Las aventuras de ‘Flesh Gordon’ en el planeta Porno, no confundir con Mongo

Estoy frente al espejo, dibujándome la sombra de un bigote con el lápiz de cejas de mi madre. La memoria me dice que debo de estar a finales de los 70. Observo como ha quedado esa farsa pintada debajo de la nariz, y creo que puede dar el pego. Salgo corriendo del baño, y sin despedirme de la familia corro al Cinema Victoria, donde de puntillas adquiero una localidad. Hay poca gente, debe de ser un día de entre semana, así que me acerco con el corazón palpitante a la entrada, donde el portero, cuando me ve, suelta una sonora carcajada. Ni falta le hace pedirme el carnet de identidad para comprobar si tengo los 18 años de rigor. Me señala la taquilla para que me devuelvan el dinero que he pagado. Frustrado, y mientras regreso a casa, me quito la ridícula sombra del bigote con el pañuelo, humedecido de saliva.

¿De qué película se trataba, de entre las muchas a las que no me dejaron entrar cuando todavía era oficialmente un menor de edad? Pues de La batalla de Árgel, de Guillo Pontecorvo.

Otro día, o quizá fue antes, ya no me acuerdo. Me llama uno de esos amigos a los que después por los avatares de la vida dejas de tener noticia, para anunciarme por teléfono que han estrenado en el Cinema Victoria (ay, mi Cinema Victoria, que deliciosamente desgraciado me hacías por aquellos años) Flesh Gordon. Flash Gordon querrás decir, le corrijo. “No, no, en el periódico pone Flesh Gordon”.

Y me pregunta si quiero ir con los amigos del barrio. E inocente le digo que sí. No sabía entonces que era otra película no apta para menores de 18 años.

Quedamos a la puerta del cine, que como recordarán los más veteranos estaba situado debajo del Teatro Baudet y al lado de esa fábrica abandonada de tabaco que ahora quieren transformar en Museo del Carnaval. Y me sorprendo, porque allí están casi todos los amigos del barrio. Un ejército. Nos dirigimos a la taquilla y me pongo nervioso porque pienso que no me van a dejar entrar. Tengo pinta de chaval, aunque hace tiempo que ya no llevo pantalones cortos. Aquellos pantalones cortos de color marrón que tanto marcaron mi infancia.

“No te preocupes”, me dice el amigo. “Que los más jóvenes nos metemos entre los más viejos”. Así que como una jauría de perros entusiasmados, todos moviendo la cola, nos dirigimos a la entrada, casi arrollando al amenazante portero que sólo puede cortar las entradas y dejarnos pasar.

Ahhh qué felicidad. Acabo de burlar al sistema.

Somos tantos, que todavía recuerdo que ocupamos una fila de butacas entera del viejo Cinema Victoria.

“Voy a ver Flash Gordon”, mi viejo héroe de los cómics Burulán, aquellos a todo color que mi tío me regaló antes de tirarlos a la basura y que todavía conservo como oro en paño en la biblioteca de casa.

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Y empieza la película.

Y oh frustración, aquello no es Flash Gordon. Sino Flesh Gordon. Un blandiporno de los 70 que para mis alucinados ojos adolescentes me descubre repentinamente un mundo mágico y de colores. Obviamente, la frustración inicial se reblandece hasta desaparecer.

Años más tarde conseguí la película en una vieja copia de VHS, y con el nerviosismo de rememorar uno de los momentos digamos más luminosos de mi vida como espectador cinematográfico, no me pareció tan espectacular el filme. De hecho, fue una de tantas películas que una vez revisitada con ojos adultos contribuyó a que mirara de reojo todas aquellas cintas que me hicieron feliz mi niñez y adolescencia.

No obstante, Flesh Gordon es una simpática y subterránea parodia del viejo Flash Gordon, realizada con un insólito respeto hacia ese icono de los tebeos de ciencia ficción. Contaba con efectos especiales, cierto diseño, y una historia deliciosamente tonta. El planeta Mongo es ahora el planeta Porno, que en su trayectoria amenazante al viejo planeta Tierra envía unos rayos con los que pretende acabar con nuestra civilización desatando entre todos nosotros una ola de sexo desenfrenado. Flesh recala con la que será su novia (Dale Arden fagocitada en esta versión en Dale Ardor) y el viejo doctor Jerkoff (Zarkov en los tebeos) en la superfie de Porno para poner fin al ataque de los rayos ninfamaníacos. Y allí se tropiezan con el príncipe Balin, una loca vestida como Robin de los Bosques, que en los cómics era el muy masculino príncipe Barín; y la reina Frigia que deja de ser Frigia cuando cae en los brazos de Flesh, en su lucha contra el diabólico Wang el Pervertido (Ming en los colorines), que no es otra cosa que un cachondo mental con pinta de oriental.

La película se ha convertido en uno de esos títulos de culto que alimentamos los chavales que la vimos en circunstancias tan especiales y aventureras. De hecho, fue tal su éxito que se rodó una segunda parte que nunca vi, salvo fragmentos aislados en You Tube.

¿Que por qué me acuerdo de aquella experiencia? Sencillo, como ya dejé escrito en otra parte y ocasión, ir al cine entonces era toda una experiencia para un chaval con la cabeza puesta en otras cosas, y más en aquellos años que mi memoria recuerda ahora con alarmante color sepia.

En fin, eso era todo.

Saludos mascando fragmentos de nostalgia desde este lado del ordenador.

9 Responses to “Las aventuras de ‘Flesh Gordon’ en el planeta Porno, no confundir con Mongo”

  1. elintenso Says:

    Siempre me ha gustado el porno. Me parece honesto. Y sí, puede cansar. Pero con diez minutos es suficiente.

  2. editorescobillon Says:

    Esta versión de la que hablo no es porno, en todo caso una película “erótica”, y tampoco. Era de aquellas clasificadas S, y si tienes tiempo para ver una buena broma, te la recomiendo. Es de esas pelis malas malas que, demonios, te dejan buen sabor de boca.

  3. j vilageliu Says:

    No he tenido el placer de revisarla, pero sigo recordando la orgía inicial en el avión que, como es lógico, cae en picado, y cómo descienden Flesh y su ardorosa novia en paracaidas (y lo que le hace ella a el mientras descienden), o el ataque de los robots violadores. Fui y sigo siendo un devorador de las aventuras de Flash Gordon y no me molestó en absoluto esa “depravada” versión de mi héroe en una paleta de colores que no traicionaba el original.

  4. j vilageliu Says:

    En cuanto a lo de que no te dejaban entrar si no tenías la edad, mi mayor frustración fue quedarme en la calle mientras otros entraban en el estreno de West Side Story, creo recordar en el cine Aribau de Barcelona. En cambio, durante las vacaciones de verano en el pueblo, había un pequeño cine de piso de madera en lo alto de la cafetería del pueblo, que dejaban entrar a todo el mundo. Allí pude deleitarme con Psicosis, cerrando los ojos cuando la hermana de la prota baja el sótano y allí aguarda la madre de espaldas… Así nos lo recomendaron los amigos de más edad, aunque todos hicimos trampa abriendo un poco los dedos. En una ocasión entré a ver una película clasificada 4 (para mayores eran 3, 3R y 4, el 4 era excomunión inmediata), estuve esperando a ver si aparecía la escenita pecaminosa, pero al rato me aburrí y me salí del cine (había entrado con la excusa de que buscaba a alguien).

  5. editorescobillon Says:

    En Santa Cruz lo de que te dejaran o no entrar en las salas era aleatorio. Si tenías enchufe no había problema, como me pasó en el Baudet, donde, entre otras, recuerdo (eso sí, en la parte de arriba y con la orden de que no asomara la cabeza) películas como Quiero la cabeza de Alfredo García, filme que desde ese entonces es mi favorito del director, por encima de Grupo salvaje, vaya. Los que recuerdo que sí eran inflexibles: el Cinema Victoria y (ay cómo se me parte el alma) mi añoradísimo Víctor, entre otros.

  6. rinconete Says:

    La mayor aventura para ir al cine ahora es la de gastarte el dinero en cotufas y refrescos….

  7. David D. Says:

    No rinconete, la mayor aventura es lograr sobrevivir a esos maleducados que no paran de hablar, gritar y hablar con el móvil en plena película. Hace unos meses asistí atónito a una auténtica pelea. No he vuelto a ir a ese cine.

  8. j vilageliu Says:

    Qué extraño eso de las clasificaciones morales. Al año siguiente cambiaron la ley y pusieron West Side Story para mayores de 16 años. Había pasado un año y yo ya los tenía. Estaba estudiando en la universidad laboral de Zamora en regimen de internado, así que tuve que pedir un permiso especial a los curas para que me dejaran salir más allá de los muros del internado y así poder ver la dichosa película. La vi detrás de una columna (los cines eran así de raros) y la pusieron enterita, quiero decir con los diez primeros minutos solo con la música y aquellas imágenes estáticas de colores (y que se respeta en la versión en dvd), regresé emocionado y me incorporé al resto de los estudiantes que comían en silencio en el comedor comunal, no sé si tanto por la peli como por haber podido escaparme por unas horas. Allí dentro esperaba impaciente que llegase el domingo por la tarde que era cuando encendían los carbones de aquellos vetustos proyectores y nos entretenían o bien con un western o con una españolada de la época (del tipo Recluta con niño). Cualquier cosa era mejor que pasar las horas allí dentro, eran dos horas de liberación total, y temía la llegada dle the end que me alejaba ocho días de la siguiente dosis cimematográfica.

  9. editorescobillon Says:

    Carajo, qué grande es el cine!

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