Confesiones de un lector (idiota, probablemente)

Tuve una época en la que me molestaba un montón que en los libros que adquiría se publicara la fotografía de su autor. La razón es sencilla, si me había puesto a imaginar cómo sería el novelista en cuestión lo recreaba como una suerte de lo que me contaba a través de sus historias. Recuerdo que el primer gran chasco que me llevé al ver a uno de mis autores favoritos reproducido en uno de esos volúmenes fue Ray Bradbury porque nunca me hubiera imaginado al creador de Las crónicas marcianas, El hombre ilustrado o Fahrenheit 451 como era de verdad: un tipo demasiado normal y corriente, con sus gafas y esa bondadosa sonrisa. Los chascos se fueron sucediendo cuando les entró a los editores la manía de poner en la contraportada la imagen del escritor, generalmente un hombre y una mujer con pose interesante en cuyos rostros no encontraba ninguna de las claves que me hicieran entender cómo habían sido capaces de construir aquellas fantásticas historias. Entre los pocos que me sorprendieron gratamente: Joseph Conrad, Edgar Allan Poe, Charles Dickens y Ramón J. Sender, el fabuloso escritor aragonés. Pero pocos más, la verdad.

Luego, por esos azares que te da la vida, he tenido la ocasión de conocer a escritores a los que más o menos les he seguido su carrera literaria mandando a paseo aquel prejuicio adolescente, aunque debo de confesar que cuando se niegan a que aparezca su fotografía en sus libros, me lo hacen más atractivos a la hora de abordarlos. Me pasó con Bruno Traven, J. D. Salinger o Thomas Pynchon. En el otro lado de la balanza pondría a Stephen King, un narrador potentísimo pero demasiado pegado a sí mismo; y algún otro de cuyo nombre no puedo acordarme ahora.

En esta mi manía que fue la de frustrarme por ver sus fotos, hay otras como la de prestar un libro (en la tienda de Sonora había un cartelito donde se nos advertía: Libro prestado, libro robado), porque he tenido la desgracia de que me los devuelvan (cuando me los devuelven) bastante estropeados. El peor caso que recuerdo fue el de pasarle una novelita a un conocido y que tiempo después (ya casi me había olvidado de que se la había prestado) la recuperara con casi todas las páginas sueltas y varias manchas de café con leche. Obviamente, le regalé el libro mutilado al cabestro procurando que entendiera por la mirada que le lancé que nunca jamás le iba a prestar otro.

Hay pocas cosas que me hagan salir de mis casillas, una de ellas es observar como un desalmado dobla un libro o es capaz de cogerlo con las manos hechas mierda. En esos momentos estoy a un paso de convertirme en el estrangulador de Boston, independientemente de cual sea el libro. Lo mismo me pasaba con las novelitas baratas del oeste, terror, policíacas o de ciencia ficción, cuyo diseño de cubiertas estaba preparado para soportar las zarpas de cualquier energúmeno. Prejuicioso que soy, ya lo dije.

Como lector (compulsivo) prefiero las ediciones de bolsillo a las de tapa dura, y soy de los que se va a cualquier parte con el librito a cuesta. Cualquier momento es bueno para hacerme menos dura las esperas: en la cola del banco, en la cola del paro, en la cola del médico, en el cine antes de que empiece la película…

En una ocasión estaba en el banco y alguien de la cola al verme tan abstraído en la lectura exclamó: “si lo sé, la próxima vez traigo un libro”, lo que para mi fue como meter un gol por toda la escuadra. ¿Por qué? Porque aquel señor la próxima vez iría al banco con su librito a cuesta. Todo sea para abstraernos de las antipáticas piedras que se ponen en nuestro camino. Además, en ocasiones tengo la sensación de que no hay acto más enojoso para otros que el ver a uno a su bola y con los ojos clavados en un libro. No sé, es como asistir desde fuera a un diálogo mudo y telepático en el que no estás invitado. Por eso me encanta ver a personas leyendo, es como contemplar a alguien que duerme: invulnerable en su propio universo.

A veces me pasa, cuando leo una novela de humor, que suelto la risa en la soledad de mi casa y me quedo un rato perplejo e inquieto. No me pasa lo mismo cuando disfruto de una comedia cinematográfica porque la ves y la escuchas (y si es una filme silente por lo menos tiene música de acompañamiento) y tu carcajada forma parte de lo que estas observando. Pero reírte leyendo… es como si con tu risa rompieras las cadenas de tu soledad. El eco se queda un momento flotando en el aire, casi lo puedes coger entre los dedos hasta que se desvanece.

¿Y si pasas miedo? A mi me pasó leyendo el Drácula de Bran Stoker. Recuerdo que tuve que cerrar la puñetera novela porque lo estaba pasando realmente mal, aunque a la vez sentía la tentación de volver a leerlo para continuar pasándolo mal. No sé si Drácula es la mejor novela de todos los tiempos como dicen que dijo Oscar Wilde, pero si la han leído es probable que piensen que casi es una de las mejores novelas de todos los tiempos.

Soy también de los que de tanto en tanto afilan el lápiz y subrayan una frase, un comentario que le sacudió en el libro o los libros que está leyendo. Tiemblo, de todas maneras, cuando cojo algún ejemplar usado en rastros y tiendas de viejo y me tropiezo con subrayados a bolígrafo o con rotulador fosforescente. De alguna manera han matado a ese ejemplar. Entiendan ustedes que entiendo que es un acto vandálico. De hecho, sólo recuerdo haber hecho eso con determinados libros de texto, pero era una manera inconsciente de “liquidarlo”, de demostrarle el poco aprecio que le tenía a ese galimatías que por cojones tenía que aprenderme.

La verdad es que inicié este post con otra idea, la de recomendarles a uno de esos escritores a los que sí he tenido la suerte de conocer y de los que me han dejado clavado en el sillón estas últimas semanas, donde he ido adquiriendo como buenamente he podido sus novelas. Ya les hablaré de él, Alonso Cuento, con quien mantuve largas y provechosas charlas sobre libros en Gijón. Y en concreto de un escritor, Herman Melville, cuya Bartleby, el escribiente, me parece (para disgustos de los imbéciles) una de las mejores novelas de humor de todos los tiempos. Quizá sea por lo visionaria que resulta, o su retrato trágico de ese personaje que sólo sabe decir: preferiría no hacerlo.

En fin.

Saludos a lo ser o no ser desde este lado del ordenador.

4 Responses to “Confesiones de un lector (idiota, probablemente)”

  1. David D. Says:

    Como siempre cuando hablas de libros, su materia literaria y su materia física, pura pasión en la expresión. Comparto tus gustos, manías y fobias respecto al libro. En este post te faltó poner eso que sí has puesto en algún otro: oler los libros. Confieso que también yo caigo en esa manía, pero reconozcamos que hay ciertos libros que no merecen ser olidos más de una vez…
    Salud

  2. editorescobillon Says:

    Gracias David por recordármelo. Otra manía, entre las tantas, es que no soporto que marquen el libro doblando una esquina de la página. Por Dios, que para algo se inventaron los marcadores (¡!).

  3. Cautivo y desarmado Says:

    Ultimamente escribes tan bien que pienso, malévolamente, que un negro te escribe las piezas. Felicitaciones para ese “negro”.

  4. editorescobillon Says:

    Danke, bwana.

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