Así quieren que sean las cosas (dictadores y el cine)

I.- UNA CIERTA ANGUSTIA

Una de las películas que más me ha costado ver es Raza, filme dirigido por  José Luis Sáenz de Heredia y escrita por un tal Jaime de Andrade.

Resultaba incómodo exhibirla en aquellos tiempos.

Al parecer el filme estaba escrito por el tal Jaime de Andrade y había que coger con pinzas el mensaje que ofrecía sobre nuestra Guerra fratricida.

Y si bien hay un buen puñado de películas que se desarrollan en este período, la mayoría de ellas rodadas en la misma España del Cara al Sol como de La Internacional, en aquellos tiempos de entrenamiento cinéfilo y cinéfago Raza era como una incómoda asignatura pendiente.

II.- MOTIVO DE ALARMA

Esto que les cuento probablemente pasó a principio de los ochenta, cuando un amigo me avisó por teléfono que iban a proyectar Raza en el cine Price de Santa Cruz de Tenerife y como colofón a un acto de Fuerza Nueva. En aquella sesión iba a asistir su jefe nacional, una mutación de esa razaBlas Piñar.

No fui.

Y no sé por qué. 

Años más tarde la vi en un pase de la Filmoteca Española y como suele sucederme con esos títulos que se dicen de culto, al descubrirla sentí que me habían engañado. 

Raza es roña. 

Y pienso: No llega bien a su 70 aniversario.

Aunque resista…

III.- FRONTERAS SOMBRÍAS

El director de fotografía Néstor Almendros reflexionó sobre la atracción de los dictadores en el cine en un artículo que les invito a que lean si pinchan este enlace.

Benito Mussolini erigió a las afueras de Roma los estudios Cinecittá, y derrochó todo el dinero que tuvo a su disposición para que se rodara Escipión el africano (Carmine Gallone, 1937), una de romanos que expande el Imperio Romanos por la cara. 

El ministro de Propaganda del III Reich, Joseph Goebbels, construyó a la medida de aquel régimen que no  llegó a los mil años una industria del cine que sí fue capaz de competir en igualdad de condiciones con la todavía emergente estadounidense.

Pero fue más por Adolf Hitler que despuntara en aquella cinematografía una de las pocas mujeres que han pasado a la Historia del Cine como directora, me refiero a Leni Riefensthal, y de su importantísima contribución a lo que significa el documental como género cinematográfico.

La primera vez que vi una de sus películas, El triunfo de la voluntad (1935), me encontraba  en otro sitio que no era Canarias.

El documental –de casi dos horas de duración– muestra el desarrollo del congreso del Partido Nacionalsocialista en 1934 en Nuremberg, con la llegada de Hitler en avión bajo sones wagnerianos.

El filme no cuenta con voz en off, se limita a enseñar el antes y el durante de esta sesión.

Y como espectador sorprende como seduce la visión de miles de personas en perfecta formación bajo banderas con la cruz gamada. Y como esas mismas miles de personas grita enloquecida cuando ve subir a la tribuna de oradores –como si de una estrella de rock se tratara–  a Hitler.

Un Hitler al que tan bien supo ridiculizar ese judío que no fue judío llamado Charles Chaplin.

El caso es que cuando terminó aquella proyección hubo aplausos.

Y  que cuando nos vimos en la calle, ninguno de nosotros nos atrevimos a mirarnos a los ojos.

Leni Riefensthal logra algo parecido con Olympia aunque el filme en esta ocasión no tiene la carga ideológica de El triunfo de la voluntad.

La cineasta y también actriz llevó al cine más tarde Tiefland, adaptación del drama Terra Baixa de Àngel Guimerà, nacido en Santa Cruz de Tenerife aunque desde los nueve años residente en Barcelona.

Otro dictador con debilidad por el cine fue José Stalin.

La estupenda y hoy injustamente olvidada El círculo del poder (Andrei Konchalovsky, 1991) muestra esta afición al contarnos la historia del operador de cine judío que se convierte en testigo de los acontecimientos de la dictadura cuando es reclutado por el KGB para trabajar como proyeccionista privado de Stalin.

Explotando su perfil de destreza militar cabe destacar también en esta lista de dictadores seducidos por el cine La quinta ofensiva, de Stipe Delic, hoy la producción más cara de la ex-Yugoslavia y que fue rodada en el trigésimo aniversario de la batalla de Sutjeska –la más dura en la que participaron los partisanos yugoslavos contra el ejército de ocupación alemán durante la II Guerra Mundial– a la mayor gloria de Tito,  interpretado por el siempre convincente Richard Burton.

La lista de dictadores aficionados al cine continúa.

Es sospechosamente larga.

Entre otros, Fidel Castro, que impulsa la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños animado por su amigo el escritor Gabriel García Márquez, y en respaldar todo ese cine cubano que se rodó en los primeros años del triunfo de la revolución.

Entre otras, cabe destacar Historias de la revolución, de Tomás Gutiérrez Alea, y la extraña e insólita por poética Soy Cuba (1964), de Mijaíl Kalatozov. Filme que no fue bien recibido ni por cubanos ni por rusos precisamente por ser insólito y poético.

Paradojas de la vida, tuvo que ser un director norteamericano, Martin Scorsese, el encargado de revelarle al mundo los valores artísticos (y quiero pensar que propagandísticos) de una cinta de la que desconocíamos su existencia hasta hace apenas unos años.

IV.- EL GRAN NEGOCIO DE CHIRIJA

En el otro lado de la balanza – porque no fueron dictadores aunque quizás tuvieron la tentación de serlos, cabe mencionar el impulso que Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill prestaron al cine para que mostrara las excelencias de un sistema que como el nuestro hace frente hoy a las feroces y despiadadas dictaduras sean del signo que sean.

Frank Capra rodó algunas de sus mejores películas en aquellos tiempos. Y cineastas como David Lean fueron capaces de dejarnos las más emotivas y me temo que también patrióticas cintas en títulos como Sangre, sudor y lágrimas.

Así querían que fueran las cosas.

Y así quieren unos que sigan siendo las cosas.

Los titulitos corresponden a sendas novelas de Eric Ambler.

Saludos, socráticos, desde este lado del ordenador.

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