¿Frikis?

En un interesante post que el cineasta Daniel León Lacave sube a su blog con el título El museo de paredes de cartón denuncia que el legado de memorabilia cinematográfica del coleccionista grancanario Andrés Padrón descanse en una serie de cajas depositadas en su piso que parece –o al menos quiero entender que así lo sugiere Lacave–  como el atestado camarote de Una noche en la ópera, esa inolvidable comedia de los hermanos Marx que ya se ha convertido en leyenda.

En la noche de los tiempos me invitaron a participar con un texto en un libro que se editó a propósito de esta importante colección. Llevaba el título de La imagen congelada y no sé si con ironía me pidieron que escribiera sobre Lola Flores cuando a mí sobre quien me apetecía emborracharme de emociones cinematográficas y eróticas era de Ava Gardner o Gene Tierney.

No sé si el volumen La imagen congelada (la verdad es que tampoco se partieron mucho la cabeza para titular esta obra) incluía un recuerdo cinéfilo de Tierney pero como contaba me invitaron a que colaborara siempre y cuando escribiera argo sobre Lola Flores.

Quiero imaginar que nuestra Faraona fue la última de la lista y que al no encontrar a nadie que la elogiara me pasaron de tacón el encargo.

Encargo que asumí con mucho gusto. Y no por la filmografía de Lola Flores sino porque utilicé el artículo para rendirle tributo a mi madre y también a Cádiz, provincia de la que era también originaria la cantante.

En mi cada día más desmemoriada cabeza no se me borra un recuerdo que me hace retroceder a mi infancia más infantil. Debía de tener cinco o seis años, mi madre me da cucharadas de un potaje en el que nada una yema de huevo mientras me canta Échales guindas al pavo, pavo…  Tema que popularizó, entre otras grandes de España, Lola Flores.

Lacave lamenta en su post que la importante colección de imágenes de Padrón se ría de su mala suerte en esas cajas de cartón que el hombre tiene distribuida en su casa. Se pregunta también, y con toda la razón del mundo, porque nadie, nadien, se ha preocupado en recuperar este legado aunque me consta que hubo intentonas. Y que en todas no se llegó a ningún tipo de acuerdo.

Ignoro si las razones fueron solo de índole económica pero coincido en pensar con Lacave que resultaría una guasa que alguien de fuera se hiciera con este legado.

Pero así son las cosas. Y más en tiempos de crisis.

Por otra parte, entiendo la pulsión que late dentro del corazón de un coleccionista aunque también me irrita como se toman en serio sus obsesiones por nutrirse devotamente de objetos.

A mi manera yo también soy un coleccionista aunque en mi caso el valor que le doy a determinados escritores y sus libros es la garantía que puedan proporcionarme de escapismo.

Ahora mismo leo La flecha azul, primera parte de las memorias de Arthur Koestler, que encontré de casualidad en una librería papelería de la capital tinerfeña a precio de risa editada en su día por Alianza Editorial. La lectura de este libro me parece imprescindible para todos aquellos que continúan  cuestionando la creación del estado de Israel.

También conseguí en este mismo establecimiento y en la misma editorial El niño, de Jules Vallès, que cuenta con un estrábico prólogo de Jorge Semprún. Y en el rastro de la capital tinerfeña, el domingo pasado, Armagedon, de Leon Uris, otro escritor judío que pese a que unos vean con lupa porque era judío y encima un autor de best sellers, tuvo la capacidad de entretener mientras contaba historias basadas en la historia.

Releo, además, Hubo una vez una guerra, las crónicas que escribió John Steinbeck como corresponsal de guerra durante la II Guerra Mundial.

Créanme si les digo que algunas de ellas más que artículos periodísticos son relatos que trascienden la caprichosa frialdad informativa.

En cuanto a amigos y conocidos coleccionistas, conozco a uno que a su manera es una especie de Andrés Padrón pero del cine rodado en Canarias.

Se preocupa en compilarlo casi todo, y cuando escribo casi es casi todo.

A su manera es una enciclopedia viviente de cineastas, actores y técnicos de primer y segundo rango nacidos o que trabajaron en estas apartadas orillas.

Cuenta, además, con una filmoteca de películas hechas aquí y una serie de imágenes cuya selección  intento convencerle que muestre de una vez en una exposición.

Pero no hay manera.

Como buen coleccionista todo el material que ha ido reuniendo con paciencia de hormiga solo puede ser visto si pasas por su casa.

Por eso, a veces me pregunto que pasará cuando… pero eso es adelantarme al destino y no tengo tan claro que esté ya escrito.

Con esto quiero decir que los coleccionistas son criaturas de los dioses a las que hay que dar de comer aparte.

Se trata de una especie muy celosa de lo que tiene.

Alguien, de hecho, podría tacharlos de personas enfermizas e inquietantemente egoístas pero creo que este diagnóstico resulta bastante excesivo.

A su manera sufren por conseguir lo que quieren.

Y para matar la adicción buscan y rebuscan por todas parte para hacerse con una pieza, un objeto, que al común de los mortales ni fu ni fa, pero ellos van a los suyo y saben dotarlo de un alma suficiente para que aficionados como quien les escribe aprendan también a amar esa pieza u objeto que al final formará una de las tantas piedrecillas con las que se hace la autopista de nuestra memoria común.

Hace unos años, bastantes para ser exactos, sufrí ese síndrome con unos tebeos editados por Garbo llamados Vampus. Se trataba de una revista de historietas de terror que fue la primera versión en español de Creepy.

Cuando conseguí completarla tras mucho batallar me he dado cuenta ahora que duermen en uno de los rincones de mi biblioteca desordenada, compartiendo espacio con novelas, discos y películas cuyo fin ignoro cuando no esté en esta vida tan idiota.

Y si les soy sincero tampoco me importa demasiado.

El final de todos estas piezas, objetos.

Por eso cada vez más me resulta tan curioso preguntarle a un coleccionista de verdad ¿no has pensando lo que le va a pasar a todo lo que has acumulado cuando te hayas convertido en un fantasma?

Y como es natural la respuesta que me ofrecen.

¿Y quién piensa en eso?

Saludos, aullando a la luna, desde este lado del ordenador.

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