Tentar a la suerte

Los que nos iniciamos en esto de la literatura a través del fantástico somos, lo que se dice, bastante abiertos con las antologías. Pudiera ser porque el género se acomoda muy bien al formato del cuento, lo que no hace sencilla la labor de compilarlos para cualquier antólogo que se precie porque exige que conozca a la perfección sus extraños  mecanismos.

Conversando el otro con un amigo salió a colación la extraordinaria antología que Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo dedicaron a la literatura fantástica. Uno de esos libros imprescindibles para iniciados y profanos porque no deja de depararte maravillosas sorpresas a medida que vas devorando sus relatos allí compilados.

Ahora mismo no recuerdo por qué razón la charla que mantuve con este amigo –y que dio tiempo para que tomáramos un café– devino en uno de los temas que, para quien esto les escribe, les resulta más atractivos del género como es el de tentar a la suerte bien cediendo tu alma al diablo o bien adquiriendo un objeto que, presuntamente, te hará feliz la existencia.

Esta especie de compra y venta maléfica arroja en la mayor parte de los cuentos y novelas finales fatales para sus protagonistas, lo que acusa y hace más interesante su lectura aunque intuya como terminará esa historia.

Siendo aún pequeño recuerdo ver en aquella televisión en blanco y negro una tosca adaptación del Diablo en la botella, basada como sabrán en el relato del mismo título de Robert Louis Stevenson que, años más tarde, leí en una selección de cuentos del autor de La isla del tesoro.

Puede que esta historia no les haga estremecer los huesos aunque sí que les dejará huella por el poso que esconde, y que no es otro que el hecho de que la mala fortuna acompañe a su protagonista si no tiene tiempo de desembarazarse de esa botella cuyo precio en el mercado ya no vale nada. Les aseguro que continua siendo uno de los cuentos más terroríficos que he leído en toda mi vida junto a la extraña novela Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado, de James Hogg, entre las que ahora mismo se me vienen a la cabeza, así como algunos relatos que Richard Matheson ha dedicado a este mismo asunto. Uno de los cuales inspira una película menor pero no por ello menos interesante titulada La caja (Richard Kelly, 2009).

Mi amigo me dio –con todo el derecho del mundo– un coscorrón en la cabeza mientras apuraba su vaso de agua con gas al recordarme La pata de mono, de W. W. Jacobs, título que quizá inspiró vagamente a Stephen King para la que considero que es una de sus mejores novelas macabras, Cementerio de animales

Esa misma tarde, y tras dejar al amigo para que continuara con sus quehaceres, me encontré una antología de relatos del mismo Jacobs en una librería (¿estaría buscándome?) de la capitá; signo que hizo que más tarde, y justo al llegar a casa, abriera la Antología de la literatura fantástica de Borges, Casares y Ocampo para releer La pata de mono, uno de los cuentos más inquietantes de cuantos se han escrito en nombre de la fantasía.

A estas alturas de la vida es raro que una historia para no dormir me quite, precisamente, el sueño, pero confieso que valió la pena volver a sumergirme en ese universo donde los anhelos nunca salen como esperas.

Les contaba todo esto porque siempre he sentido debilidad por el género de lo macabro, y si bien lo tenía últimamente algo arrinconado por otras apetencias, he vuelto a redescubrirlo en unos días como son los actuales donde necesito creer en cualquier cosa.

La fantasía es así. Un vasto territorio donde cabe absolutamente de todo. Y sus pequeñas historias, desde el fascinante terror naturalista de Maupassant hasta esa nueva visión que dicta que todo cuanto vemos puede ser distinto, es abono para que un moralista cristiano que desde tiempos inmemoriales se acostumbró a derrumbar ídolos para levantar otros sobre sus cenizas, acuda una vez más a sus fuentes para beber como un sediento de sus aguas.

Quizá sea, reflexiono ahora, porque por fin ha descubierto que en esta literatura se encuentra probablemente algunos de los más  hermosos cuentos del mundo. Sólo que, como le sucede al protagonista del relato de  Kipling, ¿tendremos la oportunidad de leerlo o será otra apuesta perdida con el diablo que llevamos dentro?

Saludos, tocando madera, desde este lado del ordenador.

One Response to “Tentar a la suerte”

  1. Nando Parrado Says:

    Como siempre, no me queda otra que felicitarte y envidiarte, en esta ocasión por comprobar una vez más tu invencible capacidad de apasionarte por la literatura fantástica a pesar de tu edad, apenas un poco más larga que la mía, como sabes. Y esto viene a cuento porque para mi desgracia yo creo haber perdido con los años ese séptimo misterioso sentido que nos permite captar la maravilla de lo fantástico y lo irracional que esconden algunos libros. Ya que hablas de Casares, recuerdo haber leído hace una eternidad “En memoria de Paulina”, un relato que me dejó noqueado. Sin embargo, años después lo volví a leer y no me estremeció como la primera vez. Por eso ahora me resisto a releer la “Narración de Arthur Gordon Pym”, de Poe, un libro tenebroso que a los trece años me daba un miedo fascinante cada vez que lo abría para continuar con su macabra historia. Leerlo de nuevo y no volver a sentir el placer del terror sería una mierda, y me pregunto si la culpa de todo esto la tienen los años, que desgastan la pasión y lo acostumbran a uno a la realidad, o si es una simple cuestión de ‘etapas’. En fin… Haré la prueba con “Paulina” y si la cosa funciona me lanzo de nuevo con “Gordon Pym” y hasta con el “Soy leyenda” que tú me descubriste cuando mi séptimo sentido estaba aún en plena forma.

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