Droga dura estar bajo el hechizo de la ‘Compañía’

Me asomo a al ventana con la esperanza de que los del bar de la esquina dejen de poner por todo lo alto villancicos canarios. Pero ni con ésas. Señor Ojo se sube por las paredes, gritándome a pleno pulmón “pero qué coño pasa en esta tierra” No sé que responderle. La verdad es que no recuerdo esta explosión de nacionalismo navideño. De hecho, reflexiono, si tuviera un arma me cargaba el disco del Pepe Benavente y Los Sabandeños para que nos dejaran dormir en paz. Porque hoy es una noche de paz que dice la canción.

Si a las cancioncitas con timple le sumamos los petardos cojoneros, Señor Ojo me dice que esto más que una celebración de Navidad parecen las Fallas de Valencia. Y no le falta razón al viejo, otra vez dando eses por el pasillo de casa.

En fin.

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Con la cabeza echando chispas intento continuar la lectura de The Company, de Robert Littell, autor que descubro que es un viejo conocido en este país, ya que se llevan publicando sus historias desde los años 70. De hecho, es probable que en la biblioteca de mi padre se encuentre la titulada como El rizo, pero no quiero hacerme demasiadas ilusiones.

Con The Company, lo que se dice un ladrillo de más de mil páginas, me ha sucedido una cosa que no me sucedía últimamente con los libros. Sólo pienso en leerlo con la esperanza de continuar formando parte del equipo de agentes de la CIA y la KGB, todos ellos protagonistas absolutos de este fascinante relato. Un mundo plagado de mentiras pero también de gente honesta que cree en lo que hace. Tanto de un lado como del otro.

En The Company se revelan datos interesantes, entre otros, la caza del rey de los espías, ese ebrio traidor llamado Kim Philby; la entrada de los tanques soviéticos en Budapest, la tragedia de la invasión de Bahía de Cochinos a cargo de ese ejército cubano adiestrado por la Compañía en las selvas de Guatemala, y otros tantos pedazos de la guerra fría, que fueron aquellos viejos tiempos en los que el mundo estaba dividido en dos bloques y la amenaza terrorista todavía era algo que sonaba a marciano.

Les recomiendo, si son aficionados al género de espías, a que se hagan con este título imprescindible. Vale, de acuerdo que en ocasiones a Littell se la va el baifo en su ambiciosa crónica histórica de la Agencia, pero les garantizo horas y horas de absorbente entretenimiento.

La incomodidad es aguantar el tocho entre tus manos, sobre todo si uno es aficionado a leer tumbado en el camastro y no en un cómodo sillón. Pero vale la pena pasar esas horas de gimnasia aguantando el librote. Sobre todo porque al ser tan bueno, e ir por la página 700, sabes que todavía te quedan otras 300 para navegar en ese universo de traiciones, agentes dobles y triples, infiltrados, topos, buzones clandestinos y paranoia en estado puro.

Espero que tengan suerte los que hayan topado con este post escrito con urgencia previo a la cena de las cenas, que se dice. Pero espero sobre todo que ese caballero gordo, de barba algodonosa e inquietante carcajada les regale este volumen que me hace reafirmar una vez más que no hay nada como una excelente novela de espías.

Si son como en mi casa, donde el tal Papa Noel asumimos que es un impostor venido del frío, deseo sinceramente que el próximo 6 de enero los magos que vienen del cálido Oriente les dejen entre sus regalos The Company. Uno de esos libros que abren los ojos y como tal, puede ser calificado como de droga dura.

Un abrazo a todos.

Saludos, con Señor Ojo tirando las botellas vacías de ginebra al bar de la esquina, desde este lado del ordenador.

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