Cuando Venus se hizo mujer

No, estúpidos terrícolas, Elizabeth Taylor no era de este planeta. La diva vino de Venus. Basta saberlo si miran sus ojos color violeta.

A me siguen hipnotizando.

En mi memoria cinéfila hay solo dos mujeres de las que me enamoré a tierna edad de manera tonta y platónica. Una fue de Liz Taylor, la otra Ingrid Bergman.

La chica de los ojos violeta me robó el corazón en Un lugar en el sol, a mi juicio la mejor película de su carrera, pero también lo hizo en Gigante, las dos dirigidas por George Stevens y las dos compartiendo romance con dos actores que renunciaron a revelar su condición sexual en  favor de su carrera como galanes.

Estas involuntarias víctimas del sistema fueron Montgomery Clift y Rock Hudson. El primero encarnó una fragilidad masculina que todavía hace temblar la pantalla. El segundo, a un duro al que había que buscarle su corazón confuso.

No, estúpidos terrícolas, Elizabeth Taylor no era de este mundo.

Fue una niña prodigio. Una belleza repleta de encanto que eclipsó al mismísimo Lassie así como a sus hermanitas en Mujercitas en la que quizá sea la más recordada adaptación de la novela de Louisa May Alcott.

Más tarde le tocaría cariñosamente las narices a Spencer Tracy en esa risueña comedia familiar que es El padre de la novia, de Vincente Minnelli, y luego en dos películas de aventuras que no creo que me canse nunca de ver como son La senda de los elefantes e Ivanhoe.

Un amigo me dice que el problema de Liz Taylor es que fue demasiado precoz. También demasiado hermosa. Mi amigo, que es terrícola, no sabe de lo que habla. Elizabeth Taylor era y es una estrella. Una diosa que caminó por la tierra y que dejó huella en forma de celuloide.

¡Vino de Venus!

En la plenitud de su belleza, antes de que los excesos terminaran por caricaturizar sus encantos, ella es Ella.

Basta ver La gata sobre el tejado de cinc caliente y De repente el último verano, ambas excelentes adaptaciones cinematográficas de sendas obras de teatro del torturado Tennessee Williams para que se hagan una idea de lo que quiero expresar.

Liz Taylor parecía que sudaba sexualidad por todos los poros de su piel. Una sexualidad involuntaria pero por eso delirantemente atractiva.

Con solo un gesto ponía firme a cualquiera.

Te dan ganas de abrazarla y cubrirla de besos.

Te dan ganas de postrarte de rodillas y adorarla como la diosa que siempre fue.

Elizabeth Taylor fue Ella.

Ella misma, digo.

Y siguió siendo Ella incluso en su atractiva y carnosa madurez.

Basta verla como sugiere algo así al confuso personaje interpretado por Marlon Brando en Reflejos de un ojo dorado.

O en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, en la que compartió protagonismo con el que dicen fue el hombre de su vida, Richard Burton.

A Burton lo conoció en la colosal y catastrófica Cleopatra. Una cinta que ha ido creciendo con el paso de los años. De hecho, ¿hay otra Cleoptara que no sea Liz Taylor? Y que me perdone mi adorada Claudette Colbert. Pero así son las cosas cuando caí hechizado por la mujer de los ojos color violeta.

Al dejar el cine, Liz Taylor continuó siendo carne de portada en los medios de comunicación rosa sangre por coleccionar maridos como quien colecciones tebeos. También por apoyar causas solidarias y en estar siempre al lado de sus famosos amigos, entre otros los ya citados Monty Clift y Rock Hudson, y hasta del mismísimo Michael Jackson, mientras mostraba con insólita indiferencia como la vida y los excesos habían deformado su antaño seductora belleza.

Pero es que incluso en esa excéntrica y canallesca etapa de su vida, donde Liz Taylor parece una caricatura de la Liz Taylor que muchos habíamos conocido en la plenitud de sus encantos, continuaba aún hechizándonos a sus devotos seguidores porque la luz de sus arrebatadores ojos violetas resplandecía.

Resplandecía y resplandecen.

Dicen que Elizabeth Taylor ha muerto.

Pero yo sé que ha regresado a su planeta.

Venus.

Saludos, estúpidos terrícolas, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Cuando Venus se hizo mujer”

  1. Sitedicenqueleí Says:

    Rompo mi promesa, solo por la diosa…que conste¡¡¡¡

    Me ha dejado catatónica, eclipsada, qué maravilloso y sintético reflejo de Liz, oh Liz¡¡¡ ha muerto la mujer que me hizo soñar…la mujer que quería imitar…Sí, a mí me hubiera gustado ser como ella y enamorar con la mirada. Recuerdo el exotismo de “La senda de los elefantes” donde la ambientación (en la lejana y selvática Ceilán) no hacía sino resaltar aún más su voluptuosa y exquisita sensualidad…La tensión ambiental y sexual de “La gata sobre el tejado….” donde el blanco de sus trajes no eclipsa el violeta de sus ojos. “Gigante”, “Quién teme a Virginia…”, tantos, tantos títulos.
    Qué mujer tan bella, sí, sí, yo quisiera ser como ella, y atar para siempre a mi lado a un Burton locamente enamorado, que nunca se cansó de comprarle diamantes y joyas…dicen que poseía la famosa perla “Peregrina o Pelegrina”
    Oh Liz, ha muerto una diosa extrañamente enriquecida en su pobre vida, ha muerto… una diva.
    ———————————

    -¿Tú sabes cómo me encuentro? Como una gata sobre un tejado de zinc caliente recalentado por el sol…
    -Pues salta del tejado ¡Salta! Los gatos saltan desde los tejados sin hacerse daño… ¡Anda, salta!
    -¿Cómo he de saltar y a dónde?
    -¡Diviértete!
    -¿Cómo puedes decirme eso? Yo no puedo pensar más que en ti… Aún con los ojos cerrados te veo siempre… ¿Por qué no has de ser feo, gordo o cualquier otra cosa que yo no pueda soportar?
    -A las mujeres como tú esas cosas se les pasa…
    -Estoy mucho más decidida de lo que crees… y AL FINAL GANARÉ
    (fragmento de película)

  2. admin Says:

    Y ganó.

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