¿Debo hacerme un pirata?

Aficionado a las historias de piratas mucho me temo que no formo parte de  los hermanos de la costa de nuestros agitados tiempos porque huyo como de la peste ante eso que llaman tecnología. Es decir, que debo ser de los pocos habitantes de este planeta que confiesa públicamente su total desconocimiento de los  diabólicos mecanismos que son necesarios para descargar una película, un disco o un libro.

Soy de los que todavía gusta por adquirir estos objetos de entretenimiento. De los que disfruta escuchando un disco consultando la información que ofrece su carátula, de los que navega por los extras en las melindrosas ediciones de coleccionista y de los que todavía siente una emoción indescriptible al sumergirse en un libro editado en papel pese a que su elevado coste me haga replantear día sí, día no, porque no formo parte de la feliz familia de los bucaneros culturales que surcan los mares de la red.

Sin tener todavía muy claro si haré posible mi iniciación en la legión de corsarios debido, reitero, a mi reconocido analfabetismo ante todo lo que sea tecnología, esta mañana he desayunado con una de esas noticias que me animan a que me pase al lado oscuro de la fuerza: La presentación en la capital de España (Expaña o Ezpaña) de  Libranda, plataforma digital independiente que los grandes grupos editoriales españoles han formado para la comercialización del libro electrónico.

La iniciativa comenzará el 15 de julio con unos 2.000 títulos de sus diferentes catálogos, que se venderán a través de las páginas web de las librerías.

Afortunadamente, no he encontrado en la nómina de títulos de Libranda autores suficientes que me convenzan para olvidar los libros de siempre, pero sí que me caído fatal que los precios de todas estas obras digitales cuesten al consumidor un 20 o 30 por ciento menos que en papel. Y apunto lo de fatal porque mucho me temo que continuaré siendo miembro activo del batallón de los tontos, de todos aquellos que, pese a todo, seguirán adquiriendo a precios prohibitivos el libro en su formato tradicional aunque vivamos en unos tiempos donde nuestras reservas bancarias pidan a gritos contención en el gasto.

Me pregunto al leer noticias de este calado donde terminará mi biblioteca el día que no esté en este mundo. Lo más probable que en la basura, con el objeto de reciclar el papel. Que terminen así estas criaturas me da escalofrío. Sobre todo porque la mayoría de los títulos que componen mi extravagante biblioteca tienen su historia secreta. Esa historia secreta que me ata a cada uno de ellos y que nació justo el día en que los descubrí en una librería, en un  rastro o que me entregaron en forma de regalo. También se perderá en la noche de los tiempos el mejor momento que, a mi juicio, tiene el lector cuando se enfrenta a estos territorios inexplorados: leer la primera página. O iniciar la aventura, porque de esto se trata cuando se lee un libro independientemente del género que sea. Uno parte de viaje sin saber que le deparará el futuro. Si esa odisea que emprende merecerá la pena o, por el contrario, acabará abruptamente de lado al comprobar que ese ejemplar  aburre.

A mi juicio no hay cosa más frustrante en la vida como lector que dejar un libro a medias. Con el marcador en la página 100 cuando aún faltaban 300 más para llegar a su inevitable final. A lo largo de mi vida he dejado un montón de libros a medio leer, y no me gusta nada esta experiencia. De veras. Es decepcionante.

Luego hablas con unos y te dicen qué como fuiste capaz… y con otros  que te confiesan que ellos hicieron lo mismo pero en la página 22.

Así son las cosas con esto de los libros.

Hablaba, no obstante, de convertirme en pirata y en la sorpresa que me ha golpeado al leer el anuncio de la creación de Libranda. Claro que, con ese nombre –pienso– no creo que lleguen a ningún sitio pero también puedo equivocarme.

Por el momento me resisto a formar parte de la legión de adeptos del libro digital. Ya he dicho que soy un reaccionario con mis libros de siempre, que son los de papel. Los que huelen, los que se te caen al suelo y no se rompen, los que el paso del tiempo hacen que se amarilleen sus hojas. Esas tonterías que mucho me temo comienzan a ser ya cosa del pasado.

Me siento como un triceratops de Parque Jurásico. Un bicho tontorrón que tiene los días contados. Al final, los de mi especie desapareceremos de la faz de la Tierra no por una glaciación ni por un cometa que se estampa contra el planeta, al final dejaremos de estar por la dichosa tecnología.

Me pregunto –por aquello de sobrevivir—si no va siendo hora de que me convierta en pirata.

Saludos, cantando lo de ron, ron, ron… la botella de ron, desde este lado del ordenador.

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