Pobre, pobre Feria del Libro

Llego a la conclusión que el domingo es uno de los días más extraños de la semana, al menos para quien les escribe. En mi turulata cabeza se ha convertido en algo así como en el punto y final de otro pedazo de tu existencia que se va por el desagüe, y en obligada parada para replantear los hechos de esa semana que inevitablemente se pierde.

Viene a colación esta parrafada inicial a modo de despedida de la XXII Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife, encuentro que como no se reinvente continuará obteniendo los mediocres resultados que, admiten los propios libreros, han recibido en esta edición.

El problema no está en el recortado presupuesto de este año, sino en un programa sin timonel y, mucho me temo, diseñado a última hora. Además, la fiesta de los libros en la calle no ha sabido una vez más calar entre los lectores. Sea por la dichosa crisis.

Se hace necesario que la Asociación Provincial de Libreros haga profundo examen de conciencia con el objetivo de mimar este encuentro y buscar estrategias para que los que suelen comprar libros se conviertan en habituales.

He realizado una pequeña encuesta entre amigos lectores y ninguno de ellos, salvo uno aislado (siempre hay rarezas) me revelaron que no habían pasado por el García Sanabria. ¿Cómo recuperar a esta gente? ¿Qué atractivos puede ofrecer la Feria para animarlos a recorrer sus casetas, que este año casi se han doblado?

Visité en cuatro ocasiones el García Sanabria y salí en esas cuatro ocasiones con estas y otras preguntas mordiéndome la cabeza. Si a ello sumamos la sensación de hastío — sólo atenuada por el intercambio que hice en la caseta de trueque en favor de un título de Georges Bataille y otro de mi admirado Juan Perucho, me plantee si merecería la pena volver el próximo año si continúo entre los vivos.

 El sábado, a una hora tan desgarradora como las 13.30, participé en una mesa redonda en esa misma Feria donde en un principio éramos más los miembros de la mesa (cuatro, contando con el moderador) que el público asistente. Es verdad, no obstante, que a medida que fuimos soltando el discurso la cosa se fue animando y al final se congregaron espectadores suficientes para que comenzase lo más interesante de las mesas redondas que son las preguntas del público. No sé por qué diablos, ya que no venía a cuento, uno de ellos dijo algo así como que si Canarias fuera independiente las cosas nos irían mejor… Tuve que tomar un buen trago de agua para no ponerme a llorar.

Miré los que éramos, pensé en lo que debe de significar una Feria del Libro que quiera ir con la cabeza bien alta por la vida, y necesité con urgencia un metafórico interruptor para apagar la luz porque soy de los que todavía cree que flores, por haberlas, también se encuentran en el estercolero. El problema, concluyo, es que los libreros no se han dado cuenta (y mucho me temo que nunca se darán cuenta) de que haberlas, haylas.

NOTA AL MARGEN: Gracias a la generosidad de Cirilo Leal tuve ocasión de conocer a Domingo Corujo Tejera, personaje singular. Recomiendo su primer poemario: Flores del estercolero. Se tratan de versos que no chirrían. Escritos sin tontas trascendencias. Directos, legibles, claros.

Saludos, agotado, desde este lado del ordenador.

One Response to “Pobre, pobre Feria del Libro”

  1. Nando Parrado Says:

    Oiga, Eduardo, esto no tiene nada que ver con libros, pero le pregunto: ¿sabe algo de un corto de Eduardo Gorostiza titulado “El efecto K”?

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