¡Enfermo!

Calor. Mediados de agosto. Tedio. Parafraseando a Edui Bercedo, Santa Cruz de Tenerife muere en soledad. O a Mario Domínguez Parra, quien afirma que vivimos en una necrópolis, o ciudad de los muertos. Añado ¿vivientes? Debe ser cosa de las vacaciones. De los que todavía pueden disfrutar de vacaciones, claro está.

Leo las noticias. No hace falta que me lleve las manos a la cabeza porque el nivel de surrealismo está siendo tan alto que ni un cuadro de nuestro Óscar Domínguez. La gripe  (a estas alturas parece que ya le da igual de que tipo sea) le ha hecho decir a la ministra de Sanidad que va siendo hora de que nos lo pensemos dos veces lo de estrechar la mano y estampar un beso (en Canarias fue siempre un beso hasta que se impuso la moda de los dos ósculos peninsulares) en la mejilla del familiar o el conocido de turno.

Imagino entonces cómo serán nuestros próximos encuentros: a dos metros de distancia, vigilando que nadie nos contamine nuestro espacio vital. Si es necesario hasta llevando mascarillas como los japoneses. Nada de dar la mano, nada de dar un beso inocente (o no), nada de tocarnos porque podemos contagiarnos con la dichosa gripe. A la espera de que prohíban también que nos miremos a los ojos de la gente (Golpes Bajos recomendaba ya en su canción que no lo hiciéramos porque dan miedo y siempre mienten) intento imaginarme a dos viejos amigos moviendo los brazos pero sin rozarse, que me enfermas. En fin, a veces pienso que con todas estas medidas de salud pública alguien perverso está haciendo realidad el sueño de monstruos como Hitler y Stalin. Mientras menos contacto tengas con el de al lado mejor. Dile hola, cómo te va, pero ni se te ocurra abrazarlo aunque lleves cincuenta años sin verlo. No merece la pena coger el bichito.

En fin. La ministra anuncia hoy que el Gobierno de las Españas está estudiando seriamente también la posibilidad de que no se fume en los espacios públicos. Ya no basta así con imaginarnos a esa panda de enfermos viciosos que le dan al tabaco en zonas marginales en restaurantes y cafeterías, porque ahora quieren hacer lo mismo en la calle. Mientras tanto yo, que soy fumador y uno de esos fumadores compulsivos que quiere dejar de serlo, me contamino con el humo del tráfico y no abro la boca. Y entro en el supermercado, y veo alineadas las botellas de licores varios y tampoco abro la boca. Para qué, reflexiono en unos tiempos tan raros y reraros como son los actuales.

Puede que todo esto sea producto de una conjura judeomasónica que pretende que los drogodependientes, fumatas que dicen, terminen yendo como corderos al matadero si no logran superar el maldito vicio porque le han vencido sus flaquezas humanas. Tiemblo solo de pensarlo. El mundo actual se mueve demasiado deprisa, y el mensaje que se está desparramando por la mayor parte de los sistemas democráticos de aquello que antaño se llamaba mundo libre produce escalofrío en nombre siempre de la tolerancia. Actitud, que deberían saber casi todos, consiste en despreciar al adversario.

Me pregunto si los que están soltando estos disparates saben realmente lo que están haciendo. A mi me parece otra forma de marear la perdiz, de mantener nuestra atención clavada en otro sitio y no donde debe de estar, que es tu vida.

Mala cosa cuando los gobiernos se empeñan en ser tan protectores con la salud de sus hijastros. ¿Qué van a hacer con los que le salgan a la contra? ¿Con todos aquellos que continuarán asfixiando sus pulmones?

Esto de las prohibiciones no es exactamente el argumento de 1984 de George Orwell, ni de Un mundo feliz de Aldous Huxley (¡soma!, ¡soma!, ¡soma!), pero casi. Ahora bien, pregunto: ¿habrá otra revolución en la granja?

Mucho me temo que no.

Y suelta ese cigarrillo de una vez: ¡enfermo!

Saludos (tosiendo, tosiendo, tosiendo) desde este lado del ordenador.
 

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