¡Basta de que te amarguen la vida!

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¿Dónde me llevas, Julie Andrews?

Tengo películas que no me canso de ver cuando se acercan y también cuando ya estamos en esas fechas marcadas al rojo en los calendarios del que dicen es Mundo Libre. El visionado de esas cintas, que como escribo se han convertido para mi en objeto de culto, me sirve para recuperar historias que por alguna razón me hicieron feliz o simplemente me emocionaron.

A su manera entiendo que esta costumbre –no sé si mala o buena– me sirve como de válvula de escape y es una forma como otra cualquiera de combatir el aburrimiento apostando por las que sé que me van a gustar siempre. Gusto, como verán, relativamente conservador. El caso es que pese a que me las sé de memoria y saberme escenas y diálogos casi completos, consiguen siempre que me sorprendan.

En esta pequeña lista de películas que yo llamo de comodín y que sólo veo en fiestas, se encuentra el clásico King Kong y Freaks, de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack y Tod Browning, respectivamante. Títulos que ocupan los primeros puestos en mi particular lista de la 10 mejores películas de la Historia del Cine. También recupero filmes como Lawrence de Arabia y El puente sobre el río Kwai, ambas de David Lean. Largos largometrajes que me dejaron atontado cuando aún era un infante que creía en mundos mágicos y de colores. Últimamente, porque desde hace unos diez años han pasado a formar parte de este peculiar registro, la trilogía de los dólares de Sergio Leone, así como sus operísticas Érase una vez en América y Érase una vez en el oeste (o Hasta que llegó su hora para no iniciados). Y cuando estoy triste de verdad porque no hay manera humana que me sume a la algarabía impostada de los Carnavales: Con faldas y a lo loco, El apartamento y, cómo no, Sopa de ganso o Una noche en la ópera, de los hermanos Marx. Le estoy muy agradecido a los cabrones de Billy Wilder, Chico, Harpo y Groucho por hacerme olvidar las frustraciones del universo mundo provinciano en el que me muevo como tiburón sin mandíbula.

¡Azúcaaaaaaar!

Otra de esas películas que me taladra el corazón y que suelo repescar cuando se aproximan fechas navideñas es Sonrisas y lágrimas, un musical familiar no apto para diabéticos dirigido por Robert Wise.

Les cuento todo esto porque la noche de ayer, viernes, me la pasé en casa revisando una vez más Sonrisas y lágrimas, un filme que, la verdad, me pone los pelos de punta. ¡A mí!, precisamente ¡a mí! Lo que me hace preguntar ¿por qué? No he encontrado respuesta todavía, luego sigue siendo un misterio que probablemente nunca resolveré.

Confieso ante notario que ayer, mientras veía la película con una nube de lágrimas enturbiando mis ojos, me hacía ésta y otras preguntas mientras intentaba racionalizar por qué disfruto tanto con esta película.

Más calorías, necesito más calorías…

Y no acierto a comprender, diablos, el porqué. Sonrisas y lágrimas es un musical, un género que pese a tolerar tampoco es santo de mi devoción. Aparecen siete niños bastante cursis, Julie Andrews hace como de Mary Poppins pero con fulgor uterino; el capitán Trapp (interpretado por mi admirado Cristopher Plummer) es un maltratador de infantes que se rehabilita gracias a la música mientras que los dos únicos personajes interesantes del filme: la glamorosa baronesa que protagoniza Eleanor Parker –probablemente una de las actrices más emotivamente sexuales de la Historia del Cine– y el canalla pero simpático tío Max son dos golfos encantadores que dan galantemente un paso atrás cuando se dan cuenta que su ingenio no puede contra ese muro de aplastante e idiota felicidad que encarna tan extraña familia.

No sé si lo saben, pero la famita Trapp existió realmente. Hay una película alemana de los años 50 que ya reproducía sus aventuras. Mucho tiempo antes de que esa excelente pareja de compositores que fueron Rodgers and Hammerstein escribieran las deliciosas canciones del musical que más tarde podríamos escuchar en todo el mundo gracias a la película. La versión española circuló con las canciones dobladas, circunstancia que siempre me ha hecho preguntar ¿quién fue el ingenioso que escribió la letra española de aquellas estupendas melodías?

¡Otro bienmesabe!, haga usted el favor.

En este mundo de dualismos tengo un amigo que detesta con toda la cordialidad del mundo Sonrisas y lágrimas pero que adora Mary Poppins. A mí por el contrario Mary Poppins me parece bonita pero sin la perfección de un bienmesabe que tiene Sonrisas y lágrimas. Y viendo la película nuevamente, mientras me hacía las dichosas interrogaciones, ya les digo, volvió una vez más a desarmarme.

Esta mañana, hablando con una buena amiga, le expliqué que quizá mi rendida fascinación a Sonrisas y lágrimas se deba a que la película habla además de la familia, la música, ser tontorronamente feliz y el amor como ariete para romper cualquier tipo de intolerancia (en el filme encarnada por los nazis, aquellos que agitaron la bandera con la araña negra), la de ser aceptado. O formar parte de un grupo. Ser reconocido y apreciado por otros. La película está repleta de canciones que animan a esta suerte de unión basada férreamente en la familia sin necesidad de que pertenezcas al mismo clan.

La deliciosa y reivindicable tripa de la felicidad.

No sé si esta es la clave que ando buscando. Sospecho que no, pero su visionado me sirve a modo de catarsis en estos tiempos siniestros que vivimos.

Lo único que tengo claro es que a mí este potente musical me sigue pareciendo una película idónea para calmar al león resentido que llevamos dentro. Alguno me podrá contestar que en todo caso te vuelve más gilipollas y si bien pudiera estar de acuerdo, saben qué les contesto, qué me importa un bledo.

Es más, pensándolo bien me encanta Sonrisas y lágrimas.

A paseo pues con lo de buscar razones con las que justificar mis emociones. Si están ahí es para que se queden.

Saludos, reivindicando el azúcar, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “¡Basta de que te amarguen la vida!”

  1. Ike Janacek Says:

    Una que aún no he visto; pero si “Mujercitas” consigue dejarme hecho un guiñapo, con lo duro y malcarado que soy, entonces mejor evitarla… O no… Bah, si soy un goloso…

  2. editorescobillon Says:

    Goloso, goloso… Sonrisas y lágrimas.

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