Un descubrimiento: ‘El gran silencio’

silencio.JPG He visto la luz. Y su nombre es El gran silencio, un espagueti western dirigido por Sergio Corbucci en 1968 que se atrevió a romper las claves del subgénero y a explorar nuevos territorios. Por ello, y con el ánimo de callarles las boca a los que me imagino, podríamos añadir que Corbucci es al espagueti western lo que una buena salsa de tomate es a la pasta. 

He tenido acceso a El gran silencio gracias a la colección de  películas sagradas del espagueti. Colección cuyas dos primeras películas son la todavía poderosa y actual Por un puñado de dólares y esta deliciosa obra maestra que tras disfrutarla ayer como hacía tiempo no disfrutaba una película, me obliga a reseñarla en este cajón desastre en el que se ha convertido mi escobillón. Mi comentario, pues, debe leerse como un anuncio a los despistados y a los subterráneos, esa legión de monstruitos cinéfilos y cinéfagos que sólo viven revolviendo en las catacumbas de la televisión y del cine de terror. A todos ellos, y también a los que no se han curtido cinematográficamente en las sesiones de las 4 de la tarde o en las dobles de hace ya mucho, mucho tiempo, les animo a contemplar un largometraje que no deja indiferente, y que pese a sus torpezas, arrastra y conmueve conciencias.

Protagonizada por Jean-Louis Trintignant, Klaus Kinski y Frank Wolff, entre otros actores, El gran silencio rompe las claves del subgénero al transcurrir no en una polvorienta localidad fronteriza sino en las heladas colinas de una Utah que, probablemente, se rodó en Los Pirineos.

Historia en la que desde el principio planea la sombra del fracaso y lá perdición, el filme puede verse también como un extraño western fantástico, o una parábola brutal sobre el capitalismo que encarna el dueño y señor del pueblo nevado donde transcurre la mayor parte de la acción, Snow Hill. Kinski, en uno de los mejores papeles de su irregular carrera, es un caza recompensas que asesina para ganarse el pan y la mantequilla; mientras Silencio, el justiciero que encarna Trintignant, es un pistolero mudo y al que torturan con un salvajismo sólo posible en el cine italiano de aquellos años sin que salga de su garganta un solo grito.

Amor interracial, paisajes nevados, bandidos que no son tales y un sheriff de buen corazón son otros de los elementos de este interesante largometraje cuyo final todavía me descoloca. El gran silencio es, en este y otros sentidos, un título a tener muy en cuenta, y una de esas películas que ya son un clásico porque el tiempo no puede macerarlas.

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