Paseando por La Laguna

La Laguna es una contradicción. Pese a su vetusta y señorial belleza, no dejo de pensar, cuando recorro sus calles y plazas, ¿cuándo dejaste de creerte aquello que te decía capital cultural de Canarias? Salvo notables excepciones, como la reciente apertura de las instalaciones de la Fundación Cristino de Vera, y algún que otro espacio privado que todavía mezcla tertulia y churros con chocolate, la vieja La Laguna ya no es mi La Laguna, entonces poblada en mi gastada memoria de pubs, música y un estudiantado revoltoso y verdadero protagonista de una ciudad tan provinciana como ferozmente aristocrática. Y tan fría en invierno (con ese viruje que se te cuela por dentro) como caliente (sin doble ni triples sentidos) en verano. ¡Maldita y bendita humedad lagunera! 

La Laguna no tuvo la pila de años un teatro. Pero sí contaba con cines, templos en los que quien les escribe se refugiaba ocasionalmente como si de una excursión se tratara. Cogías la guagua en Santa Cruz, subías por la carretera vieja y llegabas con ese gozoso malestar de todo viaje. O medio amodorrado, que es más o menos lo mismo, porque el ruido del motor y de las conversaciones guagueras siempre me han hecho dormir despierto.

Ahora La Laguna sí cuenta con teatro. Un teatro Leal chiquito que casi parece el hermano pequeño del Guimerá en Santa Cruz de Tenerife, pero no con cines si entendemos por cine lo que era un cine. Salas que debían encontrarse en pleno corazón de la ciudad y no en su extrarradio.

Sobre el futuro de los ya legendarios Aguere trata el artículo que hoy puede leerse en loquepasaentenerife. Otra de esas salas cerradas que forma parte del paisaje de ésta y otras ciudades, y que casi parecen monumentos a otra época. Visto de esta manera, solo es abono para que nostálgicos recuerden los momentos que pasaron en sus tripas,. A mi me saben a cotufas. Pero cotufas como las de antes porque incluso eso, en los grandes y carísimos multicines del extrarradio, no me saben igual… pero así son las cosas. O los vientos que soplan en estos difíciles tiempos. Tan implacables que borran todas las huellas que te hicieron persona. Al final te sientes perdido ante tantas transformaciones y desprecio por aquellos espacios que marcaron tu modo de ir por la vida. Y en la señorial La Laguna, con inequívoco sabor antiguo y castellano, tan bien conservada en su pasado ilustre, te preguntas una y cien veces porqué dejó de ser con el paso de los años en el motor cultural de unas islas cuyo testigo dice que recupera con esas cosas que llaman fiestas y romerías.

Y no. Claro que no es lo mismo en esa laguna desecada por dentro y por fuera.

Saludos, algo laguneros, desde este lado del ordenador.

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