Que los dioses bendigan a Luis García Berlanga

La primera entrevista que realicé en mi vida fue a Luis García Berlanga. Tendría unos 16 o 17 años, y fue a raíz del encuentro casual de un amigo que más tarde se haría cineasta con el director de El verdugo en una de las calles de la capital tinerfeña. No sé como diablos se las arregló el colega, pero el caso es que a don Luis debió de parecerle simpático e insólito que un adolescente le preguntara a bocajarro algo así como: “usted perdone, ¿no es Berlanga?”

Caía la tarde cuando nos reunimos en el hotel Mencey para hacerle la interviú. El tercer periodista improvisado, hoy un entrañable ausente, se dedicó a sacar las fotografías mientras nosotros preparábamos la grabadora y tres paquetes de cintas de 90 minutos dispuestos a sacarle el jugo al maestro.

Lo primero que nos preguntó Berlanga era para qué medio trabajábamos.

- Para la revista del instituto. – le contestamos encendiendo el play de la grabadora.

El canoso caballero pareció relajarse y con un gesto nos indicó que empezáramos con el cuestionario.

No sé cuanto tiempo tardó aquel ingenuo interrogatorio, pero fue bastante porque al regresar a casa de mis padres me preguntaron qué donde demonios había estado.

Debo de conservo en algún lado las cintas que recogen aquella charla, salpicada de refrescos, en la terraza del hotel Mencey.

Y si bien ya venía de atrás, ese día contribuyó a que Berlanga se convirtiera en el imaginario de aquellos tres adolescentes en un gran tipo. Todo generosidad hacia tres chiquillos ávidos de hablar y casi tocar a un gigante del frustrado cine español.

Años más tarde me encontré a Berlanga en un ascensor en Madrid. Iba a acompañado de su elegante mujer y si bien estuve tentado en preguntarle: “¿se acuerda usted de aquel niñato que en Tenerife lo entrevistó para la revista del instituto?”, no lo hice porque entendí que el maestro ya no se acordaría de aquel momento que fue tan importante para aquellos tres mosqueteros que en aquellos tiempos aprendían a hacerse mayores.

Eso sí, me quedan sus películas. En especial, y a mi juicio, sus dos obras maestras. Esos dos títulos por los que merece formar parte del gran panteón de cineastas que forma mi ya desmemoriada memoria: Plácido y El verdugo. Hay más Berlanga, claro. Está el vibrante de Bienvenido, Míster Marshall, con el inolvidable Pepe Isbert y Manolo Morán cantando americanos, vienen a España gordos y sanos. O el de Los jueves milagros, masacrada por la censura.

También el de ¡Vivan los novios!, una historia lo que se dice muy negra. E incluso su descolocante Tamaño natural, confesiones de un erotómano que por una vez no fue capaz de tomarse a risa.

Pero no se vayan, porque hay más Berlanga. Mucho más. El de su coral La escopeta nacional (1977) y continuaciones –Patrimonio nacional y Nacional III– sobre la vida y obra de la familia Leguineche, películas todas ellas que disfruté al lado de mi padre, berlanguiano de pro. E incluso el de la frustrada La vaquilla y el de Moros y cristianos, donde descubrimos –y creo que fue él el primero– que su tiempo había pasado. Que ya no merecía la pena escribir la crónica cinematográfica de un país de canallas como es España.

Su última cinta, París-Tombuctú (1999), refleja en parte esta amargura. El personaje que protagoniza Michel Piccoli, viejo e impotente, coge una bicicleta para huir de su pasado. Es una huida hacia delante, de tintes muy crepusculares.

Berlanga, el cómico que nos había hecho reír con espíritu de esperpento y fallero, se sabía viejo y tiraba la toalla. Su cine, nuestro cine, ya no iba con los tiempos. Detrás deja una filmografía irregular pero, insisto, con dos obras redondas que hoy se han convertido en clásicos porque resisten la prueba del tiempo. Plácido y El verdugo son comedias negras negrísimas. De risa terrible. Me saben a una España que no muere.

Curiosamente, país de ingratos, ningún director español ha sabido coger su testigo.

En fin, que así nos va e irá.

 Adiós, maestro.

Saludos, que los dioses lo bendigan, desde este lado del ordenador.

3 Responses to “Que los dioses bendigan a Luis García Berlanga”

  1. Espectador Says:

    ¡Que Dios lo tenga en su gloria!

  2. Cautivo Says:

    El estilo de Berlanga no ha tenido continuadores, querido Editor, porque es inimitable. Ahora, en retrospectiva, estará de acuerdo en que Bienvenido, y sobre todo el Verdugo son, quizá, dos de las treinta mejores películas de todos los tiempos, y no me refiero al cine español, sino al cine en general.

  3. admin Says:

    Más que Bienvenido…, que es una de sus grandes películas sin duda alguna, le recomiendo que se vea Plácido. Humor negro corrosivo, retrato de una España que, paradójicamente, se rodó en una España obligada al catecismo, los cirios y la consigna de una, grande y libre…

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