Tenían que vivir…

Este comentario nace de manera casual y suscitado al contemplar el emocionante  rescate que en estos momentos se está produciendo de los 33 mineros atrapados en el yacimiento de San José (Chile) tras pasar 69 días en las entrañas de la tierra. Y apunto lo de casual porque me ha recordado otra gran tragedia relativamente recientente acontecida en Latinoamérica pero un 13 de octubre de 1972, cuando el avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en algún lugar de la cordillera de Los Andes, espacio en el que sus supervivientes desafiaron a la muerte durante 72 días  alimentándose de los cuerpos de sus amigos fallecidos.

Aquel caso (como el de los mineros, felizmente resuelto) me conmocionó. Y fue tanta mi conmoción que siendo todavía un imberbe recuerdo en cómo me empeñé en ver la película que supuestamente se había realizado de aquellos hechos.

Su título era Los supervivientes de Los Andes (1976) y la dirigía un cineasta mexicano aficionado al cine de explotación charcutero de nombre René Cardona.

La primera noticia que tuve de esta película basada en hechos reales fue estudiando EGB. Me la dijo un amigo que puso los ojos en blanco al explicarnos a todos los que quisimos escucharle que en el filme los supervivientes de un accidente aéreo se dedicaban a comerse entre ellos. Eso al menos aseguraba el zagal que había visto la película pero lo pongo en cuarentena. Seguramente se lo habría contado su padre, quien a su vez habría recalcado el componente caníbal que visto más tarde el trabajo (¿?) de Cardona se explotaba con resultados francamente miserables.

En mi cada día más olvidadiza memoria recuerdo pocas cosas de esta cinta salvo que estaba realizada en estudio y que subrayaba malamente el canibalismo más que la capacidad para vivir de aquel grupo de jóvenes que lo tenía todo en su contra moviéndose en tan inhóspito territorio.

Años más tarde, el realizador estadounidense Frank Marshall les rendiría el homenaje que se merecían en ¡Viven!, una cinta con aliento épico que cuenta con una de las mejores y dramáticas escenas –vista desde dentro– de un avión cortado a la mitad al rozar el fuselaje del aparato con uno de los picos afilados de esa cordillera. Aunque antes de que Marshall hiciera justicia con su película a los supervivientes ya había leído el estupendo (y escabroso) volumen que el periodista y escritor francés Pier Paul Reads le dedicó a esta tragedia también con el título de ¡Viven!

Algo tiene esta historia que conmueve a todos los que se acercan a ella. Tengo un buen amigo que se quedó bastante noqueado al tener conocimiento de aquellos hecho quizá –pienso ahora– por ese sentimiento que te asalta nada más conocer su desgracia y por razones obvias la admiración que te envuelve ante un grupo de personas que fueron capaces de enfrentarse a la adversidad pese a que todo juegara en su contra. En este sentido, que sus protagonistas recurrieran al canibalismo es lo de menos aunque, obviamente, sea el elemento más llamativo por morboso en esta especie de odisea moderna en la que unos jóvenes aprendieron a medirse y a vencer las fuerzas de la naturaleza.

Hace mucho tiempo tuve la oportunidad de entrevistar vía teléfonica a uno de sus protagonistas. Se encontraba en Las Palmas de Gran Canaria con motivo de un Congreso sobre la muerte. Un tema que no da para muchos chistes aunque en el fondo sea eso: un maldito chiste. Durante aquella conversación me costó plantearle la pregunta inevitable: ¿cómo fueron capaces de hacerlo? Su respuesta fue igualmente inevitable: “teníamos que vivir”. No dijo queríamos sino “teníamos que vivir”. Desde aquel día esa contestación se ha convertido en una especie de tantra dentro de mi cabeza: “tienes que vivir”.

Me he llevado una extraña sorpresa cuando me disponía a subir este post al comprobar que lo escribo precisamente el mismo día en que hace casi cuarenta años se produjo aquel fatal accidente. Así que insisto, este post nace fruto de la más extraña casualidad y a su manera pretende ser una celebración para los que lucharon contra la desesperación y la muerte en la cordillera de Los Andes así como de los 33 mineros que hoy felizmente han vuelto a la vida porque sencillamente tenían que vivir.

Saludos, una tarde lluviosa de octubre, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Tenían que vivir…”

  1. Nando Parrado Says:

    El milagro de los Andes es una de las más fantásticas hazañas vividas por el hombre en los últimos años y me fascina tanto que, entre otras cosas, desde los comienzos de este blog uso el seudónimo de “Nando Parrado”, uno de los héroes de aquella odisea, aunque sé que el editor conoce mi verdadera identidad (él es el culpable de la fascinación que siento por esta aventura). Ahora viene lo de los mineros, otra historia apasionante que tendrá película en menos de lo canta un gallo. Y habrá que verla, como hubo que ver “Apolo XIII”, una estupenda recreación de otra espectacular hazaña moderna.

  2. admin Says:

    Saludos, viejo… y le anuncio: ya se está rodando una película de los mineros chilenos.

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