Memorias de un bombero de la ‘Farenheit 451′

Visito el Rastro de la capital tinerfeña sin muchas esperanzas de encontrtar algo que valga la pena. Doy una vuelta y me encuentro en los puestos de siempre. Cambio de rumbo y salto el trayecto tradicional y pierdo el tiempo rebuscando en tongas de libros.

Me encuentro con dos amigos, a uno de los cuales tengo que rendirle pleitesía guanche porque me ha pasado la primera temporada de la serie Espartaco, esa en la que uno de sus productores es Sam Raimi y que se caracteriza además de su molesta influencia con la película 300, por su inusitada violencia.

Ver cada uno de sus episodios es como ver una película gore elevada al cubo. La serie, no obstante, lo advierte al llevar el subítulo de sangre y arena.

Así que sólo por lo delirante de su planteamiento, por ese regusto radical y extremo de mostrar a la legendaria Roma como patria de mujeres con el demonio en el cuerpo y gladiadores recién salidos del gimnasio merece la pena si uno va más allá de la cortedad de miras tradicional. Espartaco resulta a ratos pornográfica. Y no por las escenas de sexo que muestra sino por los combates en la dichosa arena.

Como el Rastro es una tierra que sorprende a veces encuentro alguna cosa interesante para los gustos de quien les escribe. La novela Habana del historiador Hugh Thomas y La  reina del Antártico, de Edison Marshall, en una viejísima edición pero en perfectas condiciones de la colección Biblioteca Oro que editaba en la noche remota de los tiempos la legendaria Molino. En la mesa hay más pulps, todos ellos contenidos en bolsas de plástico para su conservación. Encuentro ejemplares de The Shadow y novelas que prometen gracias a aquellas impagables portadas y hasta relatos de Charlie Chan, el detective chino. Una juerga para un aficionado a este tipo de noveluchas, una borrachera para un fan de este tipo de subliteratura que dirían otros.

Sigo caminando por el Rastro, intentando percibir algo en el ambiente por aquello de que igual lo trasladan de sitio, pero no aprecio nada. El Rastro está inalterable. Se escucha la misma banda sonora confusa, el murmullo de la gente. Casi todos con los dedos manchados de mugre tras rebuscar en las tongas… El sol deja escapar algún rayo entre las nubes que pueblan esta extraña mañana de domingo.

Me vuelvo a encuentrar con los dos colegas y buceo con ellos zonas inexploradas del Rastro aunque sin encontrar nada. La sorpresa del día la he encontrado solo, en ese puesto donde un señor con su hijo vendía colecciones de pulps enfundados en plástico. ¡Qué los dioses los tengan a ambos dos en su gloria!

Descubro en un puesto Campos de Londres de Martin Amis, editada por Anagrama. Un euro me cuesta el tostón. Y es en ese momento cuando uno de los que me acompaña empaña el día.

- Ese libro tiene el lomo quemado. Seguro que su anterior dueño murió en un incendio y sólo escapó ese libro.

Me desarma esta reflexión. Empapo en saliva el dedo pulgar e intento quitar del lomo esa antipática mancha negra y no hay manera.

- Déjalo porque es inútil.- dice el agorero.

Y de repente ya no quiero ese libro. Se lo regalo pero no lo acepta. Así que me lo tengo que llevar a casa donde lo miro y lo remiro.

Consulto su primera página a ver si me engancha… y me engancha pero el fantasma de lo que me dijo el colega me muerde la cabeza. Y me pierdo en paranoias.

Tiro el libraco sobre el lavabo del cuarto de baño y me pongo en la piel de uno de los bomberos de Fahrenheit 451. Es decir, que enciendo el mechero y quemo sus páginas.

Veo en la oscuridad como las llamas van devorándolo poco a poco y siento, dioses, un inexplicable placer que me sabe a liberación.

Y eso me asusta.

No la fascinación de las llamas. Sino el acto ritual de quemar un libro. De hacerlo desaparecer.

Crepitan las páginas. Las cucarachas de casa se esconden en las grietas alarmadas. Veo mi sombra moverse juguetonamente en la pared del cuarto de baño.

Y exclamo, beodo, Fahrenheit 451: ¡la temperatura en la que el papel de los libros se inflama y arde!

Saludos, de verdad que lo siento, señor Amis, desde este lado del ordenador.

5 Responses to “Memorias de un bombero de la ‘Farenheit 451′”

  1. elintenso Says:

    No lo queme. Me gustó ese libro!

  2. administraciones Says:

    El nombre de Martín Amis, rey midas de la escritura, me ha traído una reflexión, no sé por qué. Qué sorprendentemente mediocre es la realidad de las islas. Los empresarios de prensa no se preocupan en absoluto de tener a los mejores escritores. Se me ocurren unos cuantos de mediana edad que deberían de ser reclamados, pues ello iría en beneficio de la calidad de los periódicos insulares, no sólo ahora, sino pensando en el futuro; cito unos cuantos de memoria: Ernesto Suárez, Víctor Álamo de la Rosa, Bruno Mesa, Eduardo García Rojas, Alicia Llarena, Nicolás Melini, Pedro Flores, Anelio Rodríguez Concepción, Alexis Ravelo… Lástima que perdiéramos a Dolores Campos Herrero, con mucho la que más se ha desempeñado en la prensa, y al menos la prensa de Las Palmas mantiene a escritores como Antonio Bordón, y la de Tenerife a Alfonso González Jerez, aunque por desgracia tenemos que soportar las naderías politiqueras de García Ramos, y permítanme obviar el poco comprometido oficio (¿tendrán un negro que les escriba lo de Canarias?), de Fernando Delgado y Juan Cruz. Ejemplos de costancia a lo largo de todos estos años son Sabas Martín, Luis León Barreto y Emilio González Déniz, pero ya ni Luis Alemany o Víctor Ramírez. La balanza, así, cae del lado del páramo. La prensa de Canarias es cada vez mucho peor.

  3. admin Says:

    Le agradezco que me haya ubicado en esa nómina de escritores aunque no merezca pertenecer a ella. Le anuncio, no obstante, que estamos haciendo todo lo posible para que todos ellos (y otros tantos más) regresen a las páginas de nuestra provinciana prensa provinciana.

  4. salustio Says:

    No se si es el primer libro que quema. Pero todo es empezar.
    Enhorabuena.

  5. el agorero Says:

    No me lo puedo creer. Solo me queda el consuelo de haberte hecho sentir como Guy Montag por un día, pero que lástima de libro quemado.

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