‘Murmullo de hojarasca’, una novela bolero

José Luis Correa es un buen narrador de novelas policíacas, género al que ha dedicado hasta ahora cuatro interesantes historias, todas ellas protagonizadas por el detective Ricardo Blanco. Los títulos son Quince días de noviembre, Muerte en abril, Muerte de un violinista y Un rastro de sirena.

Su última novela, titulada Murmullo de hojarasca, forma parte de la nueva colección Generación 21 que con una fe inquebrantable ha puesto en marcha el editor Ánghel Morales con Ediciones Aguere y Ediciones Idea.

La nueva apuesta narrativa de Correa se aparta de los territorios negros y criminales, aunque el pilar a través del cuál gira la acción se trate en su primera parte de una investigación que comienza siendo periodística y la segunda en desvelar el trágico pasado de un misterioso pordiosero.

No se trata de una novela extensa Murmullo de hojarasca, apenas supera las doscientas páginas, y está bien contada aunque no termine de convencerme.

Y no acaba de convencerme por el fondo que esconde el relato, tampoco la voz que ha escogido el autor para contarnos en primera persona lo que pasa. Una periodista que, pese a las necesarias justificaciones que esgrime el escritor, resulta digamos que demasiado masculina.

Lo mejor, a mi juicio, de Murmullo de hojarasca es la primera parte de la novela. Está muy bien descrito el ambiente de miseria en el que vive un puñado de parias de la tierra en el parque San Luis (trasunto, se lee en la contraportada del libro, del Parque de Santa Catalina de la capital grancanaria), así como el retrato que ofrece de algunos de sus moradores.

También es reseñable la primera aparición del pordiosero que protagonizará la segunda entrega de la historia, Diego Córdoba, y la inyección de curiosidad que inocula en la periodista y su compañero fotógrafo, casi la misma que despertará entre los lectores.

El problema es que el misterio, con ecos al Rey pescador, que así mismo lo reconoce el autor en la propia novela, no cumple con las expectativas una vez ha sido resuelto.

Pese a todo, Murmullo de hojarasca cuenta con interesantes reflexiones, todas ellas productos de los debates internos y externos que mantiene la protagonista. He aquí uno: “Solo dos o tres de cada cien eligen permanecer al lado de un marido a que no quieren. Al que, incluso, detestan. El resto se echa la manta a la cabeza y lo manda a hacer puñetas. Tiene que ver con el valor. O con la incomodidad. O con la inconveniencia. Los hombres son cobardes, cómodos y convenientes. ¿Prefieren lo malo conocido?

Ni siquiera eso. Simplemente se dejarían cortar un brazo antes que tener que elegir. Prefieren que sean ellas quienes elijan. Y si no les dejan opción, se quedan a vivir con lo malo conocido. Pero le montan un picadero a lo bueno por conocer.”

Pero también frustrados –por tópicos y típicos– como el debate que propone en torno a la prostitución.

Llega a sorprender en este aspecto el extraño moralismo que tiene la periodista protagonista sobre un mundo que necesita ser explorado con la misma libertad (ingenuidad) como el que inicia en su descenso a los infiernos de la pobreza.

Esta disquisición llega a ocupar casi tres páginas de una novela cuyas intenciones, creo, eran otras. Y empaña de una extravagante doctrina un relato que si bien no renuncia a ser moral, parecía que iba a decantarse por una visión de las cosas más coherente y serena.

Con todo, Murmullo de hojarasca es una entretenida novela bolero, una canción de amor desesperada con tintes en ocasiones afortunadamente poéticos: “La calle Zaragoza quedaba a un tiro de piedra del mar. Y a un océano de la de Los Tilos.”

Y un título que araña el retrato de un grupo de marginales que habita en una capital de provincias “sin esperanza dentro de otra sin alma.”

Cruenta descripción, entre otras muchas, que revela a un escritor notable que si sabe limar estilo y centrar objetivos se convertirá en una voz muy a tener en cuenta no solo en la nueva e interesante narrativa canaria, sino la que trasciende fronteras. Esa literatura, cambiando el sentido de las palabras del mismo Correa, que sí tiene esperanza y por lo tanto alma.

 Saludos, va por ti, Piper, desde este lado del ordenador.

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