Alberto Delgado, la llamada y el informe del CES

Me imagino al viceconsejero de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, Alberto Delgado, con una extraña sonrisa dibujada en los labios mientras se encuentra sentado en su despacho.

Mira por la ventana y observa como si se tratara de una señal como un rayo de sol se filtra por un conglomerado de nubes rabiosamente grises, de las que amenazan tormenta, y que inunda de luz su despacho.

Ahora me imagino a Delgado bebiendo un vaso de agua mientras mira los papeles que tiene delante. Es probable que suelte un eructo de satisfacción, recuerdo del bocadillo de pata y el cortadito que se tomó antes de subir al despacho…

Me imagino que vuelve a mirar los papeles, que los acaricia. De reojo observa el teléfono esperando una llamada. La llamada.

Imagino que Alberto Delgado no es de los que toman la iniciativa de llamar primero. Hay que entenderlo, demasiadas frustraciones, demasiados cabreos que ha tenido que comerse por la gestión de otros…

El caso es que me lo imagino acariciando esos papeles mientras el rayo de sol que sale de las nubes grises comienza poco a poco a desaparecer.

Delgado mira la ventana y descubre que ahora llueve. Una lluvia tonta pero de esas que calan hasta los huesos. Queda bien apuntar que de fondo, igual producido en el mar, llega retardado el bramido de un trueno.

Imagino que llaman a la puerta de su despacho y que el buen hombre pide a gritos que lo dejen en paz. Vibra el móvil, lo coge. No le interesa quien lo llama así que deja que el aparato continúe bailando sobre la mesa.

Sus ojos, digo, están atentos al teléfono fijo. De ese aparato se enciende de tanto en tanto una luz encarnada que le avisa de todas aquellas llamadas que pidió que le desviaran si no era la que esperaba.

Y esa llamada no llega. Pero tampoco le desespera.

Hay tiempo. Aún hay tiempo.

Lo curioso del caso es que esa extraña tranquilidad en la que se encuentra el viceconsejero no tiene razón de ser.

Pero él es así.

Lo curioso del caso también es que si fuera otro aprovecharía lo que revelan esos papeles que hoy le han alegrado este día tonto y tormentoso para reivindicar la importancia del departamento que dirige como vehículo para estimular la economía en banca rota de nuestro iluminado Gobierno de Canarias pero no, no. Alberto Delgado se limita a esperar una llamada que viendo la hora que es, es probable que nunca se produzca.

¿Comienza a inquietarse Alberto Delgado?

Pensemos que sí.

El viceconsejero comienza a trazar un esquema en una hoja cuadriculada de un cuaderno Guerrero.

Alguien toca a la puerta.

- Estoy trabajando.- grita.

Dejan de llamar a la puerta.

Alberto Delgado lee el pequeño resumen que ha escrito y se da por satisfecho. Silba el Born to Be Wild de Steppenwolf cuando subraya párrafos y párrafos de ese resumen.

Vuelven a llamar a la puerta.

- Ahora no….- exclama Delgado, que se lleva el rotulador Pilot a los dientes.

Mira la lluvia que cae sobre la desolada capital de provincias en la que se encuentra.

- Ahora no… .- musita para sí mismo.- Ahora no…

¿Eso que se escucha es otro trueno?

Si es así el trueno ya no se hace oír en alta mar sino sobre la capital de provincias en la que se encuentra.

Alberto Delgado parpadea porque cree que ha visto el resplandor de un rayo. Un flash mágico que ha llenado de luz su despacho repentinamente.

Claro que como tal se fue.

¿O habrán sido imaginaciones suyas?

No… no… Ese nuevo resplandor no son cosas suyas…

El teléfono fijo continúa mudo.

Lee sus anotaciones.

“Las estadísticas del último informe del Consejo Económico y Social (CES) revela que la actividad cultural en las islas genera puestos de trabajo cuatro veces más que el otro sector que crece en estos tiempos de crisis en Canarias, la agricultura.”

“El sector de la cultura ocupa en torno a unas 38.000 a 42.000 personas en las islas. Y crece. Crece”.

Ha subrayado siete veces lo de Crece.

El viceconsejero de Cultura suelta el Pilot.

Y espera la llamada.

Vuelven a llamar a la puerta.

Observa el teléfono fijo mientras el móvil comienza a vibrar una vez más sobre la mesa.

Mira el número… “caramba, se trata de un periodista. Que le dén”.

Teléfono fijo mudo.

Móvil vibrando.

Alguien llama a la puerta de su despacho.

Móvil vibrando.

Alguien llama a la puerta de su despacho.

Teléfono fijo mudo.

Alberto Delgado se pasa el dedo por encima del labio superior, casi como si notara en falta su bigotón.

Teléfono fijo mudo.

Móvil vibrando.

Alguien llama a la puerta de su despacho.

Móvil vibrando.

Alguien llama a la puerta de su despacho.

Teléfono fijo mudo.

En la calle continúa lloviendo.

Ahora suenan truenos. Y los relámpagos llenan de flash luminosos la triste y olvidadiza ciudad de provincias en la que se encuentra.

Saludos, ¿aún sigue esperando la llamada?, desde este lado del ordenador.

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