El beso entre dos extrañas

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La campaña publicitaria que se ha organizado en torno al beso de Victoria Abril y Emma Suárez en Óscar. Una pasión surrealista me ha hecho recordar otro beso en la pantalla grande dado entre otras dos grandes estrellas del cine español, sólo que del que se llamó de destape, me refiero al de la indómita Bárbara Rey y la angelical Rocío Dúrcal en Me siento extraña, título menor de Enrique Martí Maqueda pero que le hizo la vida algo más agradable a un puñado de chiquillos que tuvo la suerte de verla en mis tan queridos y añorados años de cine de barrio.

La película, la verdad, no vale lo que se dice un pimiento, pero su éxito se debe sobre todo a la polémica relación que mantienen la Rey y la Dúrcal en unos momentos en los que en España no estaba bien vistas esas cosas. Me refiero a una tierna historia de amor entre dos mujeres (como es el caso) o entre dos hombres, como reflejó con descarnado lirismo Eloy de la Iglesia en títulos como El diputado, entre otros.

Me siento extraña se rodó dos años después de la muerte del dictador y en plena fiebre del destape, un subgénero muy español que no ha dejado obras dignas de mención en la cinematografía nacional que no racional pero sí que son trabajos de indudable interés sociocultural para estudiar aquella época de tensiones extremas que fueron los primeros años de la democracia española.

El destape generó además un pequeño universo de estrellas femeninas que se popularizaron en carteles que más tarde empapelaron las paredes de destartalados garajes, carpinterías y dormitorios de aquel entonces, por lo que en el imaginario de mi generación todas aquellas bellezas como Susana y Blanca Estrada, Agatha Lys, Victoria Vera, Nadiuska, Ana Belén, Esperanza RoyPaca Gabaldón y las ya mencionadas Bárbara Rey y Rocío Dúrcal, entre otras, han pasado a la historia como las pin-up de unos tiempos felices por lo que se estaba construyendo pero también infelices por el número de muertos que costó.

Me siento extraña es una película clave en la historia del destape por el morbo que suscitó entre los españolitos de entonces el beso amoroso que se daban las dos actrices en pantalla grande. Claro que además de besos había algo más, las suficientes caricias para levantar las temperaturas del españolito de a pie, demasiado tibia gracias a la feroz censura franquista. Por ello, había ganas de liberarse, de salir a la calle y de reivindicar el amor libre con un entusiasmo y una inocencia que todavía conmueve.

Rocío Dúrcal, que fue una mujer valiente toda su vida, aprovechó su intervención en este filme menor y obviamente clasificado S, para romper su imagen de niña buena y renacer en el nuevo escenario que se dibujaba en España como una mujer hecha y derecha, mientras que consolidó aunque también encasilló la carrera cinematográfica de Bárbara Rey en estrella del destape y en habitual invitada en programas de corazón.

Vista hoy, la película no deja de ser un aburrido entretenimiento al que sólo estimula el componente sáfico de su historia, dirigido sobre todo para despertar el morbo y la libido de los espectadores masculinos. Pero así eran las cosas en aquel entonces, y la verdad es que no hemos cambiado tanto. Pongo como ejemplo el “famoso”, “escándaloso” e “histórico” beso entre la Abril y la Suárez en las cumbres de Anaga. 

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