Todo fluye, nada permanece

 exorcista.jpg

Quiero que lo vean. Ahí está ese adolescente que se ha quemado la cabeza leyendas cuentos y novelas de terror. Hace un tiempo descubrió a Lovecraft, y tiene sueños en los que reproduce sus extrañas e inquietantes arquitecturas de mundos remotos. Suele despertarse cuando en estos sueños se aproxima a una de esas edificaciones irregulares y escucha el grito atronador y aterrador de una voz imposible. Quizá sea el de una de las deidades primordiales que creó el reservado escritor de Providence, Rhode Island.

Esos sueños, que no pesadillas, le hace pensar que quizá fue eso precisamente lo que ha hecho que las historias del señor Howard Phililps tengan tan mala suerte en el cine. Salvo cuando se le mira con estudiado sentido del humor.

Estamos a finales de los 70. Una buena época para el cine que llegaba a las salas de esta provincia. Y digo lo de cine que llegaba a las salas de esta provincia porque, como pasa también ahora, el 99 por ciento que se estrenaba y estrena era y es norteamericano y no de arte y ensayo (la verdad es que siempre me pareció bastante cursi eso de arte y ensayo, deben ser manías). De todas formas, qué cine diabólico, qué cine mayúsculo… Taxi Driver, Apocalypse now! y mucho me temo que también El exorcista, de William Friedkin, un cineasta cuya filmografía está repleta de títulos que han sabido tocarme.  Les invito a ver o a que vuelvan a ver French Conection, A la caza (su mejor película, probablemente); Los chicos del barrio e incluso su excesiva Vivir y morir en Los Ángeles. No les recomiendo lo que ha hecho después. En este saco de pequeñas y atractivas obras imperfectas meto también El exorcista, basada en la novela del mismo título de William Peter Blatty.

Como no tiene la edad, ese chiquillo que aprendió a no tener pesadillas gracias a Lovecraft consigue ver El exorcista en uno de aquellos cines de barrio que pululaban por esta ciudad de muertos andantes que fue y sigue siendo Santa Cruz de Tenerife. Así que se lanza él solito a la piscina entrando en el mítico cine Delta, ubicado en el barrio de La Salud.

Se apagan las luces y la luz del proyector perfora la pantalla.

Cuando termina la película sale del Delta lo que se dice literalmente a-co-jo-na-do. Y eso que ha visto una copia penosa, con rayas y cortada por la inevitable censura de aquellos años. Pero aún con esas no deja de mirar para atrás, con la piel de gallina. Al abrir la puerta de su casa y encender la luz ¡mala suerte! porque deben de haberse fundido los plomos, así que tiene que subir a oscuras, en tinieblas, las escaleras. Y a medida que avanza peldaño a peldaño le parece ver en las sombras el rostro mutilado de Regan, y oye voces cavernosas.

Duerme.

Pero no tiene pesadillas.

Pasa el tiempo, cambian los amigos y cambian algunas aficiones. Un día, hablando con un colega sobre El exorcista llegan a la misma conclusión de que parte de su éxito se debe a que por una vez el mal en el cine tiene nombre pero no apellidos. Es el diablo a secas. Todo aquello que encarna lo peor de nosotros mismos.

Años 90, en la cartelera se anuncia que llega por fin a la gran pantalla El exorcista según el montaje del director, esa moda que hubo y habrá por añadir secuencias descartadas y pretender (sin conseguirlo la mayor parte de las veces) mejorar el material original. Queda con el amigo y esa misma tarde asisten al estreno.

Mucho jovencito, flota en el aire un ambiente de tibio nerviosismo. “No saben la que les espera” piensa aquel que leía a Ech Pi El.

Se apagan las luces. Suena la famosa melodía nerviosa de Mike Oldfield y comienza la película.

“Oh, oh, oh” se dice el chico, “aquí hay algo que no funciona…” La pibada se descojona de la risa. Más de un gracioso imita la voz con serios problemas de ronquera  de la niña poseída. Cuando Regan vomita aquella pasta verde las carcajadas resuenan por toda la sala.

Le da un codazo al amigo. ¿Pero qué pasa, no les da miedo? No, no les da miedo. Y al final termina uniéndose a la procesión de carcajadas que invade la sala. Es como si su cerebro hubiera drenado aquella oscura experiencia de adolescente.

Desde entonces, no ha vuelto a ver El exorcista aunque confiesa que hace unos días tuvo la tentación de volver a revisarla en la soledad de su casa. No lo hizo. Pero ¿saben por qué? Sintió miedo precisamente de descojonarse con la niña poseída. Y eso le hizo pensar (porque últimamente reflexiona en cosas tan idiotas como ésta) si al final va ser verdad aquello de que la existencia del diablo radica en que nadie cree en su existencia.
   
Saludos, pensando si va a tener razón La semilla del diablo, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Todo fluye, nada permanece”

  1. David D. Says:

    Amigo, que gran título de post para un gran artículo. Déjame decirte una cosa: yo sí visioné años después “El exorcista” y para nada me pasó lo que a esa gran chiquillada. Sentí el mismo horror que la primera vez, casi hasta el punto de tener que mirar a otro lado. Me pasó lo mismo en televisión. Sencillamente pienso que la mentalidad de la gente es distinta, cada generación tiene la suya, como cada pueblo tiene la suya. Es claro que compartimos cosas, que sentimos alegrías y tristezas similares, pero el registro de ciertas cosas de la realidad (cada zona humana con su realidad concreta) y de ciertas cosas del ámbito creativo (el cine entre ellas) puede llegar a resultar muy distante. Entre generaciones de un mismo lugar sucede lo mismo. A veces incluso ocurre dentro de uno mismo.
    Un gran saludo

  2. Ricardo Garcia Says:

    El Exorcista sí que sigue dando miedo. Tengo 22 años, y la vi hace tiempo. Joder, la niña esa me puso los pelos de punta.

Escribe una respuesta