¡¡¡El peligro amarillo tiene nombre!!!

Descubrí al legendario Fu-Manchú gracias al cine. En especial por La máscara de Fu-Manchú protagonizada por Boris Karloff como el inquietante y maquiavélico genio del mal oriental. Si ayer escribía sobre los miedos que aún provoca en el disco duro de mi memoria el diablo encarnado de Fantasía, créanme que el doctor Fu-Manchú de Karloff casi ocupa el mismo espacio en el casillero de mis terrores favoritos.

Como todo el mundo sabe, Fu-Manchú nació primero como personaje literario en una serie de novelas que, y doy fe de ello, aún se leen con devoción aunque resulten a ratos delirantemente, y por lo tanto también políticamente incorrectas, racistas.

La importante novedad que aporta su autor, Sax Rohmer, que nunca fue ni creo que lo pretendiera ser el reverso tenebroso de Arthur Conan Doyle, es que se dio a conocer en el grandilocuente universo de la literatura popular con un personaje que encarnaba (¿encarna?) las peores pesadillas del hasta ese momento ordenado mundo anglosajón hacia China, país al que un principio parece servir Fu-Manchú aunque más tarde descubramos que lo hace para la organización Si-Fan.

No tuvo en cuenta el señor Rohmer que, como pasa casi siempre, su creación literaria terminaría por cobrar vida propia en la imaginación de sus por aquel entonces numerosos lectores. Tal vida propia que de alguna manera Fu-Manchú sintetiza todos los miedos y miopías del hombre blanco hacia el misterioso mundo asiático.

Ese genio del mal con ojos rasgados que es Fu-Manchú además de ser un experto en maniobrar en la sombra resulta ser de una crueldad tan exquisita que el gran Karloff, maquillado como chino perverso, supo explotar en ese título que para mi, con todas sus torpezas, continúa siendo un gran clásico del cine de misterio y terror de todos los tiempos.

Tanto en las novelas, o al menos en las tres novelas que he tenido oportunidad de leer (El misterio de Fu-Manchú, El doctor diabólico y La máscara de Fu-Manchú), como en la película de Karloff y también pero menos en las que interpretó Christopher Lee, lo que interesa al lector y al espectador es conocer el nuevo plan de Fu-Manchú para acabar con el mundo civilizado anglosajón antes que los intrépidos pero también convencionales sir Denis Nayland Smith y el doctor Petrie aniquilen su sueño de convertirse en amo y señor de todo lo que hemos conocido.

Objetivamente, y aquí está la gracia, Fu-Manchú vence siempre al final de cada aventura por mucho que Smith y Petrie le frustren la partida. Pienso, de hecho, que de alguna manera y dándole por muerto al terminar cada relato o película, sabemos que Fu-Manchú regresará en un nuevo capítulo no sé si más refinado pero sí que algo más loco. Sobre todo cuando captura a Nayland Smith y lo somete a su extenso y variado catálogo de torturas chinas mientras suelta su característica y diabólica carcajada.

En la peor pesadilla de su creador, Sax Rohmer, Fu-Manchú es un chino que odia a la civilización occidental y al hombre blanco que la ha hecho posible.

Lo curioso de las novelas es que Rohmer nunca explica las razones que han provocado este odio furibundo aunque deja caer con una sinceridad desconcertante (Fu-Manchú nació como personaje novelesco en 1913) que ningún hombre blanco sería capaz de expresar su rabia contra otra raza por muy odiosa que esta le pareciera como sí lo hace Fu-Manchú.

He aquí un ejemplo: “De todas las escenas que guardo en la memoria, algunas bastantes sombrías, no recuerdo ninguna tan horrible como la que apareció ante mí a la débil luz de la vela. Burke yacía atravesado en la cama, la cabeza hacia atrás, laxa; tenía una mano rígida en el aire y con la otra agarraba el peludo antebrazo que yo había cortado con el hacha, pues los inertes dedos seguían aferrados a la garganta ejerciendo presión mortal. El rostro del hombre estaba casi negro y los ojos se le salían de las órbitas de un modo espantoso. Venciendo la repugnancia, levanté el inmundo brazo y traté de separarlo. Todos mis esfuerzos fueron inútiles; muerto era tan implacable como lo había sido en vida. Me saqué una navaja del bolsillo y, tendón a tendón, fui cortando aquella misteriosa garra hasta desprenderla de la garganta de Burke.” (El doctor diabólico).

Seamos justos, no obstante, ya que con estas estupendas y muy retro novelas de acción, Rohmer presenta a un malvado superlativo. Capaz incluso de brindar rasgos de inquietante generosidad como la del buen jugador de ajedrez que reconoce que ha perdido una partida.

En La máscara de Fu-Manchú, Fu-Manchú escribe una carta muy generosa en la que solicita a su remitente que dé saludos a sus dos enemigos: Nayland Smith y el doctor Petrie.

Insólito. Más si tenemos en cuenta que el mismo doctor Petrie (una especie de doctor Watson enamorado de una china) describe al diabólico chino en El misterio de Fu-Manchu de la siguiente manera:

La imagen que ofrecía en aquel momento se repite con persistencia en mi memoria. Con su larga bata amarilla, la cara, como de máscara, inteligente, inclinada sobre el maremágnum de aparatos que tenía delante, la amplia frente brillando a la luz de la lámpara de arriba, los increíbles ojos verdes y velados levantados hacia nosotros: parecía una figura emanada de las profundidades de un delirio.”

En otro momento, Petrie/Rohmer lo dibuja así: “El doctor Fu-Manchú mostró sus dientes regulares y amarillos con aquella sonrisa pérfida que tan bien conocíamos. Era nuestro prisionero, un prisionero esposado, pero se sentaba en aquel banquillo tan erguido como un juez. He de confesar, en honor a la justicia y a la verdad, que Fu-Manchú desconocía el miedo.” (El misterio de Fu-Manchú).

A mi me parece clave esta visión que Rohmer pone en boca del narrador de sus novelas, el doctor Petrie.

Fu-Manchú desconoce el miedo. 

Nayland Smith y Petrie sí saben los que es el miedo.

El miedo a Fu-Manchú.

Con independencia de sus novelas, el personaje cuenta con irregulares pero a mi juicio interesantes adaptaciones cinematográficas. También en el mundo de los tebeos.

Durante un tiempo seguí con loca pasión las aventuras de Shang Chi, maestro de Kung Fu e hijo de Fu-Manchú. Vástago que se pone al servicio de la inteligencia británica para destruirlo.

Los primeros cuadernos (que Vértice editaba en su colección Relatos salvajes) estaban dibujados por el gran Jim Starlin y no saben los buenos ratos que me hizo pasar. También aparecía la hija de Fu-Manchú, Fah-Lo-Sue, que sí que se trata de un personaje recogido de las novelas de Rohmer.

Fa-Lo-Sue es una chica digamos difícil. Ha heredado de su padre su sangre fría y pocos escrúpulos y también los ojos verde jade y su inteligencia. El problema es que va por su lado y se esconde en la sombra a la espera de su oportunidad. Conquistar el mundo conocido solo para ella.

Escribo este post con la intención de estimular la lectura (y también la de recuperar sus películas, en especial la de Karloff) sobre este personaje que para quien ahora les escribe es una leyenda. Una leyenda que tan buenos y gratos ratos le hizo pasar devorando las tres novelas que tiene en su mansión.

A mi me hicieron olvidar las miserias que tengo a mi alrededor y me reconciliaron con el tipo que cada mañana me encuentro reflejado en el espejo del cuarto de baño.

Fu-Manchú es un héroe.

O un antihéroe para Nayland Smith.

Pero ¿quién se acuerda de Nayland Smith, doctor Petrie?

Saludos, imitando la carcajada Manchú, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “¡¡¡El peligro amarillo tiene nombre!!!”

  1. Manolo Says:

    Mi padre siempre recordaba una anecdota de la proyección de “Los tambores de Fu Manchu” en Las Palmas. Supongo que sería alrededor de 1943. El protagonista cae en una de las trampas del villano donde un pulpo gigantesco lo atrapa entre sus descomunales tentáculos. El público susurra agobiado ante el mal trago del chico de la película cuando desde la última fila se escucha al sempiterno changa de cine que grita: “¿Que pasó pive, pulpiando?”, desencadenando una sonora carcajada del respetable.

  2. admin Says:

    Genial… y es que esos changas (la especie desgraciadamente ha desaparecido) ponían una nota de brillante humor que haría partirse de la risa al mismísimo doctor Fu-Manchú.

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