“Libra mi cuello de la espada. Y mi vida de las garras del perro”

El libro ha causado cierta conmoción en la cada día más grande comunidad de lectores de novela policiaca. Llegué a ella por referencias en la (adictiva) entrevista digital que casi todos los jueves concede Carlos Boyero en El País, y como suelo fiarme de lo que recomienda, me hice con un ejemplar en una de esas librerías que todavía mantienen el tipo en esta nuestra capital de provincias. El título, El poder del perro, de Don Winslow, crónica sobre la guerra inúltil y secreta contra el narcotráfico.

Se trata de un volumen de más de 700 páginas, y respira estilísticamente cierto aroma al mejor James Ellroy, que como todo el mundo sabe es el de sus primeras novelas. Pero hablaba de El poder del perro, una historia dura, repleta de personajes con doble moral y muy violenta. No se trata de un título que me atrevería a recomendar a toda clase de lectores ávidos de emociones fuertes. Más bien me inclinaría a dejársela a los que todavía desconfían de un género que hoy por hoy es el único que habla con nombre y apellidos de palabras que ya ocupan páginas enteras en el diccionario que construye nuestro tiempo como son abuso de poder, corrupción, capitalismo salvaje y violencia. Al final, afortunadamente, a los buenos siempre los redime el amor, o por lo menos le hace más soportable este purgatorio que es la tierra.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo una novela, pese a sus páginas. Tocho, que decíamos antes. Pero es una de esas historias que te cogen por el cogote y te inoculan su veneno. Una droga brutal pero legal con todas sus letras.

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Novela coral, El poder del perro gira en torno a tres grandes personajes: el narcotraficante Adán Barrera, el agente de la DEA Art Keller (de madre mejicana y padre norteamericano); Nora Hayden, una prostituta que descubre que también tiene corazón y Billy Boy Callan, un frío asesino con alma de niño. A su alrededor se mueve una amplía galería de actores secundarios, y en torno a su periferia, un coro de sicarios, agentes de la CIA y narcotraficantes que dan más verosimilitud si cabe a esta especie de odisea moderna a los infiernos de la nada.

Reitero que la popularidad de El poder del perro ha ido creciendo paulatinamente entre los lectores españoles como una bomba de relojería. Algunos se han apresurado ha calificarla ya como la gran narconovela de la década. Otros de una versión postmoderna de El padrino… etiquetas inútiles, que es lo que pasa casi siempre. Tampoco encuentro esa fascinanción que el autor del prólogo de la versión española, Rodrigo Fresán, dice que siente Winslow por Méjico. Fascinación que sí han sentido otros grandes escritores de la sobrealimentada norteamerican y la vieja Europa como Malcolm Lowry o B. Traven… Quizá porque entiendo que El poder del perro es una sencilla y abultadísima narración sobre la venganza. También como un western moderno, sólo que ha cambiado el paisaje. Las geografías donde se desenvuelven los buenos y los malos son grandes ciudades y la frontera que separa a Méjico de los Estados Unidos. Los forajidos conducen ahora potentes automóviles y están armados de ametralladoras y lanza cohetes. Los buenos no son tan buenos y los malos, que son muy malos, tienen sentimientos tan humanos como querer a sus hijos y a sus abnegadas esposas.

O sea, una de esas historias reales como la vida misma. Con sacerdotes que han perdido la fe (San Manuel bueno y mártir) pero que siguen adelante. Guerrillas colombianas que se arman hasta los dientes gracias al narcotráfico. Gobiernos corruptos que luchan contra esas mismas guerrillas pagando a sus hombres gracias al narcotráfico. Estados Unidos como guardián que derrocha dinero utilizando también los billetes marcados por las drogas.

Operaciones secretas (Niebla Roja, Cerbero), mafiosos que trabajan para la CIA y que son miembros del Opus Dei, de esos que no dejan de ir un solo día a misa… Una iglesia que no cierra sin bondad alguna sus ojos ante los desmanes de algunos de sus fieles… y por encima de todas estas tramas y subtramas, la venganza. Siempre la venganza, como si pudiera poner fin al horror que clamaba Kurtz en la selva congoleña.

Una novela que nada más abrir sus páginas te golpea con su inicio: “El bebé está muerto en brazos de su madre. A juzgar por la forma en que yacen los cuerpos(ella encima, el bebé debajo), Art Keller deduce que la mujer intentó proteger al niño. Debía saber, piensa Art, que su cuerpo blando no podría detener las balas (de rifles automáticos, desde esa distancia), pero el movimiento debió ser instintivo. Una madre interpone el cuerpo entre su hijo y quien quiere hacerle daño. Así que se dio la vuelta, se retorció cuando las balas la alcanzaron, después cayó su hijo.”

En fin, como dice Ellroy en la contraportada del libro de El Poder del perro: “es una hermosa visión en miniatura del infierno, con toda la locura moral que lo acompaña”.

Han dicho. He dicho.

Saludos aún k.o. a este lado del ordenador.

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