Mirando hacia atrás sin ira

Me desperté hace unos meses de un mal sueño, de esos agitados y que no te dejan ser tú mismo. Un mal sueño de los que te hacen revolver las sábanas y sentirte culpable por algo que no has hecho. De los que te obligan a abrir los ojos de improviso, en medio de la noche caldeada para descubrir frustrado que estás durmiendo sin dormir…

En fin, a lo que les contaba: desperté hace unos meses de una extraña pesadilla, de uno de esos –no sé yo si involuntarios– descensos a los infiernos de la normalidad para darme cuenta que sólo se puede salir de ellos por la puerta grande. La sensación de culpa se ha transformado así en ceniza, y en estos casos en tu corazón ya no hay cabida para el veneno de los torpes (a)normales aunque toque madera con la esperanza de que ese estadio de excéntrica felicidad que me envuelve dure un tiempo largo, el suficiente para volver a construirme como persona.

Recuperas viejos escenarios de tu infancia y de tu adolescencia, discos que sólo habías escuchado una sola vez y una montaña de libros que te espera con religiosa paciencia en la mesita de noche infundiéndote una cómoda tranquilidad. Alimento espiritual que dice un idiota. Novelas y novelitas, ensayos y ensayitos…

También ves cine. Mucho cine. Como escribí hace unos meses, en pleno periodo de recuperación mis ojos y mis ideas se mostraron agradecidos con un género –el western– fabricado por hombres libres. O al menos de los que mascan libertad porque la mayoría de sus historias son el relato de hombres y mujeres que sólo caminan dando pasos hacia adelante. Ahora, en estos días de baño a lo burbuja como en la legendaria El guateque, me ha dado sin embargo por el cine de aventuras de antes. Esas películas que me devoraron parte del alma siendo niño y que hacía tiempo no veía porque estaba sumergido en las tediosas aguas de la normalidad. Reveo Cuando ruge la marabunta (Byron Haskin, 1954); La senda de los elefantes (William Dieterle, 1954) y esa obra maestra del desarraigo que es El salario del miedo (¡qué título para estos tiempos de recesión!) de HG Clouzot. Una vez más redescubro a Eleanor Parker y a Elizabeth Taylor y me pregunto si realmente hubieron mujeres así. Las comparaciones son odiosas, lo sé, pero es que hoy me parecen espejismos. Y ellas demasiado hermosas e interesantes. Luego he llegado a la conclusión de que en este aspecto sí que hemos dado un gran paso. Pero hacia atrás.

Cae en mi reproductor de dvd El estrangulador de Rillington Palace, El cisne negro, El halcón y la flecha, El temible burlón, Scaramouche, Operación Cicerone, Los crímenes del museo de cera –en una edición con las dos versiones, la de Michael Curtiz y André de Toth–; Hondo, otra del oeste; el bellísimo musical La leyenda de la ciudad sin nombre con el inolvidable Lee Marvin cantando Wandering Star (canción  que por derecho propio se ha convertido en mi himno personal en estos tiempos de forzada pero también gozosa reflexión)… y dos obras maestras de Raoul Walsh: Los violentos años 20 y El último refugio, películas estas que me marcaron en mi infancia y que, diablos, vueltas a ver siguen marcando mi cada día más improbable madurez.

Personalmente no he descubierto ningún título nuevo en esta lista de grandes títulos porque todas la vi en la televisión de aquel entonces (la de un solo canal y en blanco y negro) que pese a todo lo que le faltaba sí que exhibía cine del de verdad. Recuerdo todavía al crítico Alfonso Sánchez presentando las películas en aquella pequeña pantalla tartamudeando. Y cómo en casa lo imitábamos: “esta pepelícucula de John Ford”. O cuando aparecían los títulos de crédito y en mi familia coincidíamos en que sería buena porque salía Gregory Peck o Robert Mitchum, coreando sus nombres como si se trataran de futbolistas que saltaran al terreno de juego.

El cineasta Joseph Vilageliú me avisa en uno de los comentarios recientes en este mismo blog que el verano es territorio abonado para la nostalgia. No lo sé, pero por Dios que mis ya continuados y para nada enfermizos vistazos hacia atrás sin ira me están descubriendo a un personaje, este mismo que le escribe, que hasta hace unos meses se estaba convirtiendo peligrosamente en un imbécil.

Eso era casi todo.

Saludos idiotamente cinéfilos y cinéfagos desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Mirando hacia atrás sin ira”

  1. Eve Harrington Says:

    El Temible Burlón, Scaramouche y El Halcón y la Flecha son películas imprescindibles, como El Prisionero de Zenda, El Capitán Blood o El Hidalgo de los Mares. Nunca me cansaré de verlas…Además de seguir secretamente enamorada de Gregory Peck, por los siglos de los siglos…

  2. editorescobillon Says:

    ¡El prisionero de Zenda! Me encanta esa película, sobre todo la que protagonizó Stewart Granger. ¿Y qué me dices de la maravillosa Los contrabandistas de Moonfleet?, entre otras tantas…

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