La clave Charles Dickens

El pasado 9 de junio se cumplió el 140 aniversario del fallecimiento del escritor británico Charles Dickens. Mi relación con Dicken se inició siendo yo todavía muy pequeño a raíz del musical Oliver! dirigido por el más que estimable Carol Reed –algunas de cuyas canciones todavía suenan muy frescas en mi apolillada memoria– y más tarde a través de algunas de sus memorables novelas como David Copperfield, Grandes esperanzas, Oliver Twist, La pequeña Dorrit, Historias de dos ciudades y su ya imprescindible relato Un cuento de Navidad cuando se aproximan esas fechas hoy más que nunca entregadas al consumo.

Coincide este aniversario por esos extraños lazos que mantengo con el mundo de los espíritus en plena lectura de su fantástica Tiempos difíciles, título que me procuré la semana pasada mientras buscaba en una librería como un sediendo agua en el desierto una novela que rebajara la profunda indignación que me sacude estos días.

Creo que a estas alturas es innecesario que les hable de Dickens porque doy por supuesto que es uno de esos autores que todo lector bien nacido debiera de tener en la cabecera de su cama.

Meterme en su universo poblado de personajes mezquinos a mí, paradójicamente, me serena. Quizá sea porque en sus obras todos ellos –Fagin, Bill Sikes, Uriah Heep– reciben justo castigo por sus fechorías.

Imagino que las novelas de Dickens no han perdido actualidad porque sus lecciones morales y su profundo sentimentalismo aún continúa vivo entre nosotros. Su aversión a la pobreza, sumidero de las miserias humanas, puede ser corregida si se sabe derramar en ellas la semilla de la educación y la cultura, actitudes, pienso, de la que podría tomar ejemplo el Gobierno de Canarias y demás instituciones autonómicas y locales, para mí hoy más que nunca ejemplos perfectos para que se hagan una idea de los protagonistas más tenebrosos en la literatura de este gigantesco escritor.

Como en sus novelas, sólo espero que al final todos ellos –los Fagin, Bill Sikes, los Uriah Heep de esta región confusa– terminen como acaban los dos primeros en Oliver Twist y el tercero en David Copperfield.

Pero les contaba que por esos caprichos del azar vuelve a caer en mis manos una de las muchas novelas de su autor que no había podido leer hasta ahora, y que la emoción que me embarga con su retrato en ocasiones feroz sobre la clase obrera vista, bien es verdad, con cierta ironía pequeña burguesa, me ablanda un corazón últimamente demasiado lacerado por mediocres.

Descubir o redescubrir como es mi caso a Dickens me sirve así como antídoto para creerme que otro mundo es posible, y que al final los malos, los que han hecho de su vida una trampa de mentiras y traiciones, de arrabismos miserables, terminarán donde nunca debieron de haber salido: el cubo de la basura.

Algunos lo llaman justicia poética. Yo, la clave Charles Dickens. 

Saludos, lo que se dice eternamente agradecidos al maestro, desde este lado del ordenador.

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