento una historia y unos personajes para explorar. En Mandíbula, por ejemplo, quería explorar la pasión y la violencia atravesada por el miedo entre mujeres.

UNA NOVCELA QUE SE RESISTE

Una de las primeras novelas que impactó a Mónica Ojeda cuando tenía “doce o trece años” fue Muerte en Venecia, de Thomas Mann. No se trataba de una lectura para una niña de esa edad (“¿cómo puede entender una niña la vejez?”) pero el libro le pareció “misterioso”. Años después volvería a leer Muerte en Venecia y lo comprendió “un poco mejor” pero continuaba resistiéndosele. Desde entonces, dice, relee cada cierto tiempo Muerte en Venecia para entenderlo un poco más pero no es suficiente porque “hay una experiencia que se me escapa. Me pasó también con La noche, de Antonioni. No me había enamorado y no sabía que es el desamor. Hace dos años la volví a ver y lloré”

PRÓXIMAMENTE...

Mónica Ojeda se encuentra en estos momentos trabajando en una nueva novela cuyo tema central será la danza y la música. Ahora está en la fase de buscar una historia y unos personajes mientras se empapa de filosofía de la música y teoría de la danza. Simultanea este libro con poesías que no forman un libro sino un “herbario sin serlo”, explica la autora de las novelas Mandíbula y Nefando y del poemario Historia de la leche.

FIRMA FOTO: NELA OCHOA

Saludos, colmillos, desde este lado del ordenador

Escribe una respuesta