Memorias de un cinéfilo, recuerdos de un cinéfago
Quentin Tarantino además de ser guionista y cineasta es una enciclopedia de cine con patas. Eso dicen los que lo conocen, que el buen hombre solo sabe hablar de una cosa, y esa cosa es cine. CINE con mayúsculas porque en su generoso corazón de espectador conviven sin demasiados traumas las películas consideradas de arte mayor, complejas e incluso animosamente experimentales, con las del cine popular, aunque este tipo de cine, el popular, el que llega a toda clase de públicos y cuya única vocación es la de entretener, siga siendo mirado de reojo por un tipo de público y de crítica al que le gusta mirar las cosas desde una histórica altura que, son ya largos años de quemarme los ojos antes la pantalla (grande o chica), ni es histórica ni es significativamente una altura.
El caso es que se publica recién estrenado 2023 en español gracias a Reservoir Books el libro Meditaciones de cine, que firma el director de Pulp Fiction, una noticia que debería de ser recibida con entusiasmo por la legión de aficionados que siguen las películas de Tarantino como los que gustan de leer libros de cine entretenidos, que solo tienen un objetivo y ese fin es el de divulgar con un lenguaje al alcance de todos eso que algunos insistimos en seguir llamando cine aunque el cine que se hace hoy apenas sea un reflejo del que se rodó ayer. Y se escribe ayer los años 60, 70 e inicios de los 80, que son el grueso de los largometrajes sobre los que escribe el cineasta en Meditaciones de cine, un libro por otro lado muy recomendable para los que crecieron, como el autor de Malditos bastardos, en aquella década que, vista hoy desde la distancia, fue realmente prodigiosa para el cine norteamericano.
Los filmes que reúne Quentin Tarantino en este libro son todos películas “populares” que entrecomillamos por si acaso. El cineasta inicia su recorrido evocando sus primeras sesiones en cines de verdad, donde consumía toda clase de películas alimenticias en el que quizá sea uno de los capítulos más atractivos de la obra ya que más que especular sobre el que llaman séptimo arte, recuerda momentos de una adolescencia en las que acudía a ver películas acompañado de su madre y de algún novio que tuviera ella en aquel momento. Tras este breve pero intenso recorrido autobiográfico, que está teñido de nostalgia, Tarantino analiza grandes largometrajes de los 70 como Bullit (Peter Yates, 1978); Harry el sucio (Don Siegel, 1971); Deliverance (John Boorman, 1972); La huida (Sam Peckinpah, 1972); La organización criminal (John Flyn, 1973); Hermanas (Brian de Palma, 1973); Daisy Miller, una señorita rebelde (Peter Bogdanovich,1974); Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976); El ex-preso de Corea (John Flynn, 1977); La cocina del infierno (Sylvester Stallone, 1978); La fuga de Alcatraz (Don Siegel, 1979); Hardocore: un mundo oculto (Paul Schrader, 1979) y La casa de los horrores (Tobe Hooper, 1981).
Entre medias, argumenta sobre otras películas y otros cineastas en capítulos que llevan por título Samurái de reserva y El Nuevo Hollywood en los setenta, entre otros y, al mismo tiempo, aprovecha para elogiar al actor y cineasta Sylvester Stallone, sobre todo por Rocky y Rocky II y genera la polémica al menos en quien ahora les escribe al considerar que Lee Marvin no es el mejor Parker de la historia del cine (ver A quemarropa, John Boorman, 1967) mientras despedaza, y en eso sí que estamos de acuerdo, un filme que como Hardcore: un mundo oculto prometía más de lo que ofrece.
Como todo libro escrito por un cinéfilo que es una enciclopedia andante el lector que se siente más o menos como otro cinéfilo pero sin pretensiones de ser una enciclopedia andante lo pasará muy bien con estas Meditaciones de cine que no agotan sino que animan a que uno quiera más y más de estos comentarios (unos exultantes y otros, los menos, catastróficos) sobre alguno de los filmes que, a juicio de Tarantino, fueron fundamentales en su vida. También para entender los cambios de una década que, como la que atravesamos en la actualidad, recibió sacudidas por todas partes.
Con la lectura de Meditaciones de cine uno descubre el asombroso respeto que el autor del libro tiene por los críticos, una especie hoy en extinción, y al mismo tiempo la sobresaliente cinefilia de un hombre al que desde pequeño acostumbraron a ver películas de todo tipo. De ello da cuenta en esta obra que, se insiste, parece que está escrita más que para los seguidores del cine de su director para los cinéfilos que vinieron a ver la mayoría de los largometrajes que repasa al mismo tiempo que lo hacía el futuro y laureado director de cine que es hoy día. Por eso y otras circunstancias que no vienen ahora al caso, recomiendo adentrarse en las páginas de un libro que además de conmover y suscitar polémicas con el lector iniciado, reivindica una serie de filmes que no reivindicaría esa crítica seria y presuntamente rigurosa que casi siempre mira hacia el otro lado en el que no miran aquellos espectadores que solo demandan entretenimiento, ese cine popular que durante años conquistó los cine de barrio cuando aún existían cines de barrio, lo que hacía del espectáculo de ver una película una gran aventura. Así lo cuenta Quentin Tarantino y así lo recuerda ahora quien escribe estas líneas apresuradas y llenas de agradecimiento a un hombre que me interesa más como espectador de cine que como, ya ven qué cosa, cineasta.
Saludos, aparece en pantalla The End, desde este lado del ordenador