Salvo las emociones, todo fluye y nada permanece

Muchos aficionados al cine y también de profesionales que se están gestando sufren hoy del virus de la tarantinitis. Virus que si no es el original puede resultar muy perjudicial para la salud.

No es la tarantinitis de todas formas un mal nuevo en la historia del cine. A lo largo de su existencia han surgido cineastas que, por una u otra razón, han contaminado a compañeros de generación, quienes acabaron por mutar las intenciones de su autor original.

La tarantinitis y su contagio no son exclusivos así de estos tiempos enfermos. Ya que el fenómeno, o fenómenos, también se ha reproducido en el pasado con una asombrosa variedad de formas.

En las últimas décadas del siglo pasado se inoculó en algunos espectadores lo que hoy se llama cine de autor. Hubo muchos autores que pese a su venenosa influencia siguen siendo respetados en nuestros días (no tanto sus imitadores) y otros tantos que cayeron en el olvido.

Estos autores fueron apropiados por aficionados a los que parecía les gustaba formar bandas apartes. Distinguirse del resto de cineastas y espectadores.

Manejaban y manejan sus propias claves, adoran (y adoraban) a unos dioses cuyo mensaje sostienen no llega a los demás.

La mayoría son incapaces sin embargo de darse cuenta que la presunta complejidad a la que rinden culto no es otra cosa que una gamberradas de arte y ensayo con la cual un espectador desarmado de prejuicios solo puede reírse porque no tiene temor a ser expulsado de ese y otros tantos círculos de iniciados.

Y es que en este curioso mundo paralelo al cine que es el de los aficionados al cine (espectadores y cineastas) hay un poco de todo. Como en botica.

Están los doctos, los que saben.

A estos puedes reconocerlos porque si hacen que hacen cine su mirada no se aparta de su ombligo. Es como si su trabajo no hubiese superado aún las influencias de otros cineastas que también hicieron lo mismo: mirarse sus ombligos.

Como espectadores, a los doctos antaño los detectabas porque se sentaban muy cerca de la pantalla, llevaban gafas y una espesa melena rebelde caía por sus chaquetas de pana.

También se encontraban (y se encuentran) los que hacen cine porque quieren hacer cine. Como aficionado entiendo que son los que tenían (y tienen) la manía de ir al cine varias veces por semana importándoles un pimiento la película que iban (van) a ver.

Me refiero a ese espectador avisado pero sin melena ni gafas que se sentaba (se sienta) algo atrás en la sala.

Por último está el cineasta y espectador despistado.

El primero es aquel que rueda películas porque piensa que es divertido. No se percata que esto es arte, algo muy serio a lo que habría que tomarse muy a broma. A veces, curiosamente, da en la diana y se convierte en autor de éxito.

El segundo es el que se encerraba (o se encierra) en un cine para que pase el tiempo. Y corre el riesgo de ser víctima de eso que llama cine de autor por varias razones.

La primera: suele salir de la sala sin entender nada de lo que ha visto.

La segunda: se siente profundamente estafado porque el filme era en blanco y negro y se exhibía en versión original con subtítulos en castellano.

Desgraciadamente, estos grupúsculos de fieles que he citado, coinciden porque solo aprenden a rodar y a ver una manera de eso que llamamos cine.

Es decir, que desechan y lo que es peor, desprecian, otros caminos por los que transitar intelectualmente.

Y no creo que esto sea bueno.

Porque salvo las emociones, todo fluye y nada permanece. 

La primera vez que vi El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais, fue en la televisión. Estaba en casa de unos amigos y fijé la mirada en la pantalla porque me gustó lo que vi.

De hecho, y gracias a aquel visionado, la hice mía.

El año pasado en Marienbad es cine fantástico por sus acertijos, por mezclar realidad y fantasía. Presente con pasado y con futuro.

Y aún me fascina pese a ser consciente que el maldito paso del tiempo le ha hecho mucho daño. Pero a ella le debo, como a un amor que se fue, la emoción que me invadió cuando la descubrí por primera vez. 

La misma emoción que sentí cuando vi Godzilla.

El problema es que cambias como persona.

Y superas aquellos romances buscando siempre nuevos romances.

Y entiendes que quizá eso es lo que te hace diferente y hostil a los nuevos pastores que guían a su rebaño a lo que pretensiosamente llaman cine de autor.

Y entonces pienso

¿Acaso no se han dado cuenta que la única fe a la que merece la pena seguir es la de la emoción?

(*) La imagen corresponde a El año pasado en Marienbad, cinta de la que celebramos su cincuenta cumpleaños desde El Escobillón.

Saludos, costalero, desde este lado del ordenador.

5 Responses to “Salvo las emociones, todo fluye y nada permanece”

  1. Mario Domínguez Parra Says:

    Película que siempre he querido ver. Gracias por recordármela. La última película buena que vi: Mary, de Abel Ferrara.

  2. admin Says:

    Pues corre a verla, amigo Mario… corre a verla…

  3. Sitedicenqueleí Says:

    EMOCIÓN
    1.-Alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.

    2.-Interés expectante con que se participa en algo que está ocurriendo.

    SENTIMIENTO
    1.-Acción y efecto de sentir o sentirse.

    2. Estado afectivo del ánimo producido por causas que lo impresionan vivamente.

    3. Estado del ánimo afligido por un suceso triste o doloroso.
    ———————————————————————————–

    ¿Ha usado a propósito emoción o debe ser sentimiento?

    “todo fluye, nada permanece” salvo…

    Un saludo muy atento y cordial, esperando la Resurrección mañana

    Sitedicenqueleí…

  4. admin Says:

    Un sentido y emocionado abrazo por su reflexión sitedicenqueleí

  5. admin Says:

    Pero le invito a que se emocione, amigo.

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