Usted puede ser el asesino

I.- ADIÓS, MUÑECA

El investigador privado Sam Waldo se enfrentaba a uno de los casos más complicados de su carrera. Fumando como un descocido –una de las razones que explicaba el contaminado tono de su voz– observaba el cadáver de la señora Cultura tirado en el suelo. Se inclinó sobre el cuerpo inerte y estudió con atención las diversas heridas con arma blanca que se la habían llevado al otro mundo.

Pese al calor reinante que había dentro del dormitorio de la vieja mansión, Waldo seguía con la gabardina beige puesta encima, y de uno de sus bolsillo sacó el cuaderno de notas donde había anotado a los posibles sospechosos. Con un lápiz rojo fue dando toquecitos sobre sus páginas mientras el inevitable cigarrillo que colgaba de sus labios elevaba columnas de humo violetas al techo de la habitación.

De repente, sus ojos quedaron deslumbrados por el flash de la cámara de un agente de la policía canaria. Ordenó a otro, que estaba rebuscando en los bolsillos de la víctima, que dejara en paz al muerto y a un tercero, con cara de mago, que hiciera el favor de comer el plátano fuera de la estancia.

Una vez se quedó a solas con el cuerpo volvió a mirar sus anotaciones mientras se acariciaba la barbilla con el dedo gordo de su mano derecha.

- Si tienes algún problema, silba.- masculló entre dientes y soltando tres toses de fumador compulsivo.

La luz de la tarde caía por la ventana abierta, una ligera brisa marina agitaba las cortinas. Rodeó el cadáver, intentó mirarlo desde todas las perspectivas mientras la nube de los recuerdos lo hacía retroceder en los caminos de la memoria.

II.- CUIDADO CON ESA MUJER

Hacía exactamente dos semanas se encontraba leyendo un libro de Juan Antonio de Blas en su despacho con las piernas puestas encima del escritorio. Había dado el día libre a su secretaria, Idaira, y como llevaba meses sin recibir ningún trabajo suponía que aquel iba a ser como tantos otros.

Estaba a punto de concluir el capítulo once de La patria goza de calma cuando sonó el teléfono. El cigarrillo que tenía en la boca se le cayó al suelo por la sorpresa ya que hacía tanto tiempo que no oía el campanillear del fijo que le costó un buen rato razonar que se trataba del teléfono.

- Sam Waldo al aparato, detective privado.- soltó pegando un grito.

- ¿El señor Waldo?.- le preguntó una voz femenina.

- El mismo he dicho.

- Necesito de sus servicios.- le contestó la voz femenina de una manera tan aterciopelada que le llegó a su alma de fumador compulsivo.

- Explíquese usted.- respondió entre tosas tabaqueras y excitadas.

- Quiero que vigile a la señora Cultura.

Sam Waldo soltó un taco. Conocía a aquella vieja y los problemas en los que se había metido últimamente.

- ¿Con quién hablo?

- De momento es mejor que no sepa mi nombre. Si acepta,  ingresaremos 30 mil sestercios en su cuenta corriente.

- ¿30 mil sestercios?.- se atragantó Waldo.

- 30 mil sestercios. ¿Acepta el caso?

III.- UNA CIERTA ANGUSTIA

Waldo volvió a la realidad. Se palpó el grueso sobre que llevaba en uno de los bolsillos de la gabardina y se insultó a sí mismo: “esto me pasa por haber aceptado los 30 mil sestercios”. En especial cuando esa misma tarde lo llamó una policía autonómica al celular para informarle que había muerto la señora Cultura y que órdenes que vienen “de muy, pero que de muy arriba le autorizan a investigar el caso en colaboración con nuestras fuerzas del orden”.

Sam Waldo se dijo que eso le pasaba por no haber estado pendiente de la vieja y sí de la gran fila de botellas del bar que estaba justo enfrente de la mansión donde vivía. No obstante, y pese a su afición a la tontería, había hecho algunos deberes.

Volvió sus ojos al cuaderno de notas y leyó lo que había marcado al rojo y con triple subrayado: Lista de sospechosos.

IV.- EL ASESINO DENTRO DE MI

Polino.- Más conocido como el presi. Últimamente evitaba a la señora, probablemente porque no quería que le recordara la tormentosa relación que mantuvo con ella años atrás y que dio como fruto a un niño algo tarado y caprichoso al que llamaron Septenito. Por mucho que la mujer se empeñó en darle carrera a la criatura, la progresiva indiferencia del padre dio al traste con sus sueños. Polino, además, llevaba una temporada sin contestar sus llamadas y se hacía el loco cuando se la tropezaba por la calle. El criado de la casa (a quien ya he descartado como sospechoso) asegura que en las últimas semanas Doña Cultura había amenazado a Polino con hablar. La reacción de Polino fue la de recortarle si cabía aún más la asignación anual que le facilitaba. En cuanto al niño, Septenito, está en paradero desconocido. Se rumorea su posible ingreso en un hospital psiquiátrico ubicado en la isla de Lobos.

Mila.- Las relaciones de la señora con Mila no eran buenas. Probablemente porque Mila estaba muy molesta por el matrimonio de conveniencia al que Polino había forzado a la señora Cultura con un tal Berto. Se dice que la tal Mila tenía en agenda a otro pretendiente (averiguar su nombre). La chica de los recados asegura que si hubiera sido por la Mila, Berto y la señora habrían desaparecido hace años del mapa. No explica cómo, pero sí que tiene muy claro que ambos dos habrían desaparecido. ¿A la isla de Lobos? Tras interrogar a otros sospechosos he comprobado que todos coinciden en que Mila no sentía particular aprecio por la doña y mucho menos por Berto y el enano, Septenito. Demasiado follón para tan poca cosa, dicen que deja caer Mila a quien quiera escucharla. Al parecer sólo siente (y con reservas) el teresiano vive sin vivir en mí con otra señora maltratada y bajo su responsabilidad: la revoltosa doña Educación.

Berto.- O el marido postizo, de conveniencia. Al parecer, para despistar a la opinión pública, Polino lo obligó a desposarse con la señora cuando ésta dio a luz a Septenito aunque todos en la casa sabían quien era el padre de la criatura. El criado comenta que Berto no es mala gente y que casi siempre se comportó como un caballero con la doña aunque últimamente la había dado por imposible. “Le dio demasiada cuerda. Usted ya me comprende” me comenta baboso el criado. Parece ser que la señora “a su edad” y algo alterada por lo que pensaba era una traición de Polino (“¡me ha utilizado como un trapo!” comentan que gritaba día y noche) se dedicó a pasar los últimos meses que le quedaban de vida acostándose con todo dios. El criado me comenta resentido: “Y todos ellos se aprovecharon de la pobre señora”. Y yo me pregunto ¿cuánto se aprovechó usted de la pobre señora?

El experto.- No tiene nombre porque son muchos. Unos daban clases, otros vivían del cuento. Todos se consideraban intelectuales. ¿Qué demonios es un intelectual? El criado lengua de trapo me sopla que últimamente visitaban demasiado a la señora y que gritaban y se tiraban cosas. “Quiero más dinero, vieja”, me asegura que escuchó detrás de la puerta. La señorea respondía: ¿Es que sólo me quieres por lo que te pueda dar?”.

Los artistas.- Todos hablan off the record pero ninguno da la cara. Señalan a posibles asesinos pero me temo que sus sospechas son descartables. La única pregunta que me han hecho es: “¿sabe usted como quedó lo mío? La señora me aseguró que…”    

V.- MÁS ALLÁ DEL DESHONOR

Waldo cerró el cuaderno de notas y aprovechó para fumarse el cuarenta cigarrillo de la jornada. Eructó, movió la cabeza e hizo chasquidos con la boca mientras se pasaba nervioso el dedo por la barbilla como si quisiera escarbarse un hoyuelo tipo Kirk Douglas.

Encogiéndose de hombros salió del dormitorio y entró en la habitación donde todavía estaban los tres agentes de la policía autonómica bebiéndose las existencias del bar de la señora.

De repente y al cruzar ante un espejo tuvo la inspiración y resolvió el caso. A punto estaba de soltarlo cuando selló la boca. El jefe de los polis, un tal Riano, irrumpió en la estancia con la mano extendida.

- No hace falte que siga investigando. No hace falta. ¡Ya hemos encontrado al culpable!

Waldo lo miró asombrado y salió a la calle escoltado por Riano que lo cogía del brazo.

- No hace falta que siga investigando. No hace falta. ¡Hemos encontrado al culpable!

Delante de un coche policial (pintado de azul, blanco y amarillo) dos agentes de la policía autonómica vigilaban a un tipo esposado. Sam Waldo no le vio bien la cara al principio hasta que el detenido la alzó y sus miradas se cruzaron.

- Esto es una farsa.- escupió Waldo.

- No hace falta que siga investigando. No hace falta. ¡Hemos encontrado al culpable!- continuaba diciendo Riano.

- Pero… pero….- tartamudeó Waldo.

- Ahhh – exclama Riano como Claude Rains en Casablanca– no me cabe duda que esto es el principio de una gran amistad.

Y la momia guanche, esposada, pudo susurrar antes de que la metieran a golpes dentro del coche policial: Tengo problemas. Waldo ¿debo silbar?

NOTA.- Los títulos que acompañan este relato corresponden, respectivamente, a novelas de Raymond Chandler, David Goodis, Eric Ambler, Jim Thompson y James M. Cain.

Saludos, a lo ¿continuará…?, desde este lado del ordenador.

3 Responses to “Usted puede ser el asesino”

  1. Amador Says:

    Magistral.

  2. elintenso Says:

    ¿Cuándo la metieron en un coche policial, era de la guardia civil, de la policía nacional, de la municipal, de la unipol o acaso era de la policía canaria, esa que llaman la guanchancha?, inquirió el nervioso Paulino, con ganas de que fuera esta última la que por fin daba con los huesos, nunca mejor dicho, de la sujeta guanche en la Tenerife II.

  3. Norberto Collado Says:

    Es desesperanzador que se quede Ud. sólo con la anécdota: carnacilla, músculo mórbido y toses de fumador compulsivo. Investigue, hable, cuéntenos, en fin, sobre el tan querido e inútil proyectillo del tal llamado “Espacio Canarias”, que nos cuesta a los bolsillos de la cultureta canaria unas buenas perras. Espacio éste a donde van como moscas a la m. los amigos de la tabernera al frente y que se pongan ellos todos, ahítos de quesos y vinos canarios. Y que, por otra parte, sólo atrae a unos pocos canaperos de la zona y a los emergentes canarios de ahora y a los que siguen emergiendo desde los 70. Seguiremos…

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