Fui educado en la violencia y en la muerte

Hay un puñado de películas que disfruté en cines cuando los cines eran eso: cines. Entre otras recuerdo Grupo salvaje y Apocalypse now!, que vi en el Numancia. Tiburón y Taxi driver, en el Greco, también en la capital tinerfeña; y La naranja mecánica, cinta que disfruté rodeado de un grupo de drugos en el cine Coliseum de La Laguna.

El filme de Stanley Kubrick celebra sus cuarenta años y compruebo ahora que las sensaciones que me asaltaron cuando lo descubrí por primera vez no tienen edad aunque en aquellos tiempos era lo que se dice un chaval.

Y pese a que los meapilas digan lo contrario, La naranja mecánica es una película para ver siendo un chaval.

Respecto al magnífico material literario que la inspira y que firmó ese brillante escritor hoy curiosamente olvidado que fue Anthony Burguess tampoco pasa el antipático e incómodo paso del tiempo.

Confieso, no obstante, que fue gracias a esta película la que me abrió paso al universo escrito de Burgess y que tras leer algunos de sus libros, no se cuenta éste entre mis preferidos de su autor. Me quedo antes con su Trilogía malaya y con la estupenda El derecho a una respuesta, entre otras tantas.

Pero hablaba de la versión cinematográfica de La naranja mecánica de Stanley Kubrick y de su todavía inquietante poder de seducción.

No sé cuantas veces la he visto y no sé cuantas palabras de su jerga nadsat recuerdo. Lo que sí tengo claro es que en cada uno de estos visionados he sentido sensaciones muy diferentes y encontradas pero ninguna claro está como las que se me reveló la primera vez.

Y es que siempre hay una milagrosa y afortunada primera vez.

Lo que me continúa sorprendiendo de esta película es su poder de fascinación para los que somos besuños ayer, hoy y probablemente siempre. Será porque el filme, pasado los años, aún conserva una frescura extraña, tan extraña que penetra en tu golová para dejarte maslo.

Hace dos años e invitado por una forella me tocó presentarla y mantener un dialogo difícil pero muy inteligente con un grupo de alumnos.

Me interesaba saber cómo habían digerido el filme aquellos molodos cuyas aficiones y vicios ya no eran los míos y mucho menos los del protagonista de la cinta, Álex.

Confieso que me emocionó que los asistentes aplaudieran espontáneamente cuando finalizó la película. Y que en el turno de preguntas nadie me planteara la que supuestamente era la del millón: ¿Por qué se llama La naranja mecánica?

En aquel debate se habló un poco de todo pero sobre todo de violencia. La violencia que marca el individuo que no tiene futuro y que la emplea como deporte cavernícola y la que ejerce el Estado. Todos ellos entendieron –no sé si tragando saliva o con una sonrisa en los labios– que Álex, presuntamente “curado” al final de la historia es producto de un sistema que por mucho que se empeñe en racionalizar solo defiende el ojo por ojo y el diente por diente. Camuflado, eso es verdad, bajo un disfraz bonito y si quieren falsamente humanista.

Las veces que he tenido la oportunidad de ver La naranja mecánica he sacado lecturas diferentes.

La primera, entendí que se trataba de un manifiesto que me animaba a una rebelión con sentido perverso y muy punk. Si no tienes futuro: destruye.

La segunda, pensé ¿qué haría si yo fuera el escritor a quien Álex y sus drugos dejan parálitico tras ver como violan a su forella mientras el schuto tatarea Cantando bajo la lluvia?

La tercera y la cuarta y la quinta y la sexta que estaba viendo una película que pasará a la historia por explotar de manera tan pornográfica –¿sincera?– la crueldad que todos llevamos dentro.

El caso, drugos, es que pese a que pase el tiempo sobre esta película no sufre bolnoyo.

Y ahí radica su macabra grandeza.

Saludos, hermanos brachnos, desde este lado del ordenador.

One Response to “Fui educado en la violencia y en la muerte”

  1. pablo martín carbajal Says:

    tras haber leído la mancha humana de Roth y su espeluznante personaje sobreviviente del vietnam, bien vale la pena ver de nuevo apocalipsis now, la pillaré en breve

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