Eran otros tiempos, no sé si más felices…

Estoy casi seguro que para todos esos pibes que forman parte de mi generación el haberse enterado ayer de la muerte repentina (un paro cardíaco acabó con su vida mientras paseaba por las calle de Nueva York) tiene que haberles alterado el disco duro de su memoria. Y apunto lo de alterado el disco duro de la memoria porque John Hughes es al menos el realizador de dos películas que a este que les escribe sí que le marcaron en su momento. La primera de ellas es El club de los cinco, una cinta que si bien no ha pasado con notable el paso del tiempo sí que me mostró en aquellos tiempos de adolescencia impertinente lo difícil que nos resulta a la mayoría eso de crecer; y la segunda, quizá su mejor película, la refrescante comedia juvenil Todo en un día, por ser un trangrsor y experimental relato sobre un día de fuga del instituto de su protagonista (un gigantesco Matthew Broderick, en la imagen que apoya estas líneas junto a Hughes), mientras es perseguido por el ridículo director de su centro escolar, interpretado por un Jeffrey Jones en uno de los mejores y más surrealistas papeles de su carrarea.

Hughes dejó otros títulos, comedias juveniles algo plúmbeas pero bien narradas para todos aquellos espectadores ochetenteros de provincias que pedíamos a gritos cine que nos hablara de nuestras cosas sin prejuicios adultos.

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El ya desaparecido cineasta es responsable también de esa graciosa cinta de tintes fantásticos que fue La chica explosiva (que luego dio origen a otra fantástica serie televisiva) y que despertó nuestros primerso ardores al descubrir a su actriz protagonista, una Kelly Lebrok de erotismo casi para todos los públicos; y Dieciséies velas, que fue su primera película.

Gracias a Hughes muchas estrellas de aquella década algo enfermiza que fue los 80 tuvieron oportunidad de darse a conocer. Entre otras y otros, Molly Ringald, que nunca fue santo de mi devoción; Judd Nelson y Charlie Sheen, por citar solo los que se me vienen a la cabeza.

 Tengo en casa la versión especial de Todo en un día, así que esta noche, antes de dormir para soñar que sigo siendo aquel abominable adolescente pecoso con ojos azules, la pienso volver a ver a modo de cariñoso homenaje a un cineasta cuya muerte repentina (caminando en la calle fulminado por un paro cardíaco) no deja de hacerme pensar que, diablos, igual sí que nuestro efímero paso por este mundo está escrito.

Saludos con sabor a nostalgia desde este lado del ordenador.  

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