El silencio de los corderos

guanche1.jpg Está resultando habitual que hechos como el que a continuación voy a narrarles se produzcan en estas islas cada día más abandonadas de la mano de Dios. Lo que enfuerece hasta los que nos caracterizamos por temples más o menos moderados es que se produzca el estropicio y aquí no pase nada. Vamos, que la canalla ande a sus anchas por esta tierra tan querida dando patadas a diestro y siniestro con el consentimiento tácito de los miles de corderos en los que nos hemos transformado los habitantes del archipiélago. Testigos mudos ante el desastre, indeferentes a lo que acontece a su alrededor siempre y cuando no afecte a la intimidad de su casa.

La terrible noticia de la destrucción de una estación de grabados rupestres a unos 250 metros por encima de la autopista de la TF-1 en la zona del Lomo Gordo ha pasado sin pena ni gloria por los cada día más silenciados e indiferentes medios de comunicación de las islas, que han publicitado la noticia sin demasiadas alharacas mientras colectivos como la Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza al menos sí han tenido la dignidad de llevarse las manos a la cabeza.

La zona, que en otras latitudes más civilizadas hubiera sido acotada y tratada con el mimo que se merece todo lo que nos recuerda nuestro maltrecho pasado aborigen, fue aniquilada a golpe de taladro y es conocida por tratarse de un vertedero de escombros desde los años 90, explica mi buen amigo y casi hermano Alfonso González Jerez en su columna de hoy en el Diario de Avisos. Lo que me hace preguntar para qué demonios existen administraciones autonómicas como la Dirección General de Patrimonio mientras se deja hacer su trabajo a los de siempre. Entendiendo por los de siempre a los que han entregado el futuro de estas siete islas a la deriva a los que confían en el cemento por encima de todas las cosas. Es decir, todos aquellos que son capaces de vendernos por un puñado de euros mientras enarbolan no ya la gastadísima bandera con las siete estrellas verdes sino la de las nuevas naves industriales y centros comerciales donde ya nada es todo a cien.

En fin, que de golpe y porrazo han borrado de nuestra herida memoria otro rastro de nuestro pasado aborigen mientras nos venden el cuento del noble pueblo guanche. Un buen salvaje tontorrón. O ese ideal en el que nos estamos aproximando peligrosamente los canarios del siglo XXI.

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