Tiempo de espera, una novela de José Antonio Rial
Algunos libros te encuentran. Me pasó hace años con Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline y también con Más que humano, que sigue siendo una extraordinaria novela de Theodore Sturgueon.
Descubro Tiempo de espera (Colección Agustín Espinosa, Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1991) de José Antonio Rial en un banco abandonado del parque La Granja, uno de los pulmones verdes de esta ciudad, la que nací, Santa Cruz de Tenerife y no doy crédito a lo que tengo entre las manos mientras me pregunto cómo mis mayores, los que estuvieron antes, los que sabían de la existencia de esta extraordinaria novela en la que se mezcla realidad y ficción con pericia de artesano no me hubieran dicho nada, sobre todo al conocer que quien ahora escribe siente una especial debilidad por las historias sobre nuestra guerra (in)civil, en especial las que se desarrolló en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses. Y sí, Tiempo de espera se inicia aquel funesto 18 de julio de 1936, sábado de calores y cielo limpio como el que aún conserva esta pequeña capital de provincias, y se extiende por los siguientes días de julio, lo que da pie a su autor, José Antonio Rial, de quien conocía La prisión de Fyffes pero no este Tiempo de espera, a reconstruir un retrato muy vivo de aquellos días de oprobio.
José Antonio Rial cuenta además con otro volumen sobre aquellos desgraciados días, Segundo naufragio, aunque tiene lugar en la isla de Gran Canaria durante los años de la postguerra, aquellos que coincidieron con la II Guerra Mundial. Y me quedo asombrado y sorprendido. También agradecido porque el libro cuenta las primeras jornadas del llamado alzamiento nacional en la capital tinerfeña, y lo que intentaron hacer algunos miembros voluntariosos de las distintas fuerzas de izquierdas para detener el pronunciamiento militar que pronto, muy pronto, reprimiría a sangre y fuego cualquier movimiento sospechoso, cualquier opinión que resultara adversa al nuevo orden que, desde Canarias, salió para conquistar y someter a la península.
Leo con asombro esta novela (con prólogo de Andrés Chaves) que a mi juicio pierde fuelle en su segunda mitad al narrar la evasión de la isla de Julián, el protagonista, un socialista que huye de la represión que los rebeldes acaban de iniciar. Del alarmante número de adversarios que por pertenecer a partidos de izquierdas o militar en la CNT, los libertarios, comienzan a “desaparecer” mientras otros son fusilados por los alrededores de una ciudad donde el miedo campa a sus anchas y en las que los vencedores pasean con uniforme, muchos de ellos llevando camisa azul, por sus calles y plazas gritando un viva España que más que exaltación patriótica produce terror entre los que están guarecidos en sus casas.
Tiempo de espera no se detiene solo en contar el desprecio de todos aquellos personajillos que ahora toman la ciudad gritando ésta y otras consignas sino en cómo por la inacción y la división de las fuerzas de izquierdas cualquier tipo de respuesta contra los golpistas estuvo condenada al fracaso. Los anarquista, con buena lógica, no se fiaban de los socialistas y los socialistas mucho menos de aquellos ácratas que reclamaban un mundo ideal, más próximo al paraíso que al de la dura experiencia terrenal, pero gente que estaba dispuesta a morir por ese sueño imposible que ellos creían casi con devoción cristiana que era posible. Y no, no es una contradicción mezclar dos conceptos tan antagónicos como anarquismo y cristianismo, a esa misma lógica llega Julián, el protagonista de esta novela que describe a una ciudad paralizada por las tropas golpistas que patrullan y sitúan ametralladoras en sus calles y plazas. Que detiene a cualquiera… El ímpetu con que los falangistas imponen su orden a base de miedo y aceite de ricino para purgar a los rojos. O mejor, los que dicen que son rojos, ciudadanos de un Santa Cruz de Tenerife mucho más pequeño y provinciano que el actual.
La novela cuenta a ratos con distancia periodística el odio que de repente devoró a la sociedad santacrucera, una sociedad que hasta el alzamiento vivía en relativa paz porque su corazón fue siempre liberal. Con la guerra, ese corazón quedó amputado por los militares que dejaron de ser leales a la II República.
José Antonio Rial repasa algunos de los hitos de los primeros días de la Guerra Civil en Santa Cruz de Tenerife. Por un lado, las noticias a favor del nuevo régimen que emitía Radio Club, la única estación de radio que podía escucharse y que emite señales para que no resulten audibles las emisoras que llegan a las islas desde la lejana Península. Por otro, los tristemente célebres barcos prisión y la ocupación del templo masónico de la calle de San Lucas así como la respuesta al golpe del teniente de la Guardia de Asalto Alfonso González Campos, entre otros. Descubro además, como aparece en este libro un tío abuelo mío que fue victima también de la “justicia de los rebeldes” y al que “desaparecieron” en el mar y en cómo va cambiando el pensamiento del protagonista de esta historia basada en hechos reales. Julián, que así se llama, parece que toma conciencia física y no solo ideológica cuando vive una tempestuosa noche de amor con una libertaria que casi le dobla la edad y cuyo discurso es el que en la actualidad reivindican muchas feministas.
En definitiva, que no esperaba encontrar una novela que narrara aquellos hechos tan terribles que sucedieron en ciudad en la que nací y vivo como para el resto de las islas y de España. Es historia trágica pero muy pegada a la realidad la que nos narra José Antonio Rial pero también es historia de una ciudad que terminó siendo capital de una isla que tras la guerra ya no volvió a ser la misma.
Saludos, gracias a eso que llaman destino, desde este lado del ordenador