Una chiflada clasificación chiflada

UNA ACLARACIÓN NECESARIA:

La siguiente clasificación me la encontré en una librería de viejo mientras callejeaba por la ciudad de Gijón. El hallazgo -por llamarlo de alguna forma- se trata de un panfleto editado a fotocopias y sin firmar. Lo que más me llamó la atención del texto es la preocupación que su autor o autores se tomaron al diagnosticar la fauna que tradicionalmente recorre los rastros de las ciudades y pueblos de este país que se nos muere. En la última página de este opúsculo sin fecha se advierte de una segunda parte en la que su autor (o autores) clasifica a los vendedores de los puestos ubicados en estos espacios. No logré dar con él pero el amable librero asturiano que me atendió se comprometió a envíarmelo si por la gracia de los dioses caía en sus manos.  

La primera página del texto reproduce los siguientes versos de Cavafis:

La ciudad es una jaula.
No hay otro lugar, siempre el mismo
puerto terreno, y no hay barco
que te arranque a ti mismo. ¡Ah! ¿No comprendes
que al arruinar tu vida entera
en este sitio, la has malogrado
en cualquier parte de este mundo?

A continuación se pasa a la chiflada clasificación.

Los buitres.- O todos aquellos buscadores de rarezas (entiéndase libros, discos de vinilo, películas en vhs, tornillos, etc, etc) que dan vueltas y vueltas desde primeras horas de la mañana por cualquier rastro esperando que un nuevo vendedor asiente sus reales y despliegue con descuido -y preferiblemente en montones- el material que pretende poner a la venta.

El que marca territorio.- Se trata de aquel habitual a los rastros que se hace espacio en un puesto de discos, libros, cintas de vhs sin importarle un pimiento desplazar al cliente que tiene delante. Si el primer cliente, con caballerosidad, le indica que espere su turno porque él llegó primero le soltará con acento victimario algo así como “¡no ocupe mi espacio vital!” Normalmente se sale con la suya.

El suertudo.- Este espécimen no suele ir al rastro todos los domingos. Es más, deja que pase un tiempo prudencial y cuando cree que los elementos se han conjurado para darle buena suerte decide entonces darse una vuelta a la hora que sea porque intuye que encontrará algo insólito. O ese libro, disco o cinta pasado de rosca que tanta falta cree que le hace. Pese a que se toma con paciencia sus desplazamientos, tras haber investigado a esta especie hemos llegado a la conclusión que el mejor momento que siente es cuando se hace con aquello que tanto ansia. También al preguntarle el precio al vendedor sin que éste aprecie que daría por ello lo que le pidiera. 

El regateador.- Esta especie, desgraciadamente en extinción, era hasta hace unos años la más habitual en estos espacios. Se trata de gente que regatea por cualquier cosa. Si el vendedor propone cinco sestercios, él responderá que dos hasta llegar a un precio que convenza a las dos partes. Es una pena que esta técnica, todavía en alza en los bazares morunos, ya no se estile en nuestros occidentalizados rastros.

El ocasional.- No suele ser un habitual de los rastros. De hecho odia los rastros. Algunos porque les parecen sitios para pobres. Otros porque no soportan adquirir cosas usadas y unos terceros porque no suelen levantarse antes de las dos de la tarde los domingos. No suelen comprar por lo explicado anteriormente y no paran de criticar al colega que los ha convencido para pasar allí la mañana. Son fácilmente detectables por la cara, en la que se refleja mucha mala leche.

El pesado.- Tampoco es buen comprador pero presume con sus amigos de lo que ha conseguido a precio de ganga mientras le recrimina al otro que carezca de sus instintos de predador. Dice que conoce los mejores puestos de cualquier rastro pero que esa información nunca la revelará aunque sufriera tortura china. No son mala gente. El problema es que son unos pesados.

El voyeur.- Mucho cuidado con estos. Son de los que te observan y estudian en un puesto. De esos que ven cómo manoseas un ejemplar y dudas en comprarlo. Si lo dejas en su sitio, llegará el muy listo y se lo meterá en el bolsillo sólo por el placer de verte sufrir. Es más que probable que tire después lo que ha comprado en una papelera. Por eso es bueno seguirlos a cierta distancia. Generalmente sales ganando, porque te haces con la mercancía y sin pagar un sestercio.

El viejuno.- Pese a su denominación este pedazo de animal puede tener cualquier edad. Sólo compra lo que sea viejuno. Independientemente del valor que tenga. Si es viejuno vale la pena. Huelen, además, a viejunos.

El necromitero.- Este individuo, en contra del viejuno, no busca cosas viejunas sino raras. Preferiblemente libros olvidados por el tiempo, textos extraños (como El legado del temple) con lo que puedan invocar a los mil demonios del Averno. No les hacen ascos tampoco a velas pasadas, túnicas usadas, discos con cantos gregorianos y cintas de vhs de Kenneth Anger con Anton LaVey como protagonista. No vean cómo se ponen si descubren un texto desconocido de La Bestia, Aleister Crowley. Una recomendación: no hay que tenerles miedo. ¡Allá lejos! 

El madrugador.- Son todos aquellos que pasean por el rastro desde que este abre sus puertas. Miran, remiran, investigan. Como los dioses ayudan a quien madruga, son los que generalmente se llevan las mejores piezas.

El trasnochador.- O el que continúa la fiesta de la noche anterior visitando el rastro. A esta especie no le interesa el rastro, seamos sinceros, sino tomar la penúltima en los muchos bares que abren a su alrededor.

Los amantes.- Parejas que deben de haber pasado una noche divertida en casa y que se levanta para prolongar los efectos paseando por el rastro. Parecen que caminan por entre nubes y se ríen de todo sin haberse fumado un cigarrito de la risa. La tradición marca, además, encontrárselos desayunando churros.

El pesado.- Es ese señor o señora que se te pone al lado y no deja de recomendarte que compres esto o lo otro. Que le hagas caso. Lo mejor es obviarlos, hacer como si no existieran. Sí se les presta atención lo más probable es que regreses a casa con una bolsa cargada de cosas que, inevitablemente, terminarán en el cubo de la basura.

El coleccionista.- Explora los rastros para completar aquellas colecciones que por una u otra razón no pudo completar en su infancia o adolescencia. Es un bicho raro, va a tiro hecho. Normalmente se va sin nada a casa. Ahora bien, cuando descubre lo que busca parece que suena dentro de su cabeza la música de Superman.

El virgen.- Todos aquellos que se inician por primera vez en la extraña magia de un rastro. Se les detecta porque lo miran todo como alucinados y por su desarmante timidez. No se atreven a preguntar precios. Pasean y miran y el veterano, que recuerda cómo fue su primera vez, se solidariza con ellos y piensa: ¡bienvenidos a este caos consumista!

El veterano.- Los hay de todas clases pero nos quedamos con el que sencillamente disfruta con estos espacios. El de su ciudad y el de otras ciudades que ha tenido la buena suerte de conocer. Para nosotros es una especie de marinero que navega en tierra.  Hacen legión.

Los legionarios.- Pues todos esos veteranos que como si de una hermandad masónica se tratara se ayudan entre sí para orientarse y que encuentres aquello que ibas buscando. Son muchos más de los que se creen. Y se reconocen entre sí a través de palabras, toques y signos, lo que obliga a estar iniciado. En definitiva, ellos son los que dan vida a los rastros. Se tratan de hombres y mujeres de buenas costumbres. 

Aquí termina esta clasificación chiflada. A la espera de recibir la segunda parte…

… Saludos desde este lado del ordenador.

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